La información sobre la adquisición de un edificio antiguo en el Centro histórico por uno de los hermanos Bukele descolocó a la familia presidencial. El hermano presidente nunca antes había perdido la compostura como en esta ocasión ni sus hermanos habían polemizado con los críticos en las redes sociales. Los Bukele reaccionaron con “el ladrón juzga por su condición” y “el que las usa, se las imagina”, afirmaciones que aparentan decir todo, sin aclarar nada, para desviar la atención hacia el periodista. Luego, dieron lecciones sobre cómo establecer una empresa, acumular capital o administrar un negocio. Consejos que están fuera de lugar. Al igual que sus diputados, sus intervenciones empeoraron su posición.
Si no desean o no pueden responder directamente a los cuestionamientos, lo más prudente es guardar silencio, como lo hicieron cuando se reveló que casi habían duplicado su propiedad con la adquisición de varios inmuebles, valorados en más de nueve millones de dólares, y como lo hacen constantemente ante las interpelaciones de la gente. La apasionada respuesta de la familia presidencial indica que la denuncia tocó una fibra muy sensible, pero como no aclara las dudas sobre su capital, alimenta la sospecha de que oculta algo muy grueso.
El origen de la contrariedad no es la fuente, sino los hechos revelados. La cuestión no consiste en si el periodista recibió financiamiento, sino si su información es verídica o no. Si los datos son ciertos, la existencia de un pago para perjudicar a la familia presidencial no les resta credibilidad. En todo caso, arroja dudas sobre el motivo detrás de la difusión de un secreto familiar. Si la información es falsa, entonces, sí, se justifica criticar la fuente. La obstinada resistencia a facilitar información y la reacción tan poco presidencial de Bukele apuntan a la primera posibilidad.
El tema no es si la familia Bukele invierte o no en el país, ni si confía o no en las promesas del hermano presidente como para invertir una porción grande de un patrimonio originalmente de dimensiones más bien modestas. Tampoco se discute si usó información privilegiada, sino el origen de más de un millón de dólares para adquirir el inmueble en cuestión y remodelarlo. La legalidad de la transacción no está reñida con las exenciones impositivas decretadas por el hermano presidente dos meses y medio antes.
No se trata de una familia inversionista cualquiera, empeñada en aumentar sus ingresos y su capital, sino de la familia presidencial. En concreto, de un hermano del presidente, quien no puede alegar ser un ciudadano común y corriente, cuyas actividades, por tanto, tienen carácter privado. Si bien no es un funcionario, es uno de los poderes más influyentes detrás del sillón presidencial. Por otro lado, la rápida y abultada expansión del capital de la familia suscita dudas sobre su legalidad. Los hermanos Bukele lo atribuyen a la herencia paterna, lo cual llevó a sus detractores a indagar su procedencia y su legitimidad. Sus averiguaciones arrojan más sombras que luces.
Es irónico que la causa de la polémica sean los mismos Bukele. Si la información fluyera, la controversia actual no tendría sentido. Un presidente que se precia de estimar la honradez por encima de cualquier otra cosa se habría esmerado en dar cuenta de sus ingresos y su patrimonio y del de sus hermanos. La transparencia es la mejor defensa contra los cuestionamientos y, además, permite perseguir a los corruptos con autoridad. Si la familia presidencial es un ejemplo de honestidad, qué sentido tiene ocultarlo.
Los objetivos de Bukele están claros. Su prioridad es su familia y su legado. Más este que aquella. El legado le quita el sueño, la familia no. Tampoco lo altera la postración del pueblo salvadoreño. Su mayor temor es ser recordado como corrupto por las futuras generaciones. La fama y la familia son valores tan firmes que no estaría dispuesto a arriesgarlos por dinero. Uno de los Somoza dijo que todo es comprable si se paga su precio. Un buen “cañonazo” de dólares es irresistible.
Aunque las revelaciones periodísticas pusieron en entredicho las prioridades presidenciales, la solución es relativamente fácil. El honor de la familia y el legado presidencial se redimen con información clara, completa y veraz. La familia Bukele es víctima de sus propias maquinaciones. Levantó barreras para proteger sus tejemanejes de la crítica, pero fue demasiado lejos o demasiado ingenua. Ya está claro “en qué liga estamos jugando”: una donde Bukele comienza a perder un partido tras otro.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.