El Time desvela algunos aspectos personales del strongman nacional. Reside en “un pueblito” de “las afueras de San Salvador”. No se considera de izquierda ni de derechas, sino un político comprometido con “resolver los problemas de la gente”. Su modelo es el emperador romano estoico Marco Aurelio (121-180), que “medita” sobre el gobierno perfecto en su obra más conocida. En esa misma línea, el strongman, antes de tomar una decisión, analiza, contrasta y filosofa. No decide lo más popular ni “lo que más [le] conviene”, sino “lo que le conviene a mi pueblo y al futuro de mi país”.
En sus análisis, el strongman explora sus fortalezas y debilidades, sus objetivos y las amenazas que lo acechan. En sus cavilaciones, encontró un ejército débil y lo duplicó, una policía sin herramientas y la tecnificó, y un sistema penitenciario controlado por los delincuentes y lo limpió. Empero, el siniestro de un helicóptero militar con la cúpula policial y un prófugo muy buscado, antecedido por el asesinato del líder de una pandilla en una de sus cárceles más seguras, pone en entredicho la solidez de sus análisis y, sobre todo, la seguridad de la que tanto presume. Solicitar ayuda internacional para investigar la caída del helicóptero deja en muy mal lugar a su fiscalía, su policía tecnificada y sus servicios de inteligencia. Estos hechos evidencian que el strongman no es tan poderoso como se podría pensar. Tal vez por eso le dijo al Time que no es filósofo ni rey, aunque en X conserva el título.
El strongman se presenta como un gobernante generoso, que habría cambiado su seguridad por la del país. En efecto, de ser “la persona con más seguridad”, con “guardaespaldas, carros blindados y todo”, pasó a ser la más insegura, buscada por “los narcos, los pandilleros, los criminales, las mafias”. El país, en cambio, recorrió el camino inverso: de la inseguridad máxima pasó a la seguridad total. Además de magnánimo, el strongman se muestra humilde. Aunque acepta que el intercambio de seguridades lo hizo muy popular, al Time le confesó que no se siente responsable de dicha popularidad.
La fama trajo consigo la acusación de autoritarismo, un inconveniente que ha asumido estoicamente, ya que “en la vida, todo tiene un costo”. Le molesta que lo llamen dictador, porque “muchas veces los argumentos […] a la luz de la realidad tienen poco” fundamento. Pero, por otro lado, no le quita el sueño, pues no solo “me gusta lo que hago”, sino también “es una realidad y ni modo”. Que lo tachen de dictador “es demasiado pequeño como para que [le] moleste mucho”. Él es mucho más grande. Lo único que le disgusta es no poder “caminar tranquilo por la calle y salir con mis hijas a pasear”.
Estos sacrificios los halló recompensados en la masiva representación de la comunidad internacional el 1 de junio, pues “pocos gobiernos, muy pocos, son reconocidos por el cien por ciento de los países del mundo”. El interés fue gradual hasta convertirse en una avalancha. Después de haber sido condenado por “todo el mundo”, recibió “más atención de la que esperábamos, pero una atención positiva”. El strongman la atribuye a su grandiosa victoria sobre las pandillas, “sin la ayuda de nadie, más bien con las condenas de todo el mundo”.
Las críticas, “una narrativa muy fuerte en contra”, tampoco lo perturban, porque la democracia es libertad. Más aún, “nos preciamos de ser un país libre en todo sentido. Pocos países del mundo pueden decir tal cosa, nunca hemos reprimido una manifestación, aunque no digo que no lo vayamos a hacer en el futuro”. El partido oficial no es único, sino “hegemónico, muy hegemónico”. El partido único “no es compatible con la democracia”. Por tanto, la ciudadanía puede elegir y eligió libremente. La falsedad de las críticas se manifiesta “cuando la gente viene aquí y ve la realidad” y la contrasta “con lo que se ha dicho afuera”. Lo que no dice es que cuando los turistas ya no puedan hacer ese contraste y dejen de venir, y cuando los de dentro se cansen, arreciará la represión.
El strongman aseguró que no volverá a reelegirse, por no permitirlo la Constitución ni su esposa. El primer argumento no tiene peso. La constitucionalidad nunca ha sido un obstáculo para él. El segundo es más serio, pero, si se le antoja, tampoco lo detendrá. La tentación de permanecer en el poder es fuerte, no solo por la ambición, sino también porque no desea volver al sector privado. Una posibilidad, dado el éxito de su modelo, es emplearse como asesor de otros strongmans interesados en él. No sería el primero en encontrar esa salida. Jefe guerrillero amante de la guerra hay que, dejadas las armas, se empleó como negociador de conflictos en otros países. Hasta en eso sería como los mismos de siempre.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.