El presidente más cool del “mundo mundial”, que despierta entusiasmo tanto dentro del país como en la diáspora nacional, tiene otra dimensión, sin la cual su figura queda inconclusa. Genialidades como el bitcóin y su ciudad libertaria, el aeropuerto oriental y el tren costero, la seguridad y ahora otro centro turístico de primerísimo nivel, asumiendo que fueran reales, no constituyen más que la cara amable de Bukele. Sus intervenciones proyectan la realidad deseada y, por eso, crean expectativas. Aunque concretara sus promesas, el régimen tiene otra faceta, de la cual no se puede prescindir sin mutilar la identidad presidencial.
La cara amable de Bukele es complementada por otra tenebrosa, que ni siquiera tiene el decoro de ocultar. El encanto fascinante es también perversidad, que detiene caprichosamente a pandilleros y no pandilleros, desintegra familias, deja hijos en el abandono, crea caos en los reducidos ingresos familiares y genera angustia en sus familiares. El día menos pensado, estos pueden descubrir que su pareja, su hermano o su hijo han muerto, torturados o desamparados, en las cárceles de Bukele. Los hogares populares viven en zozobra constante. Intempestivamente, los esbirros fuerzan la entrada en las viviendas, interrogan a sus habitantes, los amenazan con cárcel o simplemente capturan a quienes se les antoja. Erradicar a las pandillas es un pretexto para aterrorizar a la población.
Los entusiastas seguidores de Bukele no solo deben prestar atención a la cantidad de detenidos y la reducción de los homicidios como señal incuestionable de su éxito, sino también al drama humano que transparentan los testimonios de los familiares de los detenidos arbitraria e indefensamente. Las narraciones relatan la brutalidad de los policías y los soldados de Bukele, y las consecuencias de sus acciones despóticas. Una de esas voces acepta que persiga a los criminales, pero no a los inocentes, y discrepa del trato que reciben unos y otros. No es drama, expresa otra voz de una pequeña ciudad costera: “Ellos realmente son mucho peor que las tres pandillas juntas”. Una madre interpela a la esposa de Bukele para se coloque en su lugar y piense cómo se sentiría si su hija fuera víctima de una injusticia como la que sufren las madres de los detenidos.
Los que ahora dicen gozar de seguridad luego de haber experimentado el control territorial de las pandillas y aquellos otros que, desde la distancia, admiran la determinación de Bukele para acabar con ellas deben ser conscientes de que esa seguridad y esa determinación descansan en una enorme injusticia. La paz asentada en la bestialidad policíaca y militar no es verdadera. La tranquilidad de unos pocos es humillación, tortura y muerte para la mayoría; abandono y hambre para quienes aguardan el retorno de sus seres queridos. Contentarse con esta situación es egoísmo sumo y engaño grande.
Bukele ha exhibido su doble cara al anunciar la construcción de otro centro turístico, con carreteras de primer nivel y miradores asombrosos, dotado de mercados, hoteles y restaurantes con calidad Michelin. El proyecto es simultáneamente positivo y perverso. Lo que será diversión para los extranjeros y los nacionales que puedan pagarla coexistirá con la tragedia de miles de familias a las cuales se les niega la justicia. Los presuntos beneficiarios locales, directos e indirectos, son las mismas víctimas de la brutalidad policial y militar. Una cruel ironía. La buena noticia es que la inversión de alrededor de cien millones de dólares no tiene fuente de financiamiento.
Si Bukele y su gabinete de seguridad están ganando la guerra contra las pandillas y si la seguridad y la paz son palpables, ¿por qué el presidente compareció rodeado de más de una docena de hombres con armas de guerra? Si él mismo se siente tan inseguro, incluso entre los suyos, que acudieron a escuchar sus novedades, ¿cómo ha de sentirse el ciudadano común y corriente, aquel que reside en los vecindarios populares y utiliza el transporte público? Es inexplicable que un mandatario tan popular y simpático como Bukele se presente ante una reducida audiencia cercado por un fuerte contingente militar. El líder realmente popular confía en sus seguidores, su mejor protección. ¿O será que ese despliegue obedece a su debilidad por los juegos militares? En cualquier caso, la exhibición de fuerza revela mucha debilidad e inseguridad.
Igualmente indescriptibles son el vicepresidente y su proyecto de Constitución. El funcionario asegura que el nuevo texto constitucional contiene “un nuevo concepto de Estado moderno y democrático” y “una ampliación del catálogo de derechos fundamentales”. La experiencia de más de tres años muestra que Bukele no está interesado en tal Estado ni en ninguna Constitución. Por consiguiente, ampliar los derechos de la ciudadanía es irrelevante. Más aún, el mismo funcionario que lo anuncia como gran novedad justifica la violación flagrante de esos derechos. Si la intención del vicepresidente es honesta, su trabajo ha sido en vano. Los textos jurídicos, por excepcionales que sean, no cambian la realidad.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.