La guerra de los terroristas

22
Rodolfo Cardenal
28/04/2022

La represión del régimen de Bukele ha dejado en evidencia que el fenómeno de las pandillas tiene más envergadura que los mismos pandilleros. El pandillero caído en las redadas pertenece a un grupo familiar, inserto en las zonas más deprimidas del país. Los reclamos de ese grupo —en particular, de las mujeres— patentizan la existencia de lazos de mutua dependencia. El grupo familiar vive del salario, más bien bajo, de los miembros con empleo y de la rentabilidad criminal. Puede objetarse que de haber llevado una vida honrada habrían evitado la cárcel y sus consecuencias afectivas y económicas. Cabe preguntar también si esos pandilleros, muchos de ellos criminales, algunos mentalmente enfermos, tenían alternativa. Dicho de otra manera, si las condiciones de vida hubieran sido más igualitarias, humanas y dignas, ¿la pandilla habría sido una alternativa?

La otra cara de la represión es la de los detenidos que no son pandilleros o que lo fueron. Su núcleo familiar sufre las mismas consecuencias que las del pandillero. El castigo implacable del régimen contra los “terroristas” se ensaña también con los inocentes, por el simple hecho de residir en una zona de bajos ingresos y sin servicios básicos aceptables, por ser joven, obrero o estudiante, por parecer pandillero o por capricho de los policías y los soldados. Las víctimas de esta represión tienen conciencia clara de padecer una tremenda injusticia. La incapacidad y la falta de voluntad del régimen para verificar su culpabilidad agregan injuria a la injusticia.

La represión se ceba en las zonas abandonadas por el Estado desde la época de Arena. Al igual que entonces, cuando por fin el Estado se hace presente, es para aterrorizar. Bukele aterroriza para acabar con los terroristas, con lo cual hace de su guerra un enfrentamiento entre terroristas. El terror de Bukele es masivo por la cantidad de víctimas e indiscriminado porque castiga de manera antojadiza. Es extremadamente salvaje, porque tortura, e incluso mata a golpes, a los capturados, pandilleros o no, y porque los somete a tratos crueles y degradantes. Sin embargo, la guerra es desigual y tiene mucho de ficción, porque los terroristas contra los que lucha Bukele no oponen resistencia.

El Estado negó sistemáticamente una vida digna y humana a los habitantes de las zonas que ahora castiga con terror implacable, por convivir con pandilleros y otros criminales. Al parecer, la idea es romper la red de relaciones sociales donde aquellos se mueven. No es verdad que “quien nada debe, nada teme”, porque la gente está a merced de la arbitrariedad y la brutalidad de los soldados y los policías. Hay mucho que temer, porque ellos deciden quién desaparece en las cárceles de Bukele. Tampoco es cierto que “abril ha sido el mes más seguro de la historia”, porque la seguridad del terror es parcial y pasajera. Ha traído seguridad a las clases privilegiadas, pero no a las mayorías, que sobreviven malamente. Entre las voces que protestan, algunas han increpado a Bukele por pagarles tan mal su contribución para llegar al poder y para mantener su popularidad.

La injusticia del capitalismo neoliberal se consuma con la barbarie de los policías y los soldados del régimen, similar a la de la época de los coroneles y los generales de la otra guerra. Al igual que entonces, la “orden superior” es razón suficiente para que los funcionarios, los fiscales y los jueces ejecuten una “limpieza” que, a juzgar por los hechos, no solo encierra a pandilleros, sino también castiga la desigualdad y la pobreza. Los habitantes de los territorios reprimidos son sospechosos, peligrosos y, por tanto, objetivo legítimo del terror estatal.

No se trata de condonar los crímenes de la pandilla, sino de arrojar luz sobre la complejidad de este fenómeno social violento. Aunque puestos a condonar, no hay razón aparente para ser implacable con los pandilleros y tolerante con los corruptos. Tan terroristas son unos como otros. Pero ya se sabe, el terrorista es el de abajo, el de arriba siempre es paladín del orden y de la libertad. La acción violenta terrorista como último y único medio eficaz no transforma la sociedad, sino la hace más violenta e inhumana de lo que ya era; la polariza aún más y reafirma las fronteras entre las clases sociales; crea tensiones explosivas incontrolables e impide la búsqueda de soluciones racionales y consensuadas a graves problemas estructurales.

Aparte de ser éticamente inaceptable que un fin bueno permita cualquier utilización de medios malos, el terror estatal solo es exitoso a corto plazo. A mediano y largo plazo, ¿qué hará Bukele con las decenas de miles de capturados? ¿Dejarlos morir de hambre, de enfermedad, de maltrato y de abandono, en una versión nacional de los campos de concentración? No puede retenerlos mucho tiempo sin que la situación se vuelva inmanejable. La opción es atractiva, pero, entonces, solo podrá gobernar con la represión y el terror.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

Lo más visitado
0