Este fin de semana tuvo lugar en Cartagena, Colombia, la sexta Cumbre de las Américas, con las ausencias deliberadas de los presidentes de Ecuador, Venezuela y Nicaragua, y la obligada del mandatario cubano. La Cumbre terminó el domingo sin un documento conclusivo por la imposibilidad de lograr un consenso de los países asistentes. Ello se debió al choque frontal entre los intereses de Estados Unidos y Canadá con los del resto de países americanos. A pesar de que dos de los temas más conflictivos ya eran parte de la agenda (la participación de Cuba en las próximas cumbres y el apoyo a la reivindicación argentina sobre las islas Malvinas), era evidente que Estados Unidos no iba a ceder en ninguno de ellos.
Pero desde el inicio las cosas se complicaron aún más por la solicitud del anfitrión, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, de debatir la estrategia actual de la lucha contra el narcotráfico por su poca eficacia y el alto costo en vidas humanas. De ese modo, el presidente Santos respaldó la propuesta del presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, que desde hace varias semanas insistía en que el punto debía ser introducido en la agenda y para lo cual buscó infructuosamente el apoyo de sus pares centroamericanos. Seguramente este tema, aunque fuera de agenda, era mucho más interesante para los presidentes latinoamericanos que los de la agenda oficial y ha supuesto un punto de inflexión en la búsqueda de alternativas para la lucha contra el narconegocio.
También es digna de reseña la manera tan clara y decidida con la que los países latinoamericanos plantearon la necesidad de abrir las puertas a Cuba para que participe en las cumbres de las Américas y en la OEA, y se ponga punto final así a su aislamiento diplomático. Con este planteamiento de conjunto, América Latina ha roto su posición de total sumisión a Estados Unidos. Además, la defensa del derecho de Cuba a participar en las cumbres abona a la integración del continente y pone de nuevo en cuestión el deseo y la capacidad de Estados Unidos de practicar una relación de verdadera igualdad entre todos los Estados americanos. Sin duda, esta posición ha sido un paso adelante hacia una mayor independencia y autonomía de América Latina respecto a su vecino del Norte. Aunque el presidente Obama no lo haya aceptado, ha quedado claro que le será cada vez más difícil mantener la política de aislamiento contra Cuba.
Pero el tema de la isla no fue el único incómodo para Estados Unidos. Con seguridad le incomodó más a Obama el hecho que se solicitara que la Cumbre abordara el problema del narcotráfico y la necesidad de buscar nuevas estrategias contra este. La política actual de lucha contra las drogas no ha logrado detener el consumo en Estados Unidos, está cobrando cada vez más vidas humanas y supone un mayor esfuerzo en términos de recursos tanto para los países productores de droga como para los de tránsito. En este sentido, es un paso importante haber puesto el tema sobre el tapete de la discusión. Aunque Obama considere que la despenalización no es la solución, sí ha aceptado la necesidad de dialogar más sobre el tema y la responsabilidad que tiene Estados Unidos en el asunto.
Un tercer tema, también conflictivo y que tampoco logró resolverse en la Cumbre, fue la solicitud de Argentina de que se le respaldara en su derecho soberano sobre las Malvinas. Apoyo que no obtuvo y que motivó que la presidenta Cristina Fernández se fuera molesta. Es evidente que la alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y las excolonias inglesas sigue siendo fuerte y que Obama no está dispuesto a enfrentarse con su tradicional aliado para favorecer a Argentina.
En definitiva, en esta Cumbre quedó claro que Estados Unidos sigue actuando como el guardián de la región y que no quiere ser un Estado más entre iguales. Su voto pesa más que ninguno y, por el momento, es imposible una resolución de mayoría si no cuenta con el apoyo de la nación más poderosa del mundo.