Martirio de Jesús
No podemos contemplar la muerte de Jesús, el mártir por excelencia, al margen de su vida, pues ésta fue consecuencia de un mensaje y una práctica. En primer lugar, por ser considerado por los fariseos un blasfemo, dado que no se sujetaba a todo lo establecido por la ley; en segundo lugar, por subvertir el orden establecido impuesto por el imperio romano, pues su palabra cuestionaba toda estructura de poder; finalmente, en tercer lugar, por luchar por la liberación y salvación de las mujeres y hombres aun no convertidos, haciéndoles ver el camino verdadero hacia el Reino de Dios.
¿Es Dios amante del sufrimiento? Según el parecer de muchas cristianas y cristianos, sí, pues ven, desde su interpretación religiosa, en el martirio de Jesús, el poder exigente del Padre, que conduce al Hijo al sufrimiento extremo. Por tanto, la conclusión que sacan es: si de esto es capaz Dios con su propio Hijo, hará lo mismo con cualquier otro ser humano; de ahí que crece el temor alienante y destructor y la certeza de que a Dios hay que estarlo complaciendo y eso jamás será posible.
¿Puede un Padre tierno y amoroso querer el sufrimiento de su Hijo? Por supuesto que no, pero el común de las y los cristianos creen que sí, porque desde la religión eso se les ha transmitido: un Padre que envía a su Hijo a morir violentamente. Ahora bien, la muerte violenta de Jesús, su martirio, fue la consecuencia de su compromiso por la construcción del Reino, o sea, la fidelidad a su misión; cuyo mensaje de salvación fue rechazado por quienes no lo entendieron y no quisieron convertirse a la propuesta del Reino de Dios.
No es Dios quien quiere el martirio de su Hijo, pues dejaría de ser el Padre tierno y amoroso en quien Jesús encuentra todo consuelo, por lo que le llama confiadamente "Abbá", o sea, Papito. Dios envía al Hijo a realizar su misión en un contexto de no conversión, de resistencia a la instauración de un nuevo orden de vida. Es a esta realidad a la que Jesús se enfrenta y es consciente que ello le llevará al martirio, que está dispuesto a vivir por su fidelidad al proyecto amoroso del Padre.
La muerte de Jesús, su martirio, es consecuencia de su lucha, de su enfrentamiento evangélico con los poderes de su tiempo, que se sintieron cuestionados por sus llamados a un cambio radical de vida. Si Jesús se hubiera acomodado ante esos poderes, si su decisión hubiera sido la de mantenerse al margen y guardar silencio, su martirio no hubiera acontecido. Pero Él, fiel a su compromiso, se entregó con valentía a la lucha contra el des-orden establecido de su tiempo, cuestionando su modo de proceder, contrario al Reino del Padre que Él venía a instaurar.
Jesús no buscó el martirio por sí mismo, tampoco fue una decisión del Padre, sino que le fue impuesto violentamente por el poder político y religioso de su tiempo, por defender la causa del Reino.
Jesús no defendió su vida, eso no quiere decir que buscara la muerte; Él defendió su causa, la del Reino del Padre que vino a instaurar en medio de una sociedad de grandes contradicciones: de miseria y opulencia, de hipocresía religiosa y fe verdadera, de insolidaridad y fraternidad, de odio extremo y amor abnegado. Su causa, no era posible llevarla adelante con los tropiezos que la sociedad imponía, por ello tenía que denunciarlos y buscar la manera de erradicarlos a través del amor que Él anunciaba. Su causa fue el amor y la defendió hasta la muerte.
Mártires por el Reino
Hay muchas y muchos mártires reconocidos por la Iglesia, pero también hay los que han quedado en el anonimato. Sin embargo, todas y todos ellos, han muerto por la misma causa de Cristo, la del Reino, por la que sacrificaron su vida, para hacer posible la utopía de la verdad, la justicia, la paz, la libertad, la fraternidad, el amor. Es esta lucha evangélica por hacer posible esta utopía, por la que también Jesús dio su vida, lo que les hace ser mártires por el Reino.
Las y los mártires por el Reino, lo son, según Santo Tomás de Aquino, si su muerte tiene una relación clara con la de Cristo; por tanto, "es mártir quien muere defendiendo la sociedad contra los ataques de sus enemigos que intentan corromper la fe cristiana". Y como la fe cristiana está basada en el amor al prójimo, todo lo que atente contra éste, es un ataque a los principios de la fe, que hay que defender con la vida misma. Y este es el papel que asumen las y los cristianos comprometidos por instaurar el Reino de Dios.
El martirio de las y los mártires por el Reino se hace posible, porque ellas y ellos prefieren sacrificar su vida, antes que ser infieles a sus convicciones más profundas; por ello, corren el riesgo en la defensa de aquello que consideran un llamado de Dios. Pero también existe la otra parte que hace posible el martirio, son las personas que rechazan el anuncio y denuncia profética, de quienes están en la línea del Evangelio, y por esta razón, persiguen, torturan y matan, a quienes consideran una amenaza para sus mezquinos intereses.
El amor, la verdad, la paz, la justicia, la libertad y el mismo Dios, no siempre se ven con claridad en la sociedad, porque existen mecanismos de muerte que obnubilan estas presencias y no las dejan florecer. Ante esta situación, la afirmación de Dios y de ciertos valores, sólo puede ser posible bajo la forma de persecución, cárcel, destierro y muerte, que es lo que padecen las y los mártires por el Reino, al mantenerse firmes en su misión por la construcción del orden nuevo que Dios propone.
El martirio no se busca, como tampoco lo buscó Jesús, sino que se impone de manera violenta, por parte de quienes en la sociedad ven amenazados sus intereses y creen que con la muerte quedará solucionada tal amenaza. Pero la y el mártir que pierden así su vida, la recuperan en toda su plenitud, porque quedan entronizados en el reino inmortal de la existencia, viviendo para siempre.
La Iglesia desde sus orígenes ha estado enfrentada a los poderes de este mundo por salvaguardar la fe. Por ello, las y los mártires en su seguimiento de Cristo y expresión de su fe en Él, decidieron participar de la vida del Maestro y compartir su mismo destino, o sea, el martirio.
Martirio en El Salvador
Con toda precisión, podemos hablar de una dolorosa experiencia de martirio en El Salvador, en donde muchas y muchos mártires no son reconocidos oficialmente por la Iglesia institución, pero sí por el pueblo cristiano que las y los vio entregando su vida por una causa evangélica.
Ser fiel al Evangelio conllevaba necesariamente al martirio, porque la Palabra de Dios se consideraba subversiva, por señalar con claridad los abusos cometidos contra las y los más débiles; lo expresó con claridad el P. Rutilio Grande, en Febrero de 1977, un mes antes de su martirio: "Está en juego, ser o no ser fiel a la misión de Jesús en medio de este mundo concreto que nos ha tocado vivir...; Es peligroso ser cristiano en nuestro medio. Prácticamente es ilegal ser cristiano en nuestro país, porque necesariamente ante el mundo que nos rodea, fundado en el desorden establecido, la mera proclamación del Evangelio es subversiva".
No podemos olvidar la memoria de las y los mártires, debemos hacerlos presente siempre para ser fieles a la historia que ha vivido nuestro país. Quienes pretenden enterrarla, son aquellos que todavía se siguen incomodando con la palabra que interpela y lleva a cuestionarse el por qué de ciertas situaciones de injusticia acaecidas en nuestra patria.
Monseñor Romero, quien entregó su vida por ser fiel al Evangelio, en su Homilía del 23 de Septiembre de 1979, nos hacía ver que no podemos olvidar a quienes habían muerto en condiciones martiriales: "¿Por qué se mata? Se mata porque se estorba. Para mí que son verdaderos mártires en el sentido popular. Naturalmente, yo no me estoy metiendo en el sentido canónico, donde ser mártir supone un proceso de la suprema autoridad de la Iglesia, que lo proclame mártir ante la iglesia universal. Pero sí son mártires en el sentido popular, son hombres que han predicado precisamente esa incardinación con la pobreza, son verdaderos hombres que han ido a los límites peligrosos donde la Unión Guerrera Blanca (UGB) amenaza, donde se puede señalar a alguien y se termina matándolo como mataron a Cristo. Los sacerdotes que han sido matados también han sido hombres y tuvieron sus manchas. Pero el hecho de haber dejado que les quitaran la vida y no haber huido, no haber sido cobardes y haberlos situado en esa situación de tortura, de sufrimiento, de asesinato, para mí es tan valioso como un bautismo de sangre y se han purificado. Tenemos que respetar su memoria".
También el Papa Juan Pablo Segundo, en su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, en el número 37, nos recuerda el no olvidarnos de quienes dieron la vida por ser fieles a la causa del Reino:"Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes, sacerdotes, religiosos y laicos han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. Es un testimonio que no hay que olvidar".
Las y los mártires de El Salvador, no fueron únicamente personas consagradas oficialmente en la Iglesia, sino que hubo quienes dieron su vida inspirados por el Evangelio, buscando cómo construir una sociedad más justa, libre y humanitaria, en donde todas y todos pudieran gozar de los bienes de la creación.
Quien todavía se atreva a negar la situación de violencia, padecida por amplios sectores de la sociedad salvadoreña, habrá que recordarles, que la misma Conferencia Episcopal, en una carta dirigida el 5 de Marzo de 1977, confirma la situación de persecución y muerte en El Salvador: "Ha aumentado la represión de los campesinos y de todos aquellos que les acompañan en su justa toma de conciencia. Ha aumentado el número de personas muertas y desaparecidas en situaciones no debidamente aclaradas. También ha aumentado la tortura como medio de intimidar. Ha existido una campaña no sólo de amenaza e intimidación a sacerdotes, seglares, instituciones y publicaciones de orientación cristiana".
No olvidar la memoria de nuestras y nuestros mártires, no es para incitar al odio y mucho menos a la violencia, sino para que hagamos justicia, recordando a quienes ofrendaron su vida por la construcción de un nuevo El Salvador, más justo, más fraterno, más humano, más igualitario, en donde todas y todos puedan disfrutar de los bienes de loa creación dejados por el Padre.