La democracia a debate

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En los últimos días escuchamos a un dirigente político decir que cree que su partido ganará en primera vuelta. Y daba como primera razón para creer en eso que su institución tenía "mucha fe en Dios". Es solo un ejemplo de lo mucho que podremos escuchar y que estamos ya escuchando en este ambiente electoral. Evidentemente, respetamos la fe en Dios, pero relacionarla con el posible triunfo electoral de un partido no solo es caprichoso, sino peligroso. Instrumentalizar la religión ni es correcto, ni está permitido por nuestra legislación fundamental. Además, la fe sin obras, como diría Santiago 2, 26, está muerta. Y las obras de los políticos no son siempre ni en su conjunto obras de la fe, al menos en lo que respecta a la fe cristiana. Pero lo que interesa no es tanto rebatir una frase, pues se podrían rebatir muchas más, y de todas las tendencias, sino reflexionar a fondo sobre la clase de democracia que queremos.

Preguntarnos qué tipo de democracia queremos es importante porque, aunque se han ido logrando mejoras desde la firma de los Acuerdos de Paz, nuestro sistema no puede llamarse todavía una democracia de calidad. Hay demasiados puntos oscuros en ella que deben ser llevados a debate en los períodos electorales. Precisamente en este tiempo en que los partidos se dedican a insultarse, mentir, inventar frases que podrían figurar en cualquier antología del disparate, urge debatir la calidad de nuestra democracia. Es evidente que si se le consultaran muchas de las situaciones actuales a la ciudadanía en un referéndum, los resultados serían muy contradictorios a la realidad existente. Por ejemplo, si le preguntáramos a la ciudadanía si está de acuerdo con que el ingreso mensual de un diputado sea el equivalente a 38 salarios mínimos del campo, con seguridad se pronunciaría masivamente en contra. Porque la diferencia es escandalosa. Y el enfrentarse a esa diferencia no es de izquierdas ni de derechas. Es un problema de decencia nacional y de calidad democrática cuya solución no puede dejarse para dentro de 25 o 30 años.

Sabemos que no es viable someter sistemáticamente a referéndum detalles del nivel y estilo del mencionado. Pero lo cierto es que necesitamos comparar siempre la realidad con la ética y con el sentido común de la ciudadanía, que sabe distinguir en general con bastante claridad entre lo bueno y lo malo. Si se le hubiera consultado formalmente sobre la participación en la guerra de Irak, los resultados hubieran sido muy semejantes a los de los sondeos de casas encuestadoras que daban una proporción del ochenta por ciento de la población en contra del involucramiento en el conflicto. Pero no siempre a los responsables de la política les interesa la opinión del pueblo salvadoreño. Detectar las mayores necesidades reales de la población y debatirlas honestamente, tanto desde la política como desde la ciudadanía, es indispensable para el desarrollo del país.

Si, como hemos dicho, el referéndum no es viable como método sistemático para todas las decisiones, urge mejorar nuestras instituciones de tal manera que faciliten la participación ciudadana, el debate y la mejora de nuestra institucionalidad. La calidad de la democracia sí debe debatirse y construirse entre todos. Y el desarrollo económico y social es parte de esa calidad en favor de la cual los propios partidos políticos deben hacer pactos de dimensión nacional. Ya se han dado en el país pactos importantes, y no solo con los Acuerdos de Paz. Pero es imprescindible que continuemos haciéndolo. Acuerdos sobre educación, salud, empleo, acceso a servicios de calidad, transporte, deuda, deben ser tomados como compromisos nacionales de largo plazo, acuerpados tanto por los partidos políticos como por la sociedad civil. Dar el espectáculo electoral de desprestigiar absolutamente al contrincante no es bueno para el país ni lo es para la democracia. Si creemos que los políticos son indispensables para la democracia, y que esta es el mejor de los sistemas políticos posibles hoy por hoy, tenemos que ser coherentes. No podemos tener una democracia sana si la gente no cree ni confía en los políticos. Y no tendremos políticos confiables si son incapaces de tomar acuerdos conjuntos en beneficio de toda la población. Y lo que hemos dicho del referéndum no significa que con respecto a algunos temas no sea necesario emplearlo en el país. Tener la posibilidad de un referéndum es parte de la calidad democrática que nuestra Constitución no nos ofrece todavía.

No negamos que la diferencia entre partidos sea positiva. Es cierto que la diferencia ideológica y en el modo de gobernar es natural y positiva en una democracia. Pero lo inaceptable es la irresponsabilidad frente a graves problemas nacionales, o incluso exhibirlos para dañar al contrario, sin tener al mismo tiempo una seria voluntad de solucionarlos. Los graves problemas se resuelven a través de acuerdos que impliquen a la gran mayoría de la gama política y de la sociedad civil, o permanecen como amenaza para el presente y el futuro. Aún estamos a tiempo de lograr acuerdos básicos que den garantía de que caminamos hacia un Estado con calidad democrática, antes de que se nos echen encima los meses oficiales de tinte electoral, cuando es lógico que afloren las diferencias. Pero si previamente asentamos objetivos nacionales comunes, el futuro será más confiable.

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