Hace unas semanas, la política salvadoreña entró en controversia después de la descalificación pública de Aida Betancourt Simán para aspirante a diputada suplente por parte de Arena. Eduardo Barrientos, ex-diputado y uno de los fundadores de Arena, señaló que Betancourt: “No tiene las credenciales después de pronunciarse en contra del Mayor y de ARENA. Si no le gusta el partido que busque por otro lado.” Más allá de que las credenciales de Betancourt exceden la de algunos diputados y funcionarios de Arena, y de otros partidos políticos, este comentario es problemático en varios sentidos. Primero, muestra como la política en nuestro país es un espacio cerrado y cautivo en el que su acceso se condiciona a una lealtad partidaria más que nacional. Segundo, señala que la renovación de Arena es más retórica que concreta, ya que el político que se busca es aquel que reproduce y no cuestiona las ideas y prácticas que permiten satisfacer los intereses particulares de nuestra clase política y sus asociados. Y tercero, el comentario refleja el trasfondo de una realidad, en la que desigualdad, exclusión, y diferencia, condicionan la vida y experiencias de la mujer en El Salvador.
No es difícil darse cuenta que dentro de nuestro sistema político y económico subyace elementos de desigualdad, diferencia, y exclusión, los cuales condicionan el operar de nuestras instituciones, organismos, y al individuo dentro de ellas. El comentario de Barrientos, demuestra la reproducción sistemática de una específica racionalidad y conocimiento que condiciona el pensar y accionar de la gente que incursiona y se le concede el acceso a la política salvadoreña. Similarmente, este comentario muestra como al que se le considera “opuesto” se le disciplina y sanciona sistemáticamente, como lo fue con la descalificación y exclusión a Betancourt. El acceso a espacios políticos está restringido a la personificación del “ideal” del sujeto, es decir, aquel que satisface los intereses y el perpetuar de la clase política. La preocupación manifestada por Betancourt acerca de las usuales prácticas de Arena que han puesto de manifiesto el poco compromiso con su ciudadanía, la convierte en el “opuesto,” que el sistema político necesita sancionar y evitar.
Algunos de los candidatos presidenciales por parte de Arena tienen nula o mínima experiencia política. Sin embargo, sus credenciales son satisfactorias en la medida que su pensar y actuar estén orientados a la perpetuación del sistema y actual orden social. De esta forma, la “renovación” de Arena más que ser el intento por transformar o reorientar sus políticas y prácticas, es el intento por reconquistar un espacio perdido en el que lucro y poder son tanto para el individuo como para el partido, un fin en sí mismo.
Así como en lo político existe un arquetipo del político “ideal,” en lo social existe un tipo de conocimiento que establece el idóneo y su opuesto. Es decir, los valores e ideas que son socialmente aceptados como adecuadas en cuanto al comportamiento, razonamiento y aspiraciones del individuo. De la misma forma se establecen aquellas nociones que son repudiadas y disciplinadas. Por ejemplo, belleza, docilidad, dependencia y hasta ingenuidad son algunos de los valores e ideas que delimitan la construcción discursiva del ideal de la mujer. La importancia de la construcción discursiva de la mujer, es que tiene un efecto real y palpable en la experiencia y vida de las mujeres.
El comentario de Barrientos de cierta forma aduce a la desigualdad y sumisión que las mujeres experimentan día a día. El empoderamiento y desarrollo profesional de la mujer es visto con sigilo por una sociedad, de tipo patriarcal, que comprende como aceptable o normal la confinación de la mujer a las labores del hogar. Es decir, el accionar de la mujer está circunscrito a la esfera privada de la sociedad. La esfera pública por otro lado, la cual en su mayor parte es dominada por el hombre, ha sido influenciada y moldeada en concierto a jerarquías y diferencias sociales. En donde conceptos e ideas de género, clase y hasta casta condicionan el acceso a espacios tanto políticos como económicos y sociales que, en el debido caso, obstruyen o asisten, en el desarrollo y oportunidades del individuo.
En El Salvador una mujer gana por lo menos un 30% por debajo del sueldo de un hombre realizando el mismo trabajo. En el que se puede argumentar, hay mayores expectativas de eficiencia y aptitud hacia la mujer, que siempre se encuentra en la posición de probar su valor respecto al hombre. De igual forma, la “justicia” que experimenta la mujer posibilita la condena a una niña de 18 años a de 30 años de cárcel por un aborto involuntario. Mientras tanto, se le otorga solo 4 años de cárcel por asesinato simple a un hombre descuartizador.
Así mismo, al no tener una representación dominante en la esfera pública o política de la sociedad, la mujer ha sido oprimida de manera sistemática a través de la penalización del aborto. En ello se establece como prescindible la vida de la mujer al negar la posibilidad de practicarse un aborto aun cuando el mantenimiento del producto atenta contra la vida misma de la madre. Se argumenta “sí a la vida”, pero es un sí a la vida en forma retroactiva, en donde una mujer pierde su autonomía y derecho a vivir en el momento que es capaz de reproducirse. Cabe resaltar que este ha sido históricamente un tema de pugna entre el estado y las capacidades reproductivas de la mujer.
No obstante, según datos del Tribunal Supremo Electoral, la presencia de la mujer en la esfera política del país ha aumentado en los últimos años. La actual representación ha sido exigua en cuanto a efectuar cambios palpables que busquen reducir la desigualdad, discriminación, y exclusión de la mujer en los diferentes sectores de nuestra sociedad. La restricción de espacios políticos, como en el caso Betancourt, implica que es a un específico individuo al que se le concede el acceso a los espacios donde la representación y construcción de individuo es políticamente confeccionada. De tal modo, que los actuales representantes y funcionarios, sin importar su género, han reproducido y pocas veces cuestionado, las ideas y prácticas que favorecen y perpetúan el sistema político y sus intereses.
Aunque visto como una amenaza al status quo de la clase política, el acceso a gente con diferentes perspectivas, visiones, y experiencias académicas a la esfera política del país debiera ser visto como algo positivo y necesario. La diversidad de pensamiento implica un constante desarrollo y no un estancamiento de racionalidad, de proyecto y propuesta. Si Arena y la política en El Salvador realmente buscara renovarse, un primer paso sería empezar por posibilitar la entrada y abrir espacios para que gente capaz, en igualdad de circunstancias, que puedan tratar de cambiar y proponer una diferente realidad que empodere y mejore las oportunidades de los individuos que sistemáticamente han sin oprimidos, excluidos, y discriminados en nuestro país.