El Salvador es ahora país de milagros, según reciente ocurrencia presidencial. Bukele aspira a que sea reconocido no solo como el país donde ha ocurrido el milagro de la seguridad, sino también donde ocurrirá otro milagro, el económico, aunque este “tomará algunos años”. La realidad es bastante más descorazonadora. La seguridad no es un milagro ni un crecimiento económico robusto, sostenido y viable lo será, si algún día llega a darse. La interpretación milagrera de la gestión de la dictadura es pobre, pretenciosa y reñida con la tradición bíblica.
Entender el milagro como ruptura del orden natural al margen de la acción humana es surrealista. El Dios bíblico no compite con la realidad. Indiscutiblemente, liberó a Israel de la esclavitud egipcia, pero sin la colaboración activa de Moisés, esa liberación no habría tenido lugar. El auténtico milagro acontece mediante la participación humana en el plan divino de crear una vida abundante, digna y libre de toda esclavitud. La acción divina no violenta ni reemplaza dicha acción. Dios elige colaboradores, les da una misión y los envía. El acontecimiento es extraordinario no por las circunstancias más o menos insólitas que lo rodean, tal como parece pensar Bukele, sino por su finalidad: liberar al pueblo de toda forma de opresión e injusticia.
Dicho de otra manera, y contrario a la pretensión presidencial, el milagro no solo no está desvinculado del pueblo, sino también es para que este tenga vida abundante. No para favorecer a unos cuantos. Los milagros de Bukele no benefician al pueblo. Favorecen a unos, pero excluyen y maltratan a muchos otros. No se puede ignorar que la seguridad impuesta descansa en la injusticia y la arbitrariedad, la tortura y el homicidio. Y el futuro milagro económico ya deja un rastro de despojo, miseria y sufrimiento.
No puede alegar que el fin justifica los medios. Ni siquiera la moral más tradicional suscribe semejante barbaridad. En consecuencia, la autoridad del susodicho milagro de la seguridad no puede ser atribuido al Dios de Jesús. Si la seguridad fuera milagrosa, estaría acompañada del derecho y la justicia, respetaría la dignidad de los detenidos y trabajaría denodadamente por rehabilitarlos e insertarlos en la sociedad una vez cumplida la pena. Bukele manipula el significado del milagro para presentarse como depositario de poderes sobrenaturales.
Si la reactivación económica fuera un portento divino, no generaría desempleo, hambre y desigualdad. Al menos, ampliaría la cobertura y mejoraría la calidad de la inversión social. Además, es inexplicable que un milagro, definido como la irrupción directa e inmediata de la omnipotencia divina, deba aguardar varios años para concretarse. Si así fuera, ese Dios no sería todopoderoso. El dios de Bukele es limitado, ya que debe adaptarse a sus deseos. De ahí que afirme que cuando llegue la prosperidad, si llega, habrá también milagro.
Estas incoherencias tienen su razón de ser: es un burdo intento de manosear el nombre de Dios en provecho propio. Si Dios fuera el autor de la seguridad, también sería responsable de las iniquidades del régimen de excepción. Si fuera el autor de la recuperación de la economía, también sería responsable de la concentración de la riqueza en la familia presidencial y los grandes capitales de siempre. Una recuperación económica milagrosa generaría prosperidad general, convivencia pacífica y solidaridad. La creación no es propiedad privada de unos pocos elegidos, sino un bien universal para que la humanidad tenga vida abundante y digna.
Si solo Dios es el autor de la acción milagrosa, Bukele se puede presentar como su “enviado”, a través de quien acontece el portento. Sin embargo, al anular la colaboración y la responsabilidad humana, no es más que un enviado “pasivo”. No para la vida del pueblo, sino para prosperar junto con su familia y los grandes capitalistas a costa de la explotación y la opresión de los demás. Un sinsentido se mire por donde se mire.
En lugar de rebuscar formulaciones ingeniosas para llamar la atención, sería mucho más humano, y divino, que asumiera con seriedad las responsabilidades propias del poder político que detenta y trabajara incansablemente para que el pueblo tenga la vida que Dios quiere.
El legado que desvela a Bukele por las noches no subsistirá con el marketing, sino en el reconocimiento del pueblo agradecido por cuidar de su bienestar. La mercantilización dura lo que dura quien la paga. Desaparecido este, el legado se disuelve rápidamente por falta de fundamento. Entonces, sus seguidores seguirán a otros. Y sus víctimas lo abominarán.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.