Una de las tácticas propagandísticas del Gobierno actual, entre las muchas que ha desarrollado, es preguntarles a los sectores críticos por qué no criticaban a los anteriores Gobiernos. Cerrado a la crítica política, el liderazgo color turquesa trata de presentar cualquier diferencia de opinión con el Gobierno actual como alianza con políticos trasnochados y corruptos del pasado. En ese contexto, bueno es recordar lo que muchos decíamos en los últimos 30 años a los políticos que se turnaron en el poder.
A Arena la acusábamos, entre otras múltiples cosas, de su falta de sensibilidad social frente a la pobreza, de cómo favorecía a los ricos y creaba desigualdad en el país, de su permisividad con la corrupción y de sus políticas de mano dura contra el delito en vez de enfocarse en las causas estructurales de la violencia delictiva. Hablarle a Arena de justicia para las víctimas del pasado o de renunciar a la tradición prepotente y escuadronera de su fundador era poco menos que un delito.
Al FMLN le criticábamos las contradicciones entre su discurso social y la poca capacidad de establecer reformas económicas y sociales que llevaran al desarrollo. Les decíamos, además, que eran permisivos con la corrupción propia y ajena, y que, probablemente por miedo, favorecían a los militares en todo lo que podían, mantenían la impunidad del pasado y continuaban con las políticas clientelistas y populistas que habían caracterizado a su contrario, Arena. A ambos partidos les pedíamos siempre una reforma fiscal progresiva, en la que quienes tienen más contribuyeran de un modo mucho más eficiente y con mayor cantidad de recursos a las finanzas públicas. Por supuesto, nunca nos oyeron.
Ahora viene el color turquesa y cuando se le hace alguna crítica, acusa a la sociedad civil de aliada del pasado y de no entender esta especie de renovación absoluta y casi perfecta del actual Gobierno. Ningún Gobierno anterior le dio tantas cosas buenas al pueblo como el actual, nos suelen decir. Pero el nuevo liderazgo no cambia el clientelismo, ni la permisividad con la corrupción de los propios, ni los altos salarios de los funcionarios. No entiende, o no parece entender, lo que es una estructura injusta, y mucho menos la necesidad de cambios estructurales. No necesitamos reforma fiscal, dicen, mientras continuamos con el sistema impositivo regresivo e injusto en el país. Y se nos presenta el bitcóin como una esperanza de salvación. Criticar el autoritarismo es apoyar a los delincuentes o al pasado, que para muchos de los nuevos funcionarios parece ser lo mismo. El nuevo amanecer del azul turquesa pide un compromiso absoluto. Y la crítica, por propositiva que sea, merece un rechazo también absoluto.
Ningún Gobierno hace todo mal. Ni todas las personas que han trabajado en un Gobierno que no nos gusta son por ello malvadas. Nuevas Ideas, al igual que las administraciones del pasado, está tomando decisiones buenas y decisiones malas. Pero al igual que a sus predecesores, le resulta muy difícil entender que la crítica brota siempre del deseo de cambio. En muchos aspectos, incluso muestra mayor intolerancia frente a la crítica que Gobiernos anteriores. Y ahí es donde sería importante un cambio de actitud. Porque en El Salvador hay demasiadas realidades complejas que no se pueden solucionar sin decisiones que pueden ser difíciles, pero que requieren pensamiento, conocimiento de datos y racionalidad.
La gente que critica no es fundamentalmente malvada. La gran mayoría quiere ayudar. Y además, conocen la historia de El Salvador, tienen actitudes éticas, conocimiento técnico y capacidad. Es probable que no tengan toda la razón, al igual que el Gobierno, que tampoco tiene el don de la infalibilidad. Pero en la medida que desean justicia social, Estado de derecho, beneficiar más a quienes tienen menos, cambiar estructuras que marginan, merece la pena que sean escuchados. Dividir a la sociedad en amigos y enemigos es el peor camino para el desarrollo humano. La amistad social, por el contrario, que implica capacidad de escucha, diálogo y aprovechamiento de todo lo que en la opinión ajena se pueda hallar de bueno y de justo, es el mejor camino para un desarrollo sostenible. Atender y responder con políticas adecuadas y acciones civilizadas a las críticas que vienen realizándose desde hace tiempo sobre economía, justicia social y Estado de derecho daría en el mediano y largo plazo mucho mejor resultado que los insultos, la propaganda, las medidas y regalos populistas, o el manejo manipulador de las redes.
* José María Tojeira, director del Idhuca.