Mientras el mundo se sumerge en un conflicto armado de gran envergadura con consecuencias humanas catastróficas, el presidente Bukele guarda silencio, ajeno a la realidad. “La verdadera guerra”, para él, “no está en Ucrania, está en Canadá, Australia, Francia, Bruselas, Inglaterra, Alemania, Italia… Solo quieren que mires para otro lado”. Y eso es, precisamente, lo que él hace. Mientras la guerra de Ucrania provoca la caída de las bolsas y se disparan hacia arriba los precios de los cereales (en concreto, del maíz y del trigo) y de los derivados del petróleo, lo cual encarecerá aún más la canasta básica y debilitará el crecimiento de la economía nacional, Bukele se complace en su hospital de pago para mascotas, en las condiciones para la maternidad y en megaproyectos cuya conclusión no está garantizada por falta de dinero y de capacidad de ejecución.
El presidente es especialista en mirar a otro lado. En lugar de prestar atención a los desafíos de la realidad nacional, la emprende contra las naciones occidentales, a las que descalifica sin mayor motivo como tiranías. Es así como se le ha ocurrido el siguiente “plan simple”: “Mientras el mundo cae en la tiranía, crearemos un refugio para la libertad”. La tiranía de la que habla no es la de los imperialismos agresivos, como el de Rusia, sino la de la institucionalidad democrática. Liderazgos como el de Putin deben ser dejados en completa libertad para que actúen a su antojo. El concepto presidencial de libertad es compatible con el régimen autoritario, controlador e inquisidor.
El refugio de Bukele está pensado para aquellos que buscan escapar del sistema financiero internacional, es decir, los aventureros de la criptomoneda. En el enclave, podrán ejercer la libertad económica sin ninguna restricción. El refugio no es para los salvadoreños, sino para esos extranjeros que hablan inglés. El uso de ese idioma para anunciar el ofrecimiento de privilegios tributarios, incluso la nacionalidad, no deja duda alguna sobre quiénes podrán encontrar cobijo en el régimen de los Bukele. La idea combina la libertad económica con el férreo control social interno. La contradicción no se les escapa a los usuarios más cautos de la criptomoneda, que toman distancia. Invertir en esas condiciones es demasiado arriesgado, incluso para apostadores como ellos. Se comprende, entonces, la contraposición presidencial entre Putin y los gobernantes de las otras naciones, y entre estos y Bukele.
El saldo de esas comparaciones es claramente positivo para este último. No puede ser de otra manera. Por arte de birlibirloque, Bukele resulta ser más liberal y mucho mejor gobernante, y, por tanto, moralmente muy superior a todos ellos. Pero si su gestión es tan extraordinaria, ¿por qué decenas de miles de salvadoreños siguen abandonando el país rumbo al norte, confiados en encontrar ahí las oportunidades que aquí les son negadas? ¿Por qué confían encontrarlas allá y no se fían de las repetidas promesas presidenciales? ¿Qué tiene el aborrecido norte que los Bukele no posean? La respuesta no es difícil. Aquí les niegan los medios materiales para vivir dignamente; sobreviven malamente en la rebusca, sin futuro. El norte, en cambio, se les antoja más halagüeño. Al menos perciben una posibilidad real, si no para ellos, tal vez para sus hijos. El horizonte que vislumbran suscita más expectativas que las ofertas presidenciales.
No les falta razón. Bukele mira hacia otro lado para eludir los desafíos de las mayorías. El enclave libertario es para quienes invierten en criptomonedas y hablan inglés. A los extranjeros les ofrece condiciones materiales para practicar sin estorbos el capitalismo salvaje, “música para los oídos de cualquier inversionistas”, agrega neciamente el BCIE. Los únicos que se deleitan con esa música son los aventureros, porque los otros exigen seguridades jurídicas que el régimen no puede garantizarles. A los demás, a las mayorías, las abandona a su suerte. Entre más huyan el país, menos presión social. Es la otra cara del capitalismo salvaje. No es claro, entonces, cómo ese enclave libertario pueda estimular el crecimiento económico. El plan es tan simple que carece de contenido.
Hay razones de peso para dudar de la idoneidad presidencial. En su agenda no figura la sociedad salvadoreña, sino los extranjeros. Prefiere el inglés al español. La cercanía con el pueblo le resulta fastidiosa, pero se siente cómodo con los anarquistas excéntricos de la criptomoneda y con la farándula de las redes sociales. Ignora la atribulada vida de las mayorías, pero se complace en exhibir su hábitat palaciego, remedo de la antigua nobleza europea. Utiliza el dinero de los contribuyentes para apostar fuerte por el bitcóin, mientras él y los suyos hacen fortuna con los negocios asociados a la criptomoneda. Un gobernante enajenado de la realidad nacional, de la dura vida de sus mayorías y de las crisis internacionales se encuentra en el sitio equivocado.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.