Una vez más, un acto de violencia por parte de una personalidad pública. En esta ocasión, es Rodrigo Samayoa quien se encarga de poner en evidencia la fuerza y el afincamiento del machismo en nuestra sociedad. Un machismo que no retrocede y que impide relaciones de igualdad entre mujeres y hombres. Porque es un ejercicio de machismo —se esté ebrio o no— golpear a la esposa o a algún otro miembro de la familia. Y pese a que la violencia intrafamiliar es un mal epidémico en el país, es uno de los delitos menos denunciados, pues genera temor, humillación y vergüenza, lo que impide a muchas de las víctimas reclamar sus derechos.
Hace unos meses, un hombre arremetió contra su hija por su mal comportamiento. Le propinó tal paliza que la joven tuvo que ser llevada al hospital para que le curaran las lesiones. Sin embargo, no siguió las recomendaciones de sus compañeras de trabajo ni de algunos profesionales expertos en el tema de poner la denuncia ante la Fiscalía, porque estaba atemorizada: "Si yo lo denuncio, mi papá me mata; yo quiero seguir viviendo". Interrogado por su comportamiento, la única respuesta del padre fue que ella se lo merecía. Y esa es precisamente la posición de la gran mayoría de hombres que ejercen violencia contra su familia: son violentos porque, a su criterio, es lo correcto; y no hay otro criterio válido más que el suyo. Esa forma de pensamiento tiene su origen en nuestro machismo ultramontano. El macho debe tener el control de su hogar, decide qué es lo correcto y lo incorrecto, siempre tiene la razón... Y si le toca imponer su criterio a golpes, ni modo, "ellas se lo buscan" por no hacer caso o por "portarse mal".
Rodrigo Samayoa y el hombre antes mencionado tienen en común que son personas con estudios, profesionales que gozan de algún prestigio en la sociedad, tienen un buen trabajo y una posición económica superior a la media. Pero tienen en común, también, que nada de ello los salva de comportarse cavernariamente. Suele creerse que el machismo y las actitudes violentas solo tienen lugar en los estratos sociales menos favorecidos. Esto, por supuesto, es erróneo: el comportamiento machista, la violencia de género y familiar, el acoso y abuso sexual se dan en todos los estratos sociales. Erróneo es también pensar que el machismo es cuestión exclusiva de los hombres. Muchas son las mujeres que aplauden el comportamiento del macho, educan a sus hijos con patrones machistas y justifican el maltrato masculino con acusaciones hacia la víctima, que ponen en duda la honorabilidad de la mujer maltratada.
Así, precisamente, actuó el partido GANA, al apurarse a defender a su diputado poniendo en duda la veracidad de la acusación de su esposa. Tampoco han faltado los comentarios, tanto de hombres como de mujeres, que pretenden justificar la actuación de Samayoa acusando de comportamientos irregulares a su cónyuge. De nuevo, el machismo se impone y busca salvar la actitud del varón, al que se le da mayor credibilidad que a la mujer victimizada. En contrapunto, es loable que las parlamentarias se hayan unido sin distinción del color político para solicitar que se actúe con justicia, apego a la ley y en defensa de la víctima. Ya son varias las veces que las diputadas se unen en una sola voz para defender los derechos de las mujeres y denunciar las actitudes discriminatorias. Algunas normativas importantes, como la Ley Integral Especial para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres, han prosperado gracias a su iniciativa y apoyo.
El machismo es una enfermedad que debe erradicarse. Hay buenas leyes que protegen a las mujeres, ayudan a tomar conciencia de la igualdad de género y encaminan hacia una sociedad libre de violencia y respetuosa de los derechos de todos los ciudadanos. Eso es muy importante, pero no basta. Se debe hacer mucho más. Es necesario, por ejemplo, que se revisen todos los programas de estudio y se eliminen los contenidos machistas y toda referencia que promueva la desigualdad de género. Es necesario, pues, que se proceda a una reeducación de la sociedad para eliminar las actitudes machistas que están en la base de nuestra cultura. Hay que evitar por todos los medios posibles que se continúe reproduciendo y perpetuando este paradigma machista que propicia actos tan repudiables y que en buena medida explica los niveles de violencia que padece El Salvador.