Gobernanza significa buen gobierno. La gobernabilidad indica, en cambio, la calidad de obediencia o incluso de sumisión del ciudadano que hace fácil gobernar a un pueblo. Muchos líderes autoritarios tienen durante al menos un tiempo un nivel de gobernabilidad alto, pero la gobernanza, que se refiere a la calidad democrática del gobierno, es generalmente baja. Mucha gente confunde ambos términos, pero la diferencia es clara. La gobernanza nos habla de buen gobierno y la gobernabilidad de aceptación del gobierno entre la gente, sea bueno o malo el modo de gobernar. Ser buen gobierno no depende de los votos recibidos, sino de criterios externos al poder como la ética, la justicia social o los derechos humanos.
Con frecuencia algunas personas se preguntan por qué algunos regímenes autoritarios pueden durar largo tiempo cuando hay datos evidentes de sus fallos en el modo de gobernar. Y la respuesta tiene múltiples facetas: investigar y buscar la verdad, enfrentarse a ella, es una tarea compleja. Con frecuencia preferimos creer dogmas, sobre todo cuando el que manda los expresa con total seguridad y con algo de ingenio. La comodidad puede perfectamente ser otra razón. Es mucho más cómodo aceptar un gobierno autoritario que luchar contra él, especialmente si se tienen bienes que se podrían arriesgar o perder en la confrontación con el más fuerte.
No faltan también los que seducidos por el individualismo se conforman con cualquier situación con tal de que esta no toque sus intereses. Otros plantean la duda con actitud de conveniencia. Se muestran abiertos a la crítica, pero se disculpan diciendo que lo diferente puede ser peor, que nunca sabremos lo que puede sobrevenir en un futuro diferente de un presente aparentemente estable. Al final, optar por un gobierno autoritario termina siendo una decisión de conveniencia: o me da mucho, o puedo perder comodidad, seguridad o estabilidad si me opongo.
Y por supuesto, están los clientes. Toda democracia imperfecta tiende a establecer vínculos clientelistas. No quedan lejos unas elecciones en las que el candidato perdedor, en aquel momento de Arena, decía que “ si gano voy a dar todo lo que dice el FMLN que dará, y todavía más”. Las promesas pueden creerse en algún momento, pero los clientes son los que se benefician y, por tanto, terminan seguros de que el gobierno que les favorece es el mejor, al menos mientras no sientan que otro gobierno les puede dar más. Y finalmente están los convencidos, que no suelen ser tantos en la política, y los fanáticos, que tienden a la agresividad en la defensa de sus posiciones. Tanto los clientes como los fanáticos cambian de posición cuando no reciben lo que esperan y piensan que otro se los puede dar. Con la diferencia de que el cliente simplemente se adapta, pero el fanático pasa del amor al odio con respecto a su anterior objeto de pasión.
En El Salvador se ha consolidado, con las últimas elecciones, un gobierno de corte autoritario, con amplia influencia en los tres poderes del Estado y que goza de gobernabilidad. Para avanzar hacia la gobernanza se necesita crecer en respeto a los controles externos al Estado. Es bueno pedir independencia para las instancias estatales que sirven como sistema de control interno del poder. Pero el poder también hay que controlarlo desde fuera y desde valores humanos universales. Como ya hemos dicho, la ética, la capacidad crítica de una racionalidad humanista y los derechos humanos son fundamentales para corregir los excesos de poder. A la sociedad civil le corresponde salir de la comodidad y del interés particular para ir creando una base de pensamiento común en torno a la justicia social y al desarrollo inclusivo que nos lleve de la gobernabilidad a la gobernanza.