No podía hablar de otro tema que no fuera su guerra contra las pandillas. El tema es muy popular, refuerza el imaginario colectivo de seguridad y evita tocar cuestiones espinosas como la inflación, las pensiones o la deuda. De esa manera, Bukele redujo el tercer año a los dos últimos meses. Aunque anunció estar “muy cerca de ganar” dicha guerra, la inconsistencia de su discurso aconseja desconfiar.
Bukele aseguró que la derrota de las pandillas “la empezamos a preparar y a planificar antes de asumir la Presidencia”. El primer paso habría sido el lanzamiento del plan de control territorial, en cuyas cuatro fases “tuvimos éxito”. Pero su vicepresidente tiene otra versión: hasta la implantación de la excepción, las pandillas “mandaban y controlaban más de un tercio de todo el territorio”; pero, desde entonces, ya no se ejecutan “operaciones aisladas de ir a alborotar el panal”, sino que están “limpiando las comunidades”. Las dos versiones son incompatibles. Uno de los dos está equivocado. No sobre un detalle, sino sobre una acción gubernamental de primera magnitud. La contradicción revela que la dirección de la Presidencia no sabe lo que hace o engaña y confunde deliberadamente. En cualquier caso, no es confiable.
La guerra contra las pandillas no es, tal como dijo Bukele, “el resultado de actuar rápido para salvar vidas, poner primero a la gente”. Esa gente ha pasado tres años a merced de los pandilleros, hasta que empezó “la limpieza”, tal como dice el vicepresidente. Lo único que hicieron fue incomodarlos. De todas maneras, “la limpieza de la casa” es incompleta, porque se concentra en una de las dos pandillas grandes, porque algunos pandilleros gozan de la protección de Bukele y porque esos no son los únicos criminales. Están también los de cuello blanco, los corruptos, los narcotraficantes y los que trafican con influencias, con personas y armas. Además, la seguridad consiste en “cero homicidios” perpetrados por los pandilleros, es decir, Bukele no incluye a los pandilleros muertos en supuestos enfrentamientos con las fuerzas represivas ni a los asesinados en las cárceles. Tampoco considera a los desaparecidos. Su concepción de la seguridad es extremadamente estrecha. No es extraño, entonces, que el flujo migratorio tienda a aumentar, ya no solo por causa de las pandillas, sino también por la brutalidad de los soldados y los policías. Y los que emigran no tienen planes de “regresar y vivir […] o incluso invertir”, tal como asegura Bukele.
Es cierto que Arena y el FMLN “tuvieron el poder para [transformar la realidad,] pero decidieron robar, mentir y asesinar al pueblo que les dio la confianza”. También es cierto que el régimen de los Bukele no es diferente. Quizás la única diferencia sea el hermetismo casi total que ahora rodea al ejercicio del poder. Es cierto que “teníamos marginación, desigualdad y falta de oportunidades […] la receta perfecta para que las pandillas se volvieran lo que ahora son”. Pero es igualmente verdad que la marginación, la desigualdad y la falta de oportunidades no solo persisten, sino también tienden a agravarse con la inflación. El caldo de cultivo de las pandillas sigue cocinándose, ahora más lentamente por causa de la represión. Por tanto, Bukele no tiene argumentos válidos para sostener que El Salvador “está muy cerca de vivir una nueva realidad, que por décadas nos fue negada: un país sin pandillas”. La afirmación es simplemente falsa.
Si es cierto, como dijo, que la inversión extranjera aumentará de forma notable ahora que el país es seguro, por qué no retomó las nuevas de su embajadora en Washington, que anuncia abultadas inversiones, mientras hace de guía turística de presuntos inversionistas estadounidenses. O bien Bukele no está al tanto del éxito diplomático de su embajadora, o esta anuncia en falso un mensaje que no es de su competencia, o simplemente no hay tales inversiones. La diáspora, incluida la oficialista, no arriesgará sus ahorros en el país. Se limita a enviar dólares para mantener a flote las economías familiares. Sea lo que sea, los inversionistas extranjeros representan siempre una amenaza para la soberanía nacional, tan ensalzada por Bukele como justificación del aislamiento de la comunidad internacional.
Es cierto también que Bukele está “transformando nuestro país desde los cimientos”. Pero no porque cierre las fuentes que alimentan el caldo de cultivo de las pandillas, sino por haber suprimido la separación de los poderes estatales y por haber desmantelado la institucionalidad democrática. Abandonó el camino hacia la democratización, emprendido trabajosamente en 1992, para tomar el de la dictadura personal. Sin duda, su liderazgo es real, pero es uno dictatorial. En ese sentido, “este es un momento único”, en el cual Bukele ha conseguido implantar su orden y su seguridad.
Las pandillas, sin pretenderlo, le proporcionaron el pretexto para establecer su paz. Una paz que descansa en la militarización, en la violencia pendenciera, en la corrupción y el despilfarro, en promesas inviables y en mentiras desvergonzadas.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.