Acabamos de celebrar el día de la tierra. Y dadas las circunstancias de nuestro país, es necesario reflexionar con mayor insistencia sobre el tema. Aunque el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) tiene proyectos interesantes, los problemas medioambientales que nos esperan muestran escenarios aterradores. Un estudio de la Universidad Purdue, uno de los centros de educación superior de mayor prestigio en Estados Unidos, afirma que el calentamiento global, si no ponemos remedio, convertirá las zonas tropicales del mundo en áreas inviables para la vida humana. En otras palabras, existe la posibilidad de que El Salvador como país deje de existir. Por otra parte, la revista Nature, una de las publicaciones científicas de mayor credibilidad, decía hace poco en un artículo que “los trópicos serán los primeros en superar los límites históricos de temperatura. Olas de calor continuas amenazarán la biodiversidad y afectarán a los países más poblados y con menor cantidad de recursos para adaptarse”. Se produce así la paradoja de que los primeros países que serán afectados por los cambios climáticos son los menos responsables del calentamiento global, producido por la industrialización de los países del norte. Aunque esperamos que el mundo sepa corregir los ritmos del calentamiento global, las consecuencias para nuestros países siempre serán duras. Prepararnos para ellas es urgente.
En El Salvador hay un proceso de desertificación que hará más grave la situación. Hasta hace poco se decía que la deforestación del país ascendía a un promedio de 4,500 hectáreas al año. Parece que se ha frenado algo. En su Política de Lucha contra la Desertificación, el MARN dice que “factores socioeconómicos como la existencia de pobreza en el 50% de la población, índices bajos en educación, mal uso de la tierra, avance de la frontera agrícola, uso de leña como fuente de energía, demanda insatisfecha de recursos forestales y el acelerado crecimiento poblacional han ocasionado una fuerte deforestación de grandes extensiones de tierras, antiguamente cubiertas por bosques naturales”. Aunque existe un política de reforestación, los avances son pequeños. Y a mayor desertificación, mayores consecuencias desastrosas. El hecho de que las zonas norte de El Salvador sean las más desertificadas explica en buena parte la sistemática migración de los jóvenes de esas localidades rumbo a Estados Unidos. La vida en Chalate es cada vez más difícil por el deterioro productivo de la tierra. Es difícil entender en este contexto el porqué no se han firmado los Acuerdos de Escazú. Coquetear con la minería metálica, como se está denunciando, es coquetear con ladrones medioambientales que nos dejarán más indefensos para luchar contra el calentamiento global.
En este contexto, deben acelerarse las políticas protectoras contra el cambio climático. Según algunos cálculos, si el mundo no logra reducir la velocidad actual del calentamiento global, en el año 2047 se alcanzarán temperaturas sumamente complejas para el desarrollo de los países pobres ubicados en los trópicos, como nosotros. En otras palabras, disponemos de 25 años nada más para prepararnos para una situación difícil. Procesos de reforestación urgentes y sistemáticos, reservorios que garanticen agua accesible y sana para toda la población, mejora de los regadíos aprovechando que seguiremos por muchos años siendo un país con abundante lluvia en los seis meses húmedos son tareas indispensables para enfrentar el futuro. El papa Francisco, en su mensaje sobre el medio ambiente, Laudato si, dice que “merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo”. En El Salvador, esa lucha vigorosa contra las consecuencias del deterioro medioambiental nos corresponde a todos. Ojalá logremos poner el tema en la mesa del diálogo y de la acción.