Las víctimas: mirada cristiana

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Jon Sobrino*
18/04/2012

En 2009 estuve en la capilla de la UCA y participé en esta magnífica iniciativa del Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador. Como a todos, me invadió un sentimiento de rabia e impotencia. Pero sobre todo quedé como transportado a un mundo que no es el mío, el del dolor de las víctimas, el de su esperanza y dignidad, el de su nobleza y ternura. También estuve en Suchitoto y en Arcatao. Y hoy me he hubiese gustado estar con ustedes en Tecoluca, escuchar la denuncia de El Campanario, la presentación de casos de tortura de expresos políticos, el dictamen psicológico sobre el daño causado a las víctimas, las peticiones de las víctimas y sus representantes.

No me ha sido posible, pero, tal como me lo han pedido, he escrito un pequeño texto sobre "Las víctimas: mirada cristiana" para ser leído. Lo he hecho muy a gusto, aunque, como estoy acostumbrado a escribir en el ambiente de una universidad, mi lenguaje quizás no sea muy fácil de comprender para todos, las víctimas sobre todo. Les pido disculpas.

No tengo nada que decir que los campesinos no sepan mejor que nadie. Pero quizás mirar a las víctimas pueda ayudar a mantener su esperanza y a mantener también la decisión de los miembros del Tribunal para seguir adelante sin desfallecer en su trabajo. Y en lo personal, pienso que mirar a las víctimas nos puede ayudar a todos a sentir vergüenza de pertenecer a este mundo inhumano y cruel. Pero cuando las miramos y las víctimas nos acogen, entonces también nos ayudan a superar esa vergüenza. Y a los cristianos nos ayudan a no caer en una conducta que se condena cinco veces en la Biblia: "Por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre las naciones".

Comenzamos con palabras sencillas. En muchos lugares y cantones de El Salvador ha habido "víctimas y victimarios", "asesinados y torturados, y verdugos". Para cualquier ser humano normal con un corazón limpio eso produce dos cosas. Produce indignación y produce compasión.

La indignación es totalmente comprensible y necesaria. Si los victimarios no producen horror, pocas cosas podrán horrorizarnos. Y entonces deberíamos horrorizarnos de nuestra insensibilidad y egoísmo. Pero todavía más fundamental que la indignación y el horror es la compasión y el amor, sufrir con las víctimas, muchas veces los más débiles, niños y mujeres, sin ninguna causa y razón, inocentes e indefensos. La compasión va más al fondo que la indignación. Malo es no sentir indignación, pero peor es no sentir compasión. Bueno es sufrir por lo que hacen los victimarios, pero mejor es sufrir por lo que sufren las víctimas.

Compasión significa, como todos sabemos, "padecer con las víctimas". Pero tampoco eso basta. A la compasión le tiene que acompañar la "misericordia". Misericordia significa que el sufrimiento de las víctimas "ha llegado al corazón" (la palabra "misericordia" viene del latín "cor", que significa" corazón". "Re-cordar" significa "volver a pasar por el corazón"). Y ante ese sufrimiento debemos reaccionar sin excusas y sin más razones para ello que ver a seres humanos sufriendo injustamente, muchas veces inocentemente e indefensamente. La misericordia es lo primero y lo último. Para los cristianos es bueno recordar lo que nos pide el Evangelio: "Sean misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso".

Estas palabras pueden sonar un poco complicadas, pero espero que se puedan entender. La indignación es absolutamente necesaria. Impulsa a buscar la verdad de los crímenes, encontrar y juzgar a los victimarios, aunque tratándolos humanamente. Pero para crear un mundo humano, todavía es más necesario dar prioridad sin límites a la misericordia ante las víctimas, darles alivio y consuelo, salir en su favor, defenderlas, escuchar sus clamores, trabajar por encontrar la verdad de lo que les sucedió, exigir y conseguir reparación. Y amarlas de todo corazón, sin medir los costos, el tiempo y el cansancio. Y sin que paralicen las persecuciones que de una u otra forma provocarán los victimarios.

Muchos deseamos que las víctimas encuentren siempre personas e instituciones competentes que las defiendan, que la acojan con misericordia y que aprendan de su sufrimiento, de su amor, de su fortaleza y a veces de su perdón. Muchos deseamos que el Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa mantenga su competencia y decisión, su indignación y fortaleza, y sobre todo su compasión y misericordia.

En estos días del aniversario de monseñor Romero termino con unas palabras suyas. Palabras de indignación y compasión: "Esta semana se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa con sus nueve niños pequeños que venía a informarme. Según ella, pues, encontraron a su esposo con señales de tortura y muerto. Ahí están esa esposa y esos niños desamparados. Yo creo que quien comete un crimen de esa categoría está obligado a la restitución. Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como este reciban ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a ese hogar" (20 de noviembre de 1977)

Palabras de agradecimiento y esperanza: "Con este pueblo no cuesta ser buen pastor. Es un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz. Por eso, más que un servicio que ha merecido elogios tan generosos, significa para mí un deber que me llena de profunda satisfacción" (18 de noviembre de 1979).

 

* Texto leído el 23 de marzo, en el tercer día de sesiones del IV Tribunal para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador.

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