Dicen que dos personas no pueden dialogar si una de ellas no quiere. Pero si uno insiste en su deseo y apertura al diálogo, acaba ganando la apuesta, al menos en el largo plazo. Amparados en una masiva victoria electoral, un buen grupo de diputados prescinden del diálogo, especialmente si la contraparte que intenta dialogar parte de un pensamiento crítico. Lo críticos también con frecuencia se obstinan en solo ver realidades malas en la situación actual y se niegan a reconocer cualquier actividad o situación positiva. En este contexto, no es raro preguntarse si es posible el diálogo entre las partes enfrentadas. Dada la dureza y permanencia de nuestros problemas, es posible que el tiempo irá ayudando a frenar el mesianismo de unos y la cólera crítica de otros. Por eso, aunque de momento las perspectivas de diálogo se puedan ver muy negativas, es importante hablar del tema.
De entrada, hay que trabajar por romper la estructura mental de ver todo en blanco y negro. Muchos de lo seguidores del actual régimen fueron miembros de otros partidos y no dan la impresión de estar muy arrepentidos de su historia. O al menos no se acusan a sí mismos de haber sido ladrones y cómplices de la inutilidad casi absoluta que el régimen al que admiran atribuye al pasado inmediato. También los críticos del régimen, por poner un ejemplo, prefieren ver cualquier problema en el proceso de vacunación y no reconocer que, para las posibilidades del país, ha sido sorprendentemente ágil hasta el momento.
Un punto de necesaria convergencia en el que hay que insistir es la situación de empobrecimiento en el país. Un país con casi un 40% de la población en pobreza a causa de la pandemia y otro 40% en situación de vulnerabilidad no puede avanzar sin un proyecto común. Y no existe tal proyecto. Reflexionar sobre las necesidades de nuestro pueblo, mayoritariamente pobre y vulnerable, será siempre el objetivo más humano y positivo si se quiere comenzar un diálogo efectivo. Lamentablemente, la soberbia de los triunfos electorales espectaculares conduce a pensar que no se necesita a nadie para resolver problemas. Por otro lado, esa clase media estable que compone el 20% de la población y el mínimo porcentaje de los muy ricos se preocupan más de sus intereses que de las necesidades de los pobres. Mirar con mayor humildad unos las necesidades de nuestro pueblo pobre, y con mayor generosidad y capacidad de sacrificio otros, ayudaría a encontrar un punto indispensable de futuro. Y ya hablando de las necesidades fundamentales, será más fácil avanzar hacia puntos y hechos más difíciles.
La verdad se construye en comunidad y diálogo. Las verdades abstractas impuestas, lo mismo que las promesas vacías o irrealizables, solo conducen al agravamiento de los problemas. La razón crítica nunca ha estado ausente de El Salvador. Pero durante treinta años se negoció con ella en un sí pero no, que en el mejor de los casos acababa beneficiando al 20% de la población en situación más cómoda. Hoy la razón crítica constituye un atentado contra la soberbia del presente. O al menos así lo siente el poder. Romper paradigmas, desandar algunos de los caminos recorridos, reconocer que podemos caminar juntos en objetivos estratégicos a pesar de la diferencia de opiniones, es la única actitud positiva para el país. Obstinarnos en doblegar voluntades siempre lleva al fracaso. Si hay que volver a empezar, como dice el papa Francisco, “hay que hacerlo desde los últimos”.
* José María Tojeira, director del Idhuca.