Tal como se dijo antes, para las próximas elecciones, el cuerpo electoral habrá cambiado. Ahora bien, la pregunta es si este cambio será suficiente para provocar cambios en la campaña electoral y la política partidaria. En general, la experiencia salvadoreña está demostrando que las personas jóvenes, o con poca –o nula– experiencia política, no garantizan el cambio en las formas de hacer política. Así, algunos símbolos, ideas y acciones impulsadas por la niñez-dictadura han sido asumidos fielmente por los políticos-jóvenes. Muchos de ellos hubieran deseado vivir en aquellos tiempos adornados de luchas por la libertad individual y por la justicia social, que se plantearon en términos ideales pero contrapuestos y polarizados.
La polarización sociopolítica es un lastre que sufrimos desde hace mucho tiempo y la corrupción es otro problema que seguimos cargando. En ese sentido, es significativo el número de políticos-jóvenes que ponen la lealtad partidaria antes que la inteligencia social. Así, por ejemplo, sorprende como algunos defienden el diálogo del que fueron protagonistas, pero condenan a la contraparte cuando realiza una medida similar. Por otro lado, en cuanto a la corrupción, las imprudencias en las contrataciones también han sido heredadas, pues ya se ha comprobado que varios políticos-jóvenes han colocado a sus familiares dentro de la Administración Pública, o los han beneficiado con el uso de recursos públicos, bajo un argumento de confiabilidad con el que tratan de minimizar la arbitrariedad cometida, pero que es incompatible con la idea del Estado de Derecho. El nepotismo, con o sin salario, es corrupción.
Estos comportamientos coinciden más con la niñez-dictadura que, mayoritariamente, se ha comportado sin escrúpulos en el poder, al mismo tiempo que se alejan de la niñez-paz, generalmente harta de la falta de ética y de controles efectivos sobre el poder. Los ciudadanos-jóvenes exigen cambios en la política, que se traduce en exigencias a cambios en el comportamiento de los políticos. El fin está claro y existe plena coincidencia, incluso intergeneracional, puesto que nadie se opone al respeto a la Constitución y la búsqueda del bien común, por ejemplo, pero las contradicciones aparecen cuando se discute la ruta para lograr esos objetivos. El problema de la falta de consensos no está en el qué, sino en el cómo. Un gesto diferenciador podría ser que los políticos-jóvenes traten de resolver aquello que les diferencia, partiendo de lo que les une. Si este fuese el centro de la campaña electoral y del quehacer partidario, el cambio en estos asuntos sería posible.
También se corre el peligro de que los políticos se desliguen de la niñez-paz para favorecer a la veteranía. En la medida en que los ciudadanos-jóvenes se harten y desilusionen, mayor es la probabilidad de que las elecciones se decidan por los votos duros de cada partido político, tal cual choque de trenes. El cuerpo electoral será mayoritariamente joven, pero los cambios estructurales no solo requieren cambios en las edades de los políticos, sino también cambios en las ideas y acciones. Solo así el cambio también será posible.