La anormalidad de lo "normal"

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Idhuca
02/12/2009

Subir una grada, cruzar una calle o hablar con otra persona son hechos tan comunes que nadie se da cuenta de lo que se necesita para que ocurran. La vida social está ordenada pensando en que todos y todas pueden movilizarse y usar sus sentidos sin ningún problema.

Hay, sin embargo, un considerable número de personas que enfrentan dificultades para vivir en este mundo de gradas y escalones. Según el VI Censo de Población, en El Salvador hay más de 235 mil personas con discapacidad. La mayoría están en edad productiva. Para ellas, la infraestructura es un obstáculo, pero también lo es la mentalidad de esta sociedad y la discriminación de la que son víctimas.

En el país existe la obligación de que cada empresa contrate al menos a una persona con discapacidad por cada veinticinco empleados. Eso no se cumple. Pero la misma Ley de Equiparación de Oportunidades para las Personas con Discapacidad que obliga, impone una multa que invita a desobedecer: 57.71 dólares. En la cabeza de quien percibe a las personas con discapacidad como una carga, pagar la multa es preferible a tenerlas en su grupo de trabajo.

Lo mismo ocurre en las escuelas. Se prefiere ignorar a las personas con discapacidad y decir que no pueden facilitarles las condiciones necesarias para que estudien. No se construyen rampas para movilizarse en los centros escolares, entrar a las aulas y al resto de espacios; no hay intérpretes para personas sordas, ni textos en braille, ni se capacita al magisterio para educar con equidad.

Pero no sólo se debe avanzar en eso. Es necesario que las acciones para incluirlas dejen de verse como caridades u obras de altruismo, pues es su derecho. Las personas ciegas, sordas en sillas de ruedas o con discapacidad intelectual o mental también tienen derecho a la educación, a la salud, a una vivienda digna, a la información, a la cultura, al entretenimiento y al trabajo. En dos palabras: a vivir.

Todo lo que límite el goce de sus derechos es un incumplimiento del Estado a sus compromisos internacionales, pero también a su razón de ser: la persona humana y su bienestar.

Claro que atender a este sector de la población demanda inversión presupuestaria, pero el Estado debe considerarlo como lo hace con los derechos de los demás. Es necesario normalizar la sociedad salvadoreña. No es normal porque se excluye a su población, porque hay sectores que no son parte del desarrollo y en los que no se invierte.

Tampoco es normal que se siga viendo a las personas con discapacidad como "especiales". Quienes discriminan podrían encontrarse en esa condición si sufrieran un accidente, una enfermedad que se la provoque o al llegar a la vejez. Por eso, en la discriminación que estas personas padecen no hay nada de normalidad ni de humanidad. Es necesario cambiar.

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