La necesidad de construir un nuevo ciudadano es una de las líneas de acción fundamentales propuestas por el PNUD en su informe sobre desarrollo humano en El Salvador 2013. Esa política ha de estar orientada a la consecución de tres fines: cambiar la manera de ser de los miembros de la sociedad, cambiar el modo de hacer y desarrollar un nuevo concepto del "nosotros". Con lo primero (el modo de ser), se busca fomentar la conciencia de los derechos del otro y de los propios deberes, cultivar el respeto a las reglas del bien común, ser adversos a la corrupción, cultivar la solidaridad y la igualdad entre hombres y mujeres. Con lo segundo (el modo de hacer), se pretende impulsar procesos de empoderamiento que lleven a la ciudadanía a una participación activa, transformadora de las actitudes de apatía, indiferencia, intolerancia, paternalismo, irrespeto a las diferencias. Y con lo tercero (cohesión social), se busca crear y desarrollar un entorno que despliegue y aproveche las capacidades de la gente, que construya el sentido de pertenencia a la patria, en la medida en que esta es lugar de acogida, de protección, de cuido, de seguridad ciudadana y de desarrollo humano en todas las etapas de la vida.
Ahora bien, ¿cómo se traducen estos rasgos en el ámbito electoral? En principio, en la transformación de nuestro modo de ser electoras o electores. Hay quienes votan solo por tradición, porque es un deber, sin argumentos para justificar su preferencia. También está el que vota para pagar favores, en una especie de venta del voto. Hay gente que vota por los candidatos más fuertes y poderosos, aquellos que tienen mucha presencia mediática y gastan más dinero en propaganda. Otros, por la apariencia y los discursos del candidato, sin conocer el programa que pretende desarrollar. Estas motivaciones son las que hay que transformar, para buscar un nuevo tipo de votante, con capacidad para valorar su voto y no dejarse manipular por ningún partido, para saber ponderar y evaluar la trayectoria de los candidatos, su visión de país, sus modos de proceder, su voluntad para buscar acuerdos nacionales.
La nueva ciudadanía también deberá conocer los tipos de político que pululan en nuestra débil cultura democrática: el de oficio, que usa la política partidaria como una forma de vida, depredando los recursos de todos; el electorero, que solo piensa en las próximas elecciones y no en lo que pueda aportar al bien común; el demagogo, especialista en promesas que sabe no podrá cumplir; el camaleón, que cambia de partido conforme a sus conveniencias y que, por supuesto, es ajeno a las necesidades del pueblo; el narcisista, que gasta los recursos públicos para autopromocionarse, proyectándose como el salvador de la gente; el "mago-regalón", que usa las políticas sociales como un medio para beneficiar a su clientela política, con el objeto de recibir los votos de determinados sectores, sin considerar los costos de una política asistencialista insostenible en el tiempo y ajena a un nuevo tipo de política social que posibilite desarrollo en los sectores excluidos; el perfumado, que habla bonito y viste elegante, pero que no tiene contenidos ni propuestas. Sin olvidar —aunque cueste encontrarlos— que también hay políticos honrados, capaces, concertadores, audaces para generar consensos y acuerdos en beneficio del bien colectivo, y que entienden su vocación como un servicio a favor del bienestar y en contra del mal común.
Como electores, la nueva ciudadanía ha de conocer no solo el tipo de candidato, sino también los contenidos y calidad de las propuestas. Algunos ejes temáticos a tener en cuenta en los programas partidarios son la centralidad que se la dé a la persona humana; la prioridad que tiene la educación, la salud y el trabajo; la promoción y fortalecimiento que se le atribuye a la familia; la verificación de políticas públicas que propicien equidad y justicia, libres de paternalismos y clientelismos políticos; el combate a la corrupción; la unificación entre políticas económicas y políticas sociales; el combate al crimen organizado; políticas de protección y promoción de las personas más vulnerables; promoción de una cultura del cuidado ecológico; protección del ciclo de vida (prenatal, primera infancia, etapa media de la infancia, adolescencia, adultez productiva y vejez decorosa). Sin olvidar, claro está, las medidas de financiamiento que el desarrollo de esas propuestas implica. La lista puede parecer larga, pero son aspectos que una nueva ciudadanía no puede ni debe dar por descontado a la hora de decidir sus preferencias electorales.
Quizás estemos esperando demasiado, pero sin duda ha llegado el momento de que las personas desarrollen capacidades para una nueva convivencia en sociedad y ejerzan una ciudadanía crítica, creativa y comprometida, que les permita influir en las decisiones que afectan sus vidas. Un principio básico de la nueva ciudadanía es empoderar a hombres y mujeres para que puedan realizar sus proyectos de vida, siempre que con ello no perjudiquen a nadie ni a su entorno vital. Ese debería ser el sentido de la política, la economía y las ciencias: empoderar a las personas para que sean sujetos agentes de sus vidas. El empoderamiento que puede producir una nueva ciudadanía es el mejor camino para erradicar la manipulación política y la exclusión social, económica y de género.