Los servicios de inteligencia han dejado al régimen de los Bukele a merced de “fuerzas oscuras” y “agentes externos”. Unos agentes que, según el vicepresidente, “siguen lineamientos estructurados con recursos bélicos y financieros” y, según el oficialismo, ejecutan acciones “misteriosas” que responden a “intereses oscuros o mezquinos”. El fiscal, tan perdido como sus colegas, solo acierta a advertir “una serie de amenazas, principalmente de gente anarquista que en un determinado momento puede afectar la seguridad […] gente que está siendo influenciada o puede ser influenciada para atentar contra las autoridades”. El jefe del Estado Mayor, que debiera estar al tanto de la situación, tampoco sabe identificar a esas fuerzas, que “estarían contando con financiamiento externo”. La inteligencia del régimen es tan incompetente que, pese a ser tan peligrosas, desconoce la identidad, los planes y las fuentes de financiamiento de esas fuerzas. La ignorancia costó la vida a más de 40 personas en 72 horas.
¿O será más bien que esas fuerzas son tan poderosas que están fuera del alcance de cualquier servicio de inteligencia medianamente competente? Según la narrativa presidencial, el país habría caído en sus garras y ellas serían las responsables de los 47 asesinatos perpetrados en tres días. Unas fuerzas de esa índole solo podrían ser contrarrestadas por otra de igual naturaleza, pero de signo contrario. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido, según la interpretación presidencial. Los homicidios desaparecieron tan oscura y misteriosamente como comenzaron, 24 horas después del despliegue del Ejército y la Policía. Esos instrumentos de la luz habrían realizado “múltiples capturas” y habrían hallado “maletas con grandes cantidades de dinero”. Al frente de estas fuerzas de la luz se encuentra el mismo Bukele. “Dios está con nosotros y nos lo volvió a demostrar, permitiéndonos recuperar el orden”, dijo. Así, pues, el país es escenario de una nueva versión de La guerra de las galaxias, donde las fuerzas de la oscuridad, caracterizadas por la perversidad, la destrucción y el miedo, confrontan a las fuerzas de la luz, creadoras de valor, de tranquilidad y de rectitud.
La narrativa presidencial es tan fantástica como incoherente. Las innominadas “fuerzas oscuras” no son otras que los “enemigos antiguos, pero con nuevos aliados y financiamiento”, que “quieren que nuestro país regrese al pasado. De hecho, estos tres días de violencia fueron iguales a los tres días normales de los Gobiernos anteriores”. Claramente, se trata de Arena y del FMLN, el sumo de la maldad y la perfidia, ahora aliados con Washington. Ellos serían los responsables de los homicidios. Pero estas fuerzas de la perdición se dieron de bruces con un Bukele imbuido de sabiduría, de nobleza y de bondad irrebatibles, que las habría derrotado. En realidad, Arena y el FMLN están arruinados y sin rumbo desde hace tiempo. En la actualidad, no tienen capacidad para cometer semejante crimen. El misterio que rodea las capturas y la discrepancia sobre el destino de “las grandes cantidades de dinero” halladas ensombrecen el portento de las fuerzas de la luz. Según la Policía, es el rescate de un secuestro; según Bukele, es de las fuerzas del mal. La narrativa embrolla lo extraterrestre con lo terrenal.
La fugacidad de la curva de homicidios sugiere la existencia de una veda para matar, que así como se levanta, se implanta de nuevo. Las pandillas utilizan los asesinatos para presionar el cumplimiento de lo pactado o para exigir nuevos privilegios. La elevación de los homicidios a la esfera cósmica oculta la crisis de Bukele con las pandillas al mismo tiempo que lo proyecta nacional e internacionalmente como un mandatario que controla con mano firme a las fuerzas de averno. Si esto último fuera cierto, pudo haber evitado el derramamiento de sangre. En cualquier caso, sacrificar vidas humanas es deleznable y patibulario.
Si algo queda claro es que el régimen no controla el territorio. Las pandillas deciden cuándo subir o disminuir los homicidios, mientras la extorsión y las desapariciones continúan inalteradas su curso. La verdadera lucha de Bukele no es contra Arena y el FMLN, ni contra sus críticos y los descontentos, sino contra las pandillas. Más aún, está en desventaja, porque aquellas tienen la iniciativa, a pesar de la millonaria inversión en el Ejército y la Policía. De ahí que esté en lo cierto al reconocer la necesidad de “mejorar nuestros equipos de inteligencia y rastreo para que esto no vuelva a pasar”.
La interpretación presidencial del precario estado de la seguridad ciudadana en términos similares a los de La guerra de las galaxias oculta el conflicto verdadero e inviste a Bukele de poderes prodigiosos. Y de paso, alimenta el odio contra unos enemigos ya vencidos e intenta atemorizar al creciente descontento popular, el caldo de cultivo de la oposición política. Irónicamente, las pandillas se mueven en la misma oscuridad que los Bukele. Ambos ocultan el rostro, causan daños irreparables y prevalecen por el miedo.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.