El festival conservador de la ANEP

Cuando se dice que la empresa privada no es política, da risa. Ciertamente, la ANEP está más a la derecha que Arena y cada día descubre unas opciones económico-políticas que no solo son peligrosas para el país, sino que buscan directamente la provocación y el escándalo. Intentar que Juan Orlando Hernández hable de desarrollo en El Salvador es simplemente provocar y tener ganas de buscar el enfrentamiento. Solo falta que como premio por venir la ANEP pretendiera regalarle al Presidente catracho la isla Conejo. Todo es posible si se trata de invitar a una persona famosa por su promoción de las Ciudades Modelo en Honduras. Llamada "región especial de desarrollo", este invento es mucho más que una zona franca. Aunque Honduras conservaría la soberanía sobre estas regiones, las Ciudades Modelo serían autónomas, con sus propios impuestos (que no redundarían en favor del Estado), sus propias leyes, su propia Policía (que podría ser privada, por supuesto). Incluso, podrían contratar deuda sin aval del Gobierno. Y este es o era el gran modelo de desarrollo que impulsaba el presidente Hernández.

En realidad, no es ningún invento. Honduras tuvo ya una especie de Ciudades Modelo en los campos bananeros. Y unos contratos con las compañías bananeras, avalados por la ley, que le daban a estas corporaciones buitre la facultad de tener su propia Policía, normas y parecidas libertades a las que ahora piden para las Ciudades Modelo. Todos sabemos cómo terminó el experimento bananero. Entre dictaduras, sobornos y golpes de Estado, Honduras, con Gobiernos dependientes de la United Fruit Company ("mamita yunai", en el argot catracho), consiguió convertirse en el primer país exportador de banano a nivel mundial. Pero también en uno de los más pobres de América Latina. El éxito económico de la compañía frutera fue enorme. Pero Honduras fracasó como país. La economía de plantación ha sido bastante bien estudiada y está ampliamente demostrado que cuando el boom de la plantación termina y la empresa se retira, el lugar en el que se desarrolló queda aún más pobre que antes de que comenzara la rutilante presencia de la empresa agroexportadora. La misma Honduras tiene la experiencia de la Trujillo Railroad Company, filial de la United Fruit Company, que cuando se retiró del Bajo Aguán, se llevó incluso los rieles de su sistema ferroviario, dejando a la zona en una pobreza y abandono mayor que el que había antes de que la frutera comenzara operaciones.

Hoy, la ANEP nos trae un invento tan retrógrado como absurdo. Lo llama "zedes" (zonas de empleo y desarrollo económico), que tratan de acercarse a la propuesta hondureña de Ciudades Modelo. Y que no son más que una versión industrializada de los beneficios dados a las antiguas economías de plantación. No sería extraño que trataran de replicar el esquema de la United Fruit, que consiguió en sus célebres contratas que el Congreso catracho la eximiera de todos los impuestos "establecidos y por establecer". Y que ahora nos lo quisieran vender como el milagro del desarrollo. Para unos empresarios que quieren invertir sin arriesgar, asegurar ganancias teniendo ellos el control y la ley en sus manos, no está mal. Pero para El Salvador sería un desastre más, en la tradicional tendencia de organizar a los salvadoreños en sectores con mayores y menores niveles de inclusión. Ya de por sí el sistema de salario mínimo inventado por nuestra inteligente empresa privada, que paga más a unos que a otros por trabajos semejantes, que distingue entre los que trabajan en los servicios, en la industria y en las labores agropecuarias, decidiendo cuánto hay que darle a cada uno, no solo es claramente injusto y clasista, sino fuente de desigualdad, migración y violencia. Incluso para el que corta caña durante la zafra hay un salario todavía más bajo que el mínimo agropecuario, a pesar de que la industria cañera no ha parado de crecer en los últimos años.

La ANEP no solo nos trae esta especie de resurrección de dinosaurios con nombre nuevo, sino que además invita con bombo y platillo a representantes del Cato Institute para que hablen de economía a sus socios y, lo que es más grave, al país. Porque, efectivamente, la ANEP se sirve de su influencia, supuesto liderazgo empresarial y relaciones mediáticas para presentar a estos conferenciantes como gurús que propiciarán el desarrollo de El Salvador. La tendencia del Cato Institute a sacralizar el libre mercado y limitar a los Gobiernos será muy buena para los empresarios, pero históricamente ha sido pésima para los pueblos. Y peor todavía para los pueblos pobres y víctimas de formas de comercio en las que se conservan actitudes imperiales. La postura estadounidense, embajadora Mari Carmen Aponte incluida, sobre la compra de semilla mejorada de El Salvador muestra una incomprensión absoluta de los afanes legítimos de asegurar en nuestro territorio la soberanía alimentaria.

Provocar para después decir que los otros no dialogan parece ser la estrategia de la actual directiva de la ANEP. Nunca hasta ahora habían estado tan dispuestos a hacer propuestas disparatadas, a invitar a un mandatario de Honduras que, frente a problemas con El Salvador, tiene una posición de negativa al diálogo. El presidente Sánchez Cerén ha decidido, loablemente, no entrar en conflicto con los grupos de poder por diferencias de tipo ideológico. Pero la ANEP parece extrañar las polémicas estériles con la Presidencia de la República. Pobres empresarios salvadoreños, con este liderazgo bochinchero, engreído, inconsciente de lo social, que sustituye ideas por intereses y que sistemáticamente provoca quiebres y grietas en la ya muy débil cohesión social salvadoreña.