Irene Pineda, desde el recuerdo de una estudiante de ingeniería

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Violeta Martínez
12/01/2023

Irene Pineda impartió por muchos años materias sociales y humanísticas para la Facultad de Ingeniería y Arquitectura. En medio de un derrotero de números, ecuaciones y sinsentidos, Irene se convirtió, para muchos y muchas, en un faro que nos mostraba el camino hacia el porqué y para qué de nuestras carreras. En mi caso, su luz me llevó a entender que la Ingeniería Química podía salirse del mundo desarrollado y adentrarse en las heridas del pueblo como un bálsamo que también podía curarme a mí.

La conocí en 2013, en mi tercer año, cuando cursé con ella Sociología I para ingeniería. En ese momento, yo era una joven llena de curiosidad e inquietudes, incómoda con la mayoría de las materias que había cursado hasta entonces. En nuestra primera clase del ciclo, después de estremecernos con una ponencia tremendamente humana, real, y, al fin y al cabo, salvadoreña, nos dejó una tarea que terminaría recorriendo mi mente por muchos años: "Escriba un ensayo de 2 páginas respondiendo a la pregunta: ¿cómo y por qué considero que me será útil la sociología en mi vida profesional y personal?".

Responder a esa pregunta fue muy fácil. Era, de cierta manera, una de las interrogantes con las que había querido que me confrontaran desde que empecé la Universidad. Lo difícil fue escuchar durante la entrega de los ensayos calificados lo que casi todos los estudiantes en régimen temen: "Quiero que se quede al final de la clase para hablar conmigo". Sin embargo, la mirada que acompañó sus palabras mientras me devolvía mis dos hojas revisadas diluyó rápidamente mis miedos infantiles y me mostró que era solamente una de sus tantas formas de motivar a los estudiantes de ingeniería a tener conciencia social y honradez con lo real.

Lo que vino después se cuenta solo. Irene se convirtió, para mí y para muchos a los que igualmente había inspirado, en una guía. Esa vez solo me había mandado a llamar para decirme que mi ensayo le había gustado. Otra vez yo la busqué para preguntarle qué pensaba ella sobre la ingeniería, el conflicto armado y la desigualdad. Otra vez ella calificaba las tareas y nos invitaba a mí y a otros compañeros a platicar en su cubículo sobre la realidad del país, nuestras carreras y nuestras aspiraciones. Otra vez me ayudó a replantear el esquema organizacional de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería Química para que la proyección social fuera una prioridad. Otra vez le llevaba queso y pan dulce. Llegué, incluso, a escribirle un correo para contarle que estaba muy triste porque había constatado que era cierto que las personas se morían por pobreza, y también fue ella la primera persona a la que busqué para calmar mi nerviosismo después de que me atreví a preguntarle a mi escritor favorito, el padre Jon Sobrino, qué pensaba él y qué habría pensado Ellacuría sobre el deber de la Ingeniería Química. En pocas palabras, Irene se volvió la amiga que necesitaba aquella joven que fui y que simplemente quería encontrarse.

Por esa materia, y también por Productos Orgánicos Industriales, aprendí que la Ingeniería Química tenía mucho que darle a El Salvador. Quizá ya me lo habían dicho, pero yo no quería entenderlo en términos de balance de materia, integrales o equilibrio de fases, sino con el filo de la verdad que desgaja la realidad y te hace sentir, tajo por tajo, cómo se desangra. En definitiva, Irene fue para mí una de las primeras portadoras de esa verdad que yo tan desesperadamente necesitaba para seguir caminando.

Con el tiempo, le dije que, a pesar de que mi carrera ya me gustaba y que ya le había encontrado su practicidad, quería cambiarme a otra que estuviera mucho más cerca de la realidad de las grandes mayorías empobrecidas de este país. En un tono más serio y menos acostumbrado me respondió: “Tenés que terminar lo que empezaste”. Diez años después, recorrí tres veces aquello que quise abandonar y aprendí que la humanización de la Ingeniería Química también podía venir tangiblemente en números si lo aplicaba en el lugar correcto. Motivarme a seguir hasta que pudiera entender eso es el gran legado que Irene dejó para esa estudiante de ingeniería que fui. Que me haya permitido entender eso también es, como me lo planteó ella misma desde el principio, un legado para mi profesión, porque espero seguir intentando replicar su ejemplo en lo que aún me falta por recorrer. Gracias, querida Irene.

 

* Violeta Martínez, docente del Departamento de Ingeniería de Procesos y Ciencias Ambientales.

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