La inmediatez de la virtualidad

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La actual contienda electoral es uno de los momentos álgidos del proceso histórico inaugurado con la victoria presidencial de Nayib Bukele, pues supone la consolidación partidaria de Nuevas Ideas y la instalación de un ideario sobre las dinámicas de poder no visto de una manera tan recalcitrante desde el inicio de la posguerra. No se trata de que la división ideológica no fuera una constante en los últimos treinta años, sino de que, en este primer año del mandato de Bukele, se ha radicalizado, llegando al odio, el rencor y el desprecio por la vida de los contrincantes políticos. Esta tónica, sin embargo, no ha sido privativa de los simpatizantes de Bukele: también ha sido la de muchos de sus adversarios, quienes han bailado al ritmo del odio, la burla y el menosprecio en las redes a las personas que simpatizan con el oficialismo y sus representantes, tal y como lo hace el presidente con sus opositores. A ellos también les aplauden ciegamente sus respectivos acólitos.

Tal y como está en la actualidad, la dinámica política salvadoreña no va a ninguna parte, pues no hemos escapado de uno de los grandes males que ponen trabas a todo proceso histórico: la seducción de la inmediatez. Vemos en la actualidad una dinámica bipolar. Por un lado, los problemas son estructurales y su solución supone transformaciones estructurales de mediano y largo plazo; por otro, vemos la gratificación que produce el inmediatismo y las soluciones fáciles, objetivadas en el perenne culto a la imagen, la personalidad y la publicidad de lo que los gobernantes de turno quieren transmitir, pero que las más de las veces no refleja lo que hacen u omiten para solventar las grandes carencias de las salvadoreñas y los salvadoreños. Cambio en las estructuras e idolatría a la virtualidad son dos polos que se repelen y excluyen mutuamente en la solución de la crisis de país en la que vivimos desde hace décadas. Esta oposición se ha ido exacerbando con cada elección, pues se privilegia y prefiere deliberadamente la imagen de cambio o solución por encima de la realidad, sin que haya propuestas claras ni acciones concretas que sancionen su efectividad.

El auge del uso de las redes sociales como panfleto idolátrico electorero, o de culto al presidente, o de culto al ego es una muestra fehaciente del fracaso de los medios de comunicación ?tradicionales y virtuales serios?, del sistema educativo y de la educación política como medios de pacificación y búsqueda de la verdad que hace justicia en nuestra sociedad herida. En las redes se ultraja, miente, encubre y desinforma con la impunidad que permite el uso de perfiles falsos, la distancia física y la creación de tribus donde solo entran aquellos que piensan igual entre sí y no hay espacio para la disidencia. Este auge, pues, representa un fuerte alejamiento de lo que la realidad nos dicta claramente si vamos más allá de las apariencias: los problemas de nuestro país tienen una raíz tan honda que no se alcanza a desentrañar con la simple vista, el “sentido común”, las selfies de voluntariado o los asistencialismos populistas tan de moda y tan vistosos para la publicidad.

De este culto a la gratificación instantánea han participado históricamente todos los partidos políticos, pero particularmente en esta elección de diputados y alcaldes. Vemos cómo la mal llamada “oposición política” también ha quedado absorbida por la disyuntiva antagónica entre cambio de estructuras y gratificación de la imagen, decantándose por la segunda y continuando con el compás que ha marcado Bukele. Las campañas que podemos encontrar dicen poco o nada sobre quiénes son los protagonistas, opositores u oficialistas, ni de sus propuestas, experiencia política o de servicio a la comunidad. Tanto los nuevos como los viejos partidos que luchan contra el arrastre de Nuevas Ideas se han montado en la mera oposición o imitación: no somos Bukele o nos parecemos a Bukele. Pura apariencia, sin substancia ni propuestas para la crisis actual. Mucho eslogan y poco o nulo plan de acción para realizar lo prometido o sugerido. Todos los partidos, bajo esta misma lógica, son más de lo mismo. Vale recordar que de esta misma manera surgió Nuevas Ideas y la figura pública de Nayib Bukele: clamando no ser de “los mismos de siempre”, aunque su forma de proceder imite (con diferencias y matices) la manera de gobernar de partidos anteriores. Cabe la sana sospecha de que muchos de los nuevos diputados y alcaldes que resulten electos sean también más de lo mismo.

La amplísima gama de problemas que aquejan a nuestro país y su falta de solución obedecen al vaivén al que se encuentran sometidos con cada elección presidencial, de alcaldes o diputados. Adolecemos de la falta de un plan de nación que ataque de forma sistemática a las estructuras que perpetúan la injusticia; se suelen privilegiar los planes quinquenales o la ausencia de estos, según sean los intereses cortoplacistas del Gobierno de turno. Se gobierna desde lo que el partido oficial y las bancadas legislativas estiman valioso, y no desde los intereses y necesidades de las grandes mayorías, a quienes se supone deberían servir. Es así como elecciones van y vienen, pero los problemas siguen ampliándose y corroyendo el de por sí frágil tejido social y la infraestructura socioeconómica de posguerra. El culto a la inmediatez no mira al pasado; más bien lo desprecia. Propone soluciones mágicas e instantáneas, oropel y humos de bienestar que solo siembran conflicto cuando el ídolo choca con el grito histórico de la realidad, donde las únicas víctimas siempre son los más desfavorecidos y marginados.

Esta próxima elección del 28 de febrero debe servir como una lección sobre la historia reciente de nuestro país y la inefectividad del culto a la imagen. En buena medida, el voto será para una gran cantidad de caras nuevas, con intereses inconfesables, desconocidos, cuyas imágenes maquilladas y deslumbrantes sonrisas alteradas por programas de edición prometen mil maravillas a cambio de un puesto en el Estado y su jugoso salario. Prometen cambiar el país en un cortísimo período. A estas personas deberemos fiscalizar críticamente en los próximos tres años, no sea que caigamos una vez más en los mismos errores de siempre. Solo así podremos establecer una dinámica de construcción de país que supere la insalvable contradicción entre complacencia inmediatista y liberación integral de nuestro pueblo.


* Marcela Brito de Butter, directora de la Maestría y el Doctorado en Filosofía Latinoamericana.

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