Prevención y solidaridad

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José M. Tojeira
01/03/2010

Los terremotos en Haití y Chile han puesto en el tablero internacional, y también en nuestros foros de discusión, el tema de la solidaridad y de la prevención. Haití no estaba preparado para el terrible terremoto que asoló sus tierras. Un país casi del mismo tamaño que el nuestro, sin tradición especial de terremotos fuertes y, por tanto, sin mayor preparación para esta clase de cataclismos, se vio sacudido por una catástrofe que destruyó la vida normal de su sociedad. 200 mil muertos, más del 2% de su población desaparecida en pocos minutos.

En Chile el terremoto fue muy intenso. Pero el mayor desarrollo y la mayor frecuencia de sismos, que obliga a prepararse frente a los mismos, posibilitaron que la sacudida se topara con un país más seguro. Aunque los daños son grandes, el número de muertos es mucho menor: un poco más de doscientas personas. No se puede culpar a los haitianos por no estar preparados; no tenían tradición de terremotos. Además, se trata de un país con niveles de pobreza alta y que, de alguna manera, ha estado marginado de las apuestas internacionales de ayuda solidaria al desarrollo. En contraste, se hubiera podido acusar al Gobierno chileno si la desgracia hubiera sido mayor, pues el riesgo en este país sureño es permanente.

Haití despertó una gran solidaridad mundial, e incluso la mala conciencia de una América que no ha sabido ser solidaria con Haití en los tiempos recientes, a pesar de ser uno de los países más pobres del mundo. En la tragedia haitiana murió Gerardo Le Chevalier, un ciudadano salvadoreño, solidario y generoso, que trabajaba en las oficinas de la delegación de las Naciones Unidas. Hacia allá fueron algunos rescatistas y allí están ahora algunos voluntarios salvadoreños, entre ellos un alumno de la UCA y miembro de Un Techo para mi País, Luis Bonilla, dando respuesta solidaria a la emergencia. Continuar con una política activa de solidaridad con Haití es una responsabilidad de todos en El Salvador. Hemos sido beneficiarios de solidaridades generalizadas y, dado que tenemos más recursos que Haití, debemos también ser solidarios con este país hermano, por otra parte cercano geográficamente a nosotros. Si nuestro país quiere mantener una política internacional moderna, debe también planificar formas de solidaridad internacional. Tener en cuenta a Haití, en medio de nuestras no muy altas posibilidades, es una forma necesaria de saber dar algo después de haber recibido tanto.

Las catástrofes nos llaman siempre a la solidaridad. Y generalmente abundamos individualmente en ella cuando aquellas se dan en nuestro territorio. Sin embargo, las catástrofes tienen que llamarnos también a la prevención, que es una especie de solidaridad anticipada, social y estructural, que evita la muerte de muchas personas. Si en nuestro país aconteciera un terremoto de 8.8 grados de intensidad, como el que sobrevino en Chile, los daños serían innumerables. Un mejor ordenamiento territorial y una legislación más adecuada (especialmente, en la construcción de la vivienda popular) son dos factores indispensables para disminuir las fatalidades. Japón, un país especialista en prevención sísmica, ha apoyado a la UES y a la UCA, junto con el Viceministerio de Vivienda y Fundasal, para realizar, desde hace ya varios años, estudios de resistencia de los materiales utilizados en la construcción popular. Últimamente, Casalco se ha unido al grupo. Con esos estudios se podrán establecer una política y una legislación de construcción que fortalezcan la resistencia sísmica de las viviendas sociales.

Pero no basta con esto. El ordenamiento territorial tiene que proceder a un buen análisis de suelos, indispensable para la prevención de deslaves; a una calificación de la tierra apta para viviendas, que goce tanto de estímulos para la construcción de las mismas como de restricciones que eviten que los precios de esas tierras se disparen. Es toda una tarea compleja, pero no por ello menos urgente. Se trata de salvar vidas, y todos ante esa tarea tenemos responsabilidad.

Prevenir epidemias, como las del dengue y otras; prevenir la criminalidad, especialmente la juvenil; prevenir las catástrofes climáticas y telúricas; prevenir accidentes de tráfico; prevenir para que no sigamos deforestando y convirtiendo al país en un erosionado basurero no son las únicas acciones de prevención a las que estamos forzosamente llamados. Sin embargo, estas nos muestran la enorme tarea de construcción de una cultura preventiva. La cultura tradicional ha estado más acostumbrada a ver los problemas, naturales o sociales, como algo habitual y no previsible. Pero la población salvadoreña ha cambiado, y hoy la gran mayoría de nuestra gente conoce el concepto de prevención. Es indispensable que entre todos, políticos incluidos, comencemos a darle cuerpo a esa cultura y a convertirla en realidad activa, personal, legal, institucional que beneficie a todos.

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