En el marco de la próxima celebración del Día Universal del Niño, puede ser útil recordar la siguiente frase: “Algo de obsceno tiene el decir que la niñez y los jóvenes son el futuro, cuando a muchos de ellos ya se les ha negado el presente”. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha dado a conocer su informe anual para El Salvador, donde se presentan los desafíos que enfrentan nuestros niños y adolescentes. El documento comienza reconociendo que el Estado ha hecho importantes reformas a la normativa nacional para la niñez, destacándose la aprobación y vigencia de la Ley y la Política Nacional de Protección Integral de la Niñez y la Adolescencia.
También anota como logros importantes la disminución de la mortalidad infantil y neonatal, la reducción de la desnutrición crónica y la mejora sustancial de la tasa de matrículas en primaria. Entre 2003 y 2008, la mortalidad entre los menores de un año pasó de 25 a 16 muertes por cada mil nacidos vivos; mientras que la mortalidad neonatal pasó de 13 a 9. Por otra parte, en el mismo período, la desnutrición crónica disminuyó, aunque sigue afectando a dos de cada 10 menores de 5 años. Destaca que los infantes de las zonas rurales sufren más la desnutrición crónica que los que viven en zonas urbanas (24% frente a 13.5%). En cuanto a la inserción escolar, El Salvador ha mejorado sustancialmente la tasa de matrícula en primaria, pasando del 86% en 2000 al 93% en 2012. Entre esos años, la escolaridad promedio en la población mayor de 10 años aumentó de 5.4 a 6.4 años. No obstante, este avance no es suficiente, pues, según la Cepal, se necesitan más de 10 años de escolaridad para evitar caer en la pobreza.
Ahora bien, luego del reconocimiento de esos logros, el informe de Unicef muestra las realidades de la niñez y la adolescencia (el 36% de la población salvadoreña) que se convierten en verdaderos obstáculos para el ejercicio de sus derechos y el desarrollo de sus capacidades. En primer lugar, hacen frente a la pobreza, la migración, la desintegración familiar y la violencia. Por ser problemas de carácter estructural, las soluciones, por supuesto, deberán ser de largo plazo. En términos de condiciones económicas, se estima que la mitad de nuestra población infantil y adolescente vive en un estado de pobreza monetaria. Por ejemplo, el 15% de los niños pobres vive en hogares con ingresos inferiores al costo de la canasta básica de alimentos (pobreza extrema) y el 35% en hogares que disponen de ingresos inferiores al valor de dos canastas básicas (pobreza relativa).
En segundo lugar, según datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2012, más de 845,000 niños y adolescentes (37% de este sector de la población) viven sin uno o sin ambos progenitores; la mitad de ellos por abandono del padre y más de 225,000 en hogares donde al menos un familiar ha emigrado. En tercer lugar, 7 de cada 10 son violentados en el hogar. El Instituto de Medicina Legal reportó cerca de 4,000 casos de violencia intrafamiliar en 2013; el 18.6% eran víctimas de entre 0 y 19 años de edad. Asimismo, según datos del Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia, el año pasado fueron denunciados en las Juntas de Protección 9,622 casos de violencia; el 62.5% por vulneración a la integridad personal y el 20.7% por maltrato. Además, el abuso sexual infantil aumentó en los últimos cinco años. En 2013 se reportaron 2,904 casos; la gran mayoría (82%) contra infantes y adolescentes del sexo femenino.
En cuarto lugar, según datos del Instituto de Medicina Legal, entre 2005 y 2013 fueron asesinadas 6,189 personas menores de 20 años. Y de acuerdo al informe regional de desarrollo humano del PNUD, la tasa de homicidios en la población de entre 18 y 30 años alcanza los 80 por cada 100,000 habitantes, situando a El Salvador como el cuarto país más violento de América Latina.
Finalmente, en lo que respecta al trabajo infantil, en 2012, el 11% de la población de entre 5 y 17 años desempeñó algún tipo de trabajo. De estos, el 62% estudia mientras trabaja. La proporción de niños que trabajan mientras estudian es mayor a la de las niñas. Ellos hacen ambas cosas en un 71% de los casos. Por otro lado, el documento también acusa una seria preocupación por los menores migrantes en condiciones de alta vulnerabilidad. La Dirección General de Migración y Extranjería estima que entre 2011 y junio de 2012 fueron repatriados al menos 1,226; la mayor parte de ellos (73%) viajaba solo con un guía, es decir, sin ningún familiar. Según el reporte de este organismo del Estado, viajaban por motivos de reunificación familiar y por deseos de ayudar económicamente a sus familias.
Sin duda, estos niños, niñas y adolescentes, víctimas del empobrecimiento y la marginación social, de una educación escasa y de mala calidad, de las pandillas, de la trata de personas y de abusos sexuales, tienen, de hecho, negado el presente. Y el futuro ha dejado de ser para ellos un tiempo de promesa, para convertirse en una amenaza que suscita incertidumbre, preocupación y miedo. Si se quiere revertir esta situación, el primer paso debe ser estatal; el Estado debe asumir e impulsar planes de desarrollo cuyas prioridades sean los niños, niñas y adolescentes en condiciones de vulnerabilidad. El documento de Unicef plantea, en este sentido, la urgencia de cambios estructurales que posibiliten un nuevo presente y nos abran a un mejor futuro. Y como son cambios de largo plazo, su implementación debe comenzar ahora mismo.