Mediocridad

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Benjamín Cuéllar
26/07/2013

Esa es, según el diccionario, la "cualidad de mediocre". Y mediocre es algo de mediana calidad y poco meritorio, "tirando a malo". El término, aplicado a lo que está sucediendo en el país, se queda corto cuando se observa el desempeño de la generalidad de las personas que se mueven en las alturas de la política partidista o en los encumbrados cargos de la administración pública. Hay excepciones, ciertamente, pero lo que más abundan son las decepciones. Alguien de forma individual, común y corriente como todo el mundo, puede obrar mal sin que sus actos inconvenientes trasciendan más allá de su pequeño círculo personal; sin que, fuera de su ámbito privado, las consecuencias de sus fallas causen profundos y hasta irreparables daños.

En ese marco, no se puede ni se debe aceptar que políticos y funcionarios —parafraseando lo que alguien dijo hace más de cuatro años— no tengan derecho a equivocarse. ¡Claro que pueden hacerlo! Pero no tanto ni tan asiduamente, porque la factura la pagan las mayorías populares, a las cuales se refirió de forma atinada Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA, en su artículo de esta semana. Bien dijo Bernard Shaw que "los políticos son como los pañales; hay que cambiarlos seguido... y por las mismas razones". Sencilla y bien pensada propuesta que, de ser aplicada en la dinámica salvadoreña, contribuiría en mucho a la superación de los grandes obstáculos que impiden alcanzar las metas del proceso de pacificación establecidas el 4 de abril de 1990 en Ginebra: respeto irrestricto de los derechos humanos, democratización del país y reunificación de la sociedad. Pero quienes acordaron eso han sido y son las principales piedras de tropiezo para lograrlo, con otros que se han ido agregando y que también han contribuido a minar el camino.

No se puede seguir hablando de las mismas personas, aunque pululen en el ambiente no pocas de las que desde hace décadas llegaron y se plantaron en la primera línea del quehacer político, empuñando las armas u ocupando a otros que las empuñaban para alcanzar sus fines. Sin duda, han cambiado algunas de las figuras de la vieja guardia política en el país. Pero trayendo a cuenta de nuevo la figura de los pañales —que para usarse deben estar limpios, como limpio también debe estar el cuerpo donde se colocan— y aplicarla a la realidad nacional, destaca más la suciedad que la pulcritud entre quienes emergen como las nuevas estrellas de la farándula partidista y gubernamental.

Por eso, cabe afirmar, parafraseando a Hamlet, que hay algo podrido en El Salvador. Son esos productos fétidos del quehacer politiquero nacional de viejo y nuevo cuño que, observados uno a uno o vistos en conjunto, le generan repulsión a buena parte de la sociedad. El problema es que eso que produce indignación aún no desencadena una acción colectiva llena de imaginación y audacia, sobre la base de una organización creativa e inteligente para apartar de la vía —de una vez por todas— esos tetuntes que impiden avanzar hacia la real pacificación. Un corto vistazo a algunos hechos destacados en esta línea de mediocridad rampante, por no decir otra cosa, basta para confirmar lo dicho.

La Corte de Cuentas de la República está acéfala porque, aparentemente, un rey entre reyes está empeñado en hacer valer su capricho. Mientras, sigue siendo una lejana aspiración la esperanzadora y osada promesa de campaña inconstitucional de hace más de cinco años y siete meses, pronunciada por el entonces candidato Mauricio Funes: "A mí no me temblará el pulso ni me faltarán energías y voluntad para perseguir la evasión, el contrabando y combatir la corrupción". Y no hay Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos que ponga en su sitio a quienes, con su actuar contrario al bien común, permiten que se violen los plazos para elegir al presidente y a los magistrados de dicha institución, como también ha ocurrido con otros cargos vitales para la buena marcha del país. Y no hay Procurador por eso mismo: tampoco lo eligieron a tiempo en la Asamblea Legislativa.

Preocupa escuchar al Fiscal General de la República denunciar una conspiración en su contra por parte del Ministro de la Defensa Nacional, sin que desde su cargo haga algo por investigar y establecer responsabilidades para procesar a los culpables. Pero preocupa más verlo pocas horas después recibiendo explicaciones que, según "cree" el Ministro aludido, las entendió. ¿Por qué preocupa? De ahora en adelante, por sanidad, habrá que poner en duda la seriedad de la actuación del encargado de defender los intereses del Estado y la sociedad, además de dirigir la investigación del delito e iniciar la acción penal.

A lo anterior hay que agregar la polémica en torno al pago de salarios para Rodrigo Samayoa y su contratación como asesor en la Asamblea; la desmedida y prepotente exhibición de fuerza militar autorizada por Mauricio Funes para que Munguía Payés llegara al Parlamento a presentar el informe anual de la cartera ministerial; el edificio que la Corte Suprema de Justicia está construyendo para instalar el Centro Judicial Integrado de Segunda Instancia, pues los señores magistrados no quieren estar junto a los jueces de primera instancia; la inauguración del bulevar Monseñor Romero, iluminado solo hasta la mitad, "le guste a quien le guste"; la enfermedad, el tratamiento y la muerte del niño Waldemar López... Esas son algunas muestras de la mediocridad en la que deambulan políticos y funcionarios en el país. Hay que salir de eso. Para ello, de nuevo, cae bien citar a Bernard Shaw: "Ves cosas y dices: ‘¿por qué?’. Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo: ‘¿por qué no?’".

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Anónimo
28/07/2013
19:19 pm
que barabro benjamin hasta critica el bulebar monseñor Romero
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