La debilidad de la apariencia

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Proceso
20/09/2022

Las apariencias deslumbrantes suelen seducir y cautivar. Pero en la medida que permanece y crece la separación entre apariencia y realidad, el cultivo de la apariencia intenta perpetuarse desde la mentira descarada, el control creciente del poder y la capacidad de infundir miedo en quienes tienen capacidad crítica. En El Salvador, el deseo popular de un cambio en el caminar político, el malestar social frente a la violencia, la pobreza y la desigualdad, así como la ausencia de oportunidades facilitaron el triunfo arrollador del actual presidente, Nayib Bukele, experto en creación de imagen. La capacidad de ofrecer imágenes y promesas de cambio, así como algunos logros, estuvo presente desde el inicio de su participación en la política local, inicialmente de la mano del FMLN. Tras su triunfo electoral de la mano de GANA, los símbolos de desarrollo expresados en un futuro de trenes y aeropuertos, descenso notable de homicidios como prueba de superación de la violencia, relaciones internacionales amparadas en la publicitada relación simultánea con los Estados Unidos de Donald Trump y con un prometedor gobierno chino, creaban confianza en un futuro distinto.

Cuando la imagen gubernamental comenzaba a deteriorarse tras la toma de la Asamblea Legislativa el 9 de febrero de 2020, la pandemia de covid-19 dio un nuevo impulso al reino de la apariencia. Como en muchos otros países de la región, la pandemia produjo un serio aumento de la pobreza y un grave retroceso en el terreno del desarrollo económico y social. Pero también ofrecía a los gobiernos la capacidad de crear la apariencia de servicio, efectividad ejecutiva y éxito en la lucha contra la enfermedad. El gobierno salvadoreño aprovechó la situación y concentró todos sus esfuerzos en la gestión del covid-19, aun a riesgo de dejar sin recursos otros servicios esenciales en el campo de la salud, la educación o el trabajo.

A pesar de las críticas, para el Gobierno la gestión de la pandemia fue mucho mejor de lo que podía esperarse. La rapidez inicial de la vacunación, la aportación de medicinas entregadas directamente en la casa de los enfermos, el servicio hospitalario centrado en la calidad de atención a los enfermos de covid-19, las ayudas temporales en dinero y canastas alimentarias, la mano firme sancionando a quienes se podía culpar como fuentes de contagio por desobedecer a las normas de confinamiento, tuvieron un efecto positivo en la opinión pública, a pesar de los abusos autoritarios que se dieron en los centros de contención y de algunas señales de corrupción administrativa.

Pero el tiempo pasa y los abusos siempre cobran su parte. El afán de control del sistema judicial y el modo abusivo e ilegal de destituir jueces discriminando por edad a los mayores de 60 años, unido al fracaso de la apuesta por el bitcoin, comenzaba de nuevo a empañar la aureola seductora. El régimen de excepción y la captura masiva y abusiva de jóvenes acusados de pertenecer a la maras, aun con serias deficiencias legales, creó de nuevo un camino de apoyo popular. Después de dos siglos prácticamente inútiles, “al fin vivimos en paz y libertad”, dirá el presidente Bukele al anunciar las celebraciones del 15 de septiembre. Y es que a pesar de violaciones flagrantes al derecho a la integridad personal y a algunas garantías judiciales indispensables, exigidas por la Convención Americana sobre Derechos Humanos (ratificada por El Salvador), el aumento de la seguridad en muchas zonas marginales renovó una vez más la capacidad seductora del Ejecutivo. ¿Se podía haber conseguido la seguridad de otra manera? En el terreno de la seducción política la respuesta no interesa. Otros no pudieron llevar la paz a las colonias y el actual gobierno sí.

Pero el triunfo de la apariencia, aunque disfrute de mucho brillo y aureola, tiene siempre los pies de barro. El problema del esquema de seducción política imperante tiene como base el control del poder, la construcción de apariencia desde la propaganda en las redes sociales y la imposición de medidas autoritarias para conseguir resultados. El afán de seducir desde la apariencia se percibe en el uso del dinero, en el odio a la crítica, en la incapacidad de diálogo, en la hostilidad a quienes defienden los Derechos Humanos y en el peso del poder Ejecutivo sobre cualquier instancia estatal. Si el Gobierno ha conseguido mantener la apariencia de eficacia ha sido a base de propaganda, control férreo de las instituciones públicas y algunos éxitos parciales. Estos le han dado aire y popularidad en medio de unas deficiencias económico-sociales de tipo estructural que permanecen sin cambio desde la entrada de Nuevas Ideas en la administración pública.

El problema es que sin cambios estructurales en el nivel de vida ciudadano, la apariencia de desarrollo no puede mantenerse durante períodos largos. Y menos con un estilo real de gobierno que mezcla autoritarismo político, cibervigilancia creciente y liderazgo personalista, con neoliberalismo radical en el campo de la economía. La fabricación virtual de una apariencia exitosa puede cautivar y seducir durante un tiempo. El autoritarismo y la cibervigilancia pueden también temporalmente amortiguar los deseos de cambio. Pero si el desarrollo socioeconómico se estanca, si la libertad se reprime y si el deseo de transformación y mejora social se disuelve con la rapidez de caída del bitcoin, la apariencia no tarda en desaparecer. Queda solo patente el autoritarismo y la fuerza bruta y, con él, el desprestigio internacional y la resistencia de los pueblos. En esas situaciones el deseo de paz civil, de convivencia democrática, la capacidad crítica y el desarrollo pleno de las capacidades de todas las personas, se convierten en la única salida del caos que la fuerza bruta implica y conlleva.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 103.

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