Los Acuerdos de Paz son muy incómodos para el régimen, porque constituyen un hecho histórico trascendental en el cual el presidente Bukele no figura, sino sus adversarios, cuya denigración sistemática le ha facilitado un alto nivel de popularidad. Así lo expresan sus voceros, que dicen haber suprimido su conmemoración nacional para que sus suscriptores no “se sigan auto-glorificando”. Bukele no solo desprecia la guerra y los Acuerdos, sino también se mofa cínicamente de estos últimos. “Ay, está mancillando los Acuerdos de Paz. Sí, los mancillo, porque fueron una farsa, una negociación entre dos cúpulas”. La grotesca argumentación contra los Acuerdos pone de manifiesto la profunda amargura del oficialismo por no figurar en las fotos de enero de 1992.
No solo las partes que los negociaron y los suscribieron se beneficiaron. La detención de una larga guerra irracional e inhumana benefició al conjunto de la sociedad; sobre todo, a las mayorías urbanas y rurales. No es cierto, por tanto, que “después de los Acuerdos de Paz no tuvimos paz, tuvimos más muertos”. La violencia social emergió progresivamente, a lo largo de los Gobiernos de Arena. Tampoco es cierto que “la verdadera paz ha comenzado con la reducción de homicidios”, porque no existe paz donde hay desapariciones, extorsión, cementerios clandestinos, desempleo, hambre y enfermedad. Los datos indican que Bukele y su plan de seguridad no han traído la paz.
La guerra no es solo responsabilidad del FMLN, como aduce el oficialismo, sino también de la oligarquía, la Fuerza Armada y los partidos políticos de ambos. La mayoría de los muertos de la guerra no los causó el FMLN, sino la Fuerza Armada, los cuerpos de seguridad militarizados y los escuadrones de la muerte. Y nadie se ha beneficiado más de la impunidad que la Fuerza Armada, uno de los pilares del régimen de los Bukele. Si alegan que la institución militar ha cambiado, su transformación se debe a los Acuerdos de 1992. Al atribuir la guerra y la mayoría de los muertos solo al FMLN, el régimen expresa, implícitamente, que el orden militar y oligárquico era el mejor posible.
Es cierto que “los salvadoreños siguieron en las mismas condiciones de pobreza, injusticia y abandono”. En gran medida, porque el interés de Arena era terminar el conflicto para introducir el neoliberalismo económico, una novedad que el régimen de los Bukele explota al máximo. En dos años y medio de presidencia, Bukele no ha dado un solo paso eficaz para desterrar la pobreza y el hambre. No cuenta con un plan para reactivar la economía, expandir el empleo y disminuir la desigualdad. En consecuencia, no tiene respuesta para contener la inflación, que ya erosiona gravemente los exiguos ingresos de la mayoría de las familias. La gente ha optado por emigrar o por enrolarse en alguna de las modalidades del crimen organizado.
Sustituir la conmemoración de los Acuerdos por el Día Nacional de las Víctimas del Conflicto Armado es un despropósito, ofensivo para las víctimas a las que dice honrar. De hecho, el régimen dejó pasar el primer 16 de enero rebautizado en silencio. Se contentó con cambiar el nombre. No tiene interés, tampoco capacidad, en investigar los crímenes de lesa humanidad ni en hacer justicia. De esa manera, ha dado continuidad al legado de impunidad de sus enemigos. Las partes de los Acuerdos, presionadas por la Fuerza Armada, pactaron la impunidad en nombre de la estabilidad política. A medias y a regañadientes, el Ejército depuró a algunos de sus oficiales más señalados. Dicho de otra manera, la institución en la que los Bukele se apoyan y a la que privilegian con menoscabo de la inversión en educación y salud exigió la impunidad de la que aún goza. El régimen de los Bukele utiliza a las víctimas para intentar deshacerse de unos Acuerdos donde no figura y para alimentar su retórica propagandística. Más que Aguilares sea capital por un día, al P. Rutilio Grande le hubiera gustado que ya se hubiera hecho justicia a las víctimas de las masacres y de los escuadrones de la muerte.
La decisión de anular la conmemoración de los Acuerdos es de Bukele: “La inmensa mayoría de los salvadoreños decidimos no celebrar los Acuerdos de Paz”. Pero esa mayoría no ha sido consultada. La decisión ha sido totalmente suya, suscrita obedientemente por sus incondicionales. Bukele ha secuestrado la voz del pueblo. Paradójicamente, esto ocurre en vísperas de la beatificación de un salvadoreño como el P. Rutilio Grande que luchó para que el pueblo dejara oír su voz, sin intermediario ni intérprete. Y el pueblo de entonces descubrió que tenía voz y se hizo escuchar. Por eso, el terrorismo de Estado se lanzó contra él y contra quienes le abrieron los ojos.
Los Acuerdos de 1992 no son “espurios”, como Bukele desearía. Otra cosa es que no hayan ido más allá de acabar con el conflicto armado. El régimen de los Bukele tampoco ha hecho nada para hacer justicia y para elevar el nivel de vida de las mayorías empobrecidas.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.