La agenda de temas presidenciales es breve y pobre. Predominan la baja ocurrencia de homicidios, las referencias a los sitios donde hablan bien del mandatario y, cuando se ofrece, anotaciones puntuales favorables, turismo, criptomonedas, digitalización y concursos de toda clase. No es que la agenda nacional carezca de asuntos que ameritan la atención del poder ejecutivo, sino que este no puede referirse a ellos sin encontrarse en aprietos, porque pondría en evidencia una gestión errática y, sobre todo, porque no tiene mayor cosa que decir. Quizás Bukele ni siquiera está al tanto del acontecer nacional, encerrado en la comodidad de la burbuja del poder. En esas condiciones, la posición más segura es callar.
Las situaciones más críticas, por lo general, las deja en manos de sus funcionarios, quienes salen a dar la cara para resguardar su imagen. Bukele solo comparece para anunciar triunfos y eventos espectaculares. Las pocas veces que se aventura en terrenos como el valor de la canasta básica, sus intervenciones no son muy felices. Pero la precaución no ha podido impedir el desgaste de su credibilidad. Las contradicciones, las inconsistencias y los incumplimientos son cada vez más graves e inocultables. Ni él ni sus ministros son confiables.
Los temas de la agenda nacional sobre los cuales la dictadura guarda un silencio escandaloso son muchos y diversos. El alza del costo de la canasta básica y de la vida en general, la alta tasa de desempleo, el débil crecimiento de la economía y la huida persistente de un país supuestamente maravilloso. La epidemia de dengue, la elevada incidencia de las enfermedades respiratorias agudas y gastrointestinales, la falta de personal médico y la escasez de medicamentos. La vulnerabilidad del territorio a la crisis climática y los terremotos. El abandono de la producción agropecuaria. El temor creciente a ser víctima del abuso de los soldados y los policías. Los desaparecidos y las torturas, los asesinatos y los entierros clandestinos, prácticas habituales en las cárceles.
La lista de temas que demandan la atención prioritaria de un gobernante que dice obedecer la voluntad popular es interminable y muy embarazosa, porque no tiene la menor idea de cómo lidiar con ellos. Por otro lado, evadirlos erosiona silenciosa e inexorablemente su popularidad. Desconocer, olvidar y silenciar no es solución. Tampoco regalar tazas de café. Cada vez es más claro que el pueblo no es su prioridad, sino un medio hábilmente manipulado para aupar en el poder a un selecto grupo de nuevos ricos. Los hermanos Bukele les abrieron la posibilidad para ascender a las alturas de la rígida estructura social del país a cambio de su complicidad. Paradójicamente, una porción considerable del pueblo les despejó el camino para introducirse en el círculo de la riqueza. No hubieran entrado sin el poder entregado en las urnas.
Inesperadamente, Bukele reveló una de las fuentes de riqueza de sus legisladores. Además de un elevado salario para el promedio nacional, cada mes reciben varios miles de dólares para unos asesores innecesarios, porque simplemente obedecen órdenes. Sin embargo, la exposición ante una opinión pública golpeada por el alto costo de la vida y el desempleo no es más que un contratiempo desagradable. La dictadura pasará, pero el capital acumulado gracias a la corrupción permanecerá. El tiempo se encargará de relegar al olvido su origen corrupto de la misma manera que lo ha hecho con otros grupos. El mayor perdedor será, como es usual, el mismo pueblo que los toleró.
No deja de sorprender que la dictadura se haya consolidado a pesar de sus contradicciones. Mucho se debe al exitoso marketing de Casa Presidencial. Sin embargo, este no consigue convencer a los inversionistas extranjeros, un sector clave para los planes de los hermanos Bukele. Ni siquiera los más aventureros apuestan por ellos. Cuando se trata de dinero, hasta los más temerarios exigen unos mínimos de confiabilidad que no encuentran en la dictadura. La inversión directa es mínima, la actividad económica no despega, la deuda se acumula imparable así como los intereses, las fuentes de financiamiento se secan y la escasez comienza a hacerse sentir. La iliquidez recorta el gasto social, abandona las obras emprendidas y acumula cuentas por cobrar entre los proveedores. Las seguridades del embajador estadounidense sobre la confiabilidad del régimen son diplomáticamente correctas, pero no despejan las dudas.
La dictadura se encuentra en un callejón sin salida. Según uno de sus eslóganes iniciales más repetidos, y ahora olvidado, el dinero debiera abundar, porque ninguno de los suyos roba. Pero resulta que sufre de parálisis progresiva por insolvencia.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.