Las elecciones legislativas y municipales del próximo año se acercan a grandes pasos. Como se aprecia en las noticias y en el comportamiento de los candidatos en pueblos y colonias, el nerviosismo propio de este tipo de acontecimientos se ha apoderado de muchos. Los candidatos, con el afán de promover sus causas, están mostrando niveles de cercanía y generosidad con la población inusitados si se consideran con tiempos normales, es decir no electorales. Unos se promocionan regalando lentes y cunas, otros se convierten en acróbatas de circo, otros visitan a cuantos templos y pastores que se encuentran en su circunscripción para dar fe de su respeto por la palabra divina.
Estos actos electorales, aunque sus protagonistas no los llaman de esta manera, en parte porque la campaña no ha iniciado oficialmente, algunos los catalogan de meros actos excéntricos de algunos políticos que buscan llamar la atención. Los internautas se burlan constantemente de los protagonistas de esta modalidad de campaña. Por ejemplo, a propósito de los diputados que presentaron una pieza de correspondencia para cambiar el nombre de la “Puerta del Diablo” a “Puerta de Dios”, algunos incluso sugirieron aprovechar la ocasión para no seguir votando por estos diputados que van a perder tiempo en la Asamblea en promover leyes inútiles.
Si bien que a raíz de estos casos pre-citados se ha discutido ampliamente en las redes sociales y en otros foros sobre la calidad del proceso electoral y la representación en El Salvador, no se ha hablado mucho sobre las características de quienes emprenden estos tipos de acciones espectaculares de campaña, como tampoco se ha subrayado su conexión con la llamada votación por rostro.
Desde que sendas sentencias de la Sala de lo Constitucional obligaron a los partidos a identificar en las papeletas a los candidatos, desbloquear las listas y permitir el voto cruzado entre partidos, el incentivo para los candidatos es precisamente darse a conocer para que el electorado pueda identificarlos frente a sus contendientes del mismo partido y de los otros partidos. Es evidente que con ello no se prescribe una forma determinada de hacer campaña. Los candidatos podrían haber elegido hacer campañas usando modelos programáticos, en vez de considerar como clientes a los electores. Sin embargo, aun así, no cabe dudas que los incentivos para la vinculación entre políticos y electorados cambiaron con estas últimas reformas. Ser “conocido” se vuelve un elemento fundamental para sobrevivir.
Esta necesidad de ser “conocido” no pesa igual según los partidos o los candidatos. Por ejemplo, por la posición que ha adoptado el FMLN frente a los últimos cambios en las reglas electorales, sus candidatos tienen menos urgencia para promocionarse individualmente. Hasta ahora, el partido ha promovido su bandera en detrimento de la personalidad de sus candidatos. Y, lo más importante, al parecer, los candidatos se han plegado a esta estrategia partidaria. En general, se abstienen de hacer campaña a su nombre y competir entre sus compañeros dentro de la lista.
Sin embargo, no sucede lo mismo dentro de los otros partidos. No cuentan con la ventaja de controlar el poder ejecutivo. En esta perspectiva, sus dirigentes tienen menos recursos disponibles para premiar a quienes juegan de manera colectiva. El caso de ARENA ejemplifica con claridad este juego de incentivos para promoverse individualmente y la incapacidad de los dirigentes partidarios para imponer estrategias colectivas frente a las ambiciones de sus políticos. Ha sido la organización que más casos de políticos con manifestación de generosidad dudosa hacia los electores se han conocido en los últimos días.
Por otro lado, no sólo existen partidos que tienen problemas para imponer estrategias colectivas a sus políticos, como es el caso de ARENA, hay otros, los más pequeños, como PDC, PCN y GANA, cuyos legisladores dependen en buena medida de la promoción de este tipo de vínculos clientelares con su electorado. Estos se eligen en distritos pequeños y sus partidos se asientan más sobre los políticos que se encuentran en puestos de poder. En estos casos, incluso sin las últimas modificaciones en las reglas electorales, no cabría esperar más que la promoción de estos tipos de vínculos directos entre representantes y representados.
Quien se detiene a revisar los resultados electorales observará que, típicamente, aquellos que hacen campaña con estos actos de generosidad repentina hacia los electores, entregando lentes y cunas o proponiendo cambiar el nombre de la Puerta del Diablo, son políticos que se eligen por residuos o en los últimos lugares de la lista de sus partidos, o quienes se postulan por primera vez al parlamento. Estos son muy vulnerables. La promoción individual es la única manera que tienen para asegurar presencia en las noticias a nivel local o mostrar sus vínculos con un electorado que no necesariamente vota de manera ideológica.
Los comentarios sobre el comportamiento de estos políticos descritos en este texto suelen destacar su mal gusto, supuesta ignorancia o voluntad de manipulación de los electores. Algunos incluso han visto en ello motivo para denunciar su poca creatividad. Pero, lo irónico del caso es que, en el contexto actual salvadoreño, muchos políticos no sobrevivirían sin este tipo de campañas. Es más, en cierta medida, estos tipos de comportamiento de los diputados o aspirantes en campaña son un resultado directo de los cambios en las reglas electorales. Lo que es aún más grave, si no se cambian las condiciones estructurales de pobreza y apatía de buena parte de la ciudadanía hacia la política, es probable que proliferen más este tipo de campañas.
En todo caso, esta realidad nos debería de servir como advertencia. A veces, más que todo en materia de reformas políticas, las buenas intenciones no siempre llevan al paraíso.