Pacto para el Futuro

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A finales de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el Pacto para el Futuro, un largo documento en el que los países se comprometen a trabajar en favor del desarrollo sostenible y eliminar la pobreza y el hambre en el mundo; trabajar en la construcción de la paz y seguridad internacionales, dando un “no” a la guerra y buscando solucionar a través del diálogo todos los conflictos; dar acceso a la población a las ventajas de la ciencia y la tecnología actual, especialmente incorporando a todas las personas a las ventajas de los sistemas digitales. Y simultáneamente optar por frenar las amenazas del cambio climático; comprometerse con la justicia intergeneracional y apostar por el bienestar de la juventud y las generaciones futuras; y transformar la gobernanza mundial, dándole nuevos recursos a las Naciones Unidas y abriendo la participación equilibrada en el Consejo de Seguridad de países de regiones hoy poco representadas.

El Salvador, que ya ha destacado por el rechazo de algunos funcionarios a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y que hace pocos años se negó a firmar el Pacto de Escazú en favor del medioambiente, se abstuvo en la votación del Pacto para el Futuro, a pesar de que en el discurso interno se prometen muchas cosas semejantes a las que se hallan en aquel. Poco después de que el país se significara en contra del Pacto con su abstención, Bukele se presentó a la Asamblea General de la ONU y habló de El Salvador como uno de los pocos países con brillo espectacular entre las naciones. No es extraño que el discurso se realizara ante una sala casi vacía. Si hace un poco más de cinco años tuvo una intervención desafiante y llamativa en la Asamblea General, la nueva fue demasiado defensiva y con abundantes contradicciones entre el discurso y la realidad del país.

Con la excepción de Nicaragua, El Salvador Venezuela, Argentina y un par de casos más, la naciones latinoamericanas respaldaron el Pacto. Es difícil explicarse los objetivos de la política exterior salvadoreña y los réditos que pueda obtener el país negándose a suscribir un acuerdo no coercitivo que defiende el Estado de derecho, la herencia de justicia y paz a las próximas generaciones y a los jóvenes actuales, y el acceso generalizado a las ventajas de la cultura digital. El Gobierno de Bukele es un claro promotor del acceso a Internet en el campo educativo, más allá de los fallos que pueda haber en el desarrollo de sus esfuerzos. Le encanta hablar de la paz en el interior del país, pero no está claro que tenga una posición pacifista y dialogante en política internacional. En el plano nacional, la tendencia al con nosotros o contra nosotros lleva hacia una polarización cada vez más amarga y poco coherente con la cultura de paz que propone el Pacto.

Hablar continuamente de un futuro extraordinariamente bueno para el país y a la vez negarse a firmar un acuerdo internacional de valor moral y de perspectivas de futuro digno, deja un mal sabor de boca. La política internacional es importante para nuestro país. Nayib Bukele tiene razón cuando exige respeto a El Salvador. Pero menospreciar a otros países, presumir de cierta superioridad sobre ellos, negarse a acompañar esfuerzos vinculados a los derechos humanos y a la erradicación de la pobreza, no es una actitud política que favorezca la inclusión de El Salvador en los esfuerzos mundiales en favor del desarrollo.

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