No es fácil reflexionar sobre el imperialismo en El Salvador, pues quedan todavía demasiadas semillas de una historia donde nos enfrentábamos con la simpatía de uno u otro de los dos países imperiales de la segunda mitad del siglo XX. Aunque los problemas que nos dividían eran muy propios y endémicos, nos gustaba demasiado gritar contra uno u otro imperio que directa o indirectamente colaboraban con las simpatías enfrentadas. Cuando resurgen los debates antiimperiales con motivo de la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, es bueno recordar una palabras de Juan Pablo II en el documento “La preocupación de la cuestión social”. En él, el papa hoy santo nos dice que las naciones más poderosas deben superar “los imperialismos de todo tipo y los propósitos por mantener la propia hegemonía. Las naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de instaurar un verdadero sistema internacional que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido respeto de sus legítimas diferencias”. Centroamérica, que de tantas formas ha sido víctima de fuerzas imperiales, debería aceptar la necesidad de acabar a nivel mundial con cualquier forma de imperialismo y mantener relaciones con todos los países construidas sobre la colaboración, la igualdad y la solidaridad.
Por estas tierras centroamericanas anduvo uno de los primigenios padres del moderno antiimperialismo, el fraile dominico Bartolomé de las Casas. Puso la dignidad de los indios por encima de los intereses de los conquistadores. Se opuso radicalmente a la superioridad de los fuertes sobre los débiles. Anunció y defendió frente a ideologías imperiales la igual dignidad de la persona humana. Pero también por nuestras tierras pasaron, de un modo abusivo y opresivo, los imperialismos inglés y norteamericano, además del español. Muchas veces ni siquiera supimos defendernos, porque unas oligarquías insensibles al dolor del pobre pactaron con ellos el control político y los negocios. Hoy, aunque nos movemos en un mundo en el que el estilo imperialista de los países desarrollados y poderosos no ha desaparecido del todo, la conciencia de la autonomía de los pueblos y de la dignidad de las personas nos ha ayudado a superar dependencias y sumisiones indebidas. Pero todavía nuestros políticos, junto con otras personas formadas en las dependencias del pasado o en las superficialidades del presente, tienden a hacer cálculos de con quién les conviene estar, más allá de los valores democráticos y de los derechos humanos.
Casos como el de la opresión y maltrato a los palestinos, las destructivas y abusivas guerras en Yemen impulsadas desde Arabia Saudita, el maltrato a los uigures en China, la presencia en África de algunas empresas trasnacionales europeas abusivas (apoyadas políticamente desde Europa), el embargo norteamericano a Cuba y sus abusos en Guantánamo, o la agresión de Rusia a Ucrania nos muestran que persiste el imperialismo en la actualidad. Las Naciones Unidas, con su Consejo de Seguridad mediatizado por la capacidad de veto de nuevas y viejas potencias imperiales, mantiene aún la huella de la prepotencia y los privilegios de los fuertes. A la ciudadanía mundial solamente nos queda la palabra, la crítica y una sana rebeldía contra todo lo que desde el poder de los fuertes constituya menoscabo o abuso de la dignidad de los pobres.
La educación de la ciudadanía en la libertad, la igual dignidad y la racionalidad humanista, los derechos humanos como moralidad externa a todo poder, la democracia consciente, la educación y la cultura de paz son las armas de los pacíficos contra las mentalidades imperialistas y contra los oportunistas que se prestan siempre a la obediencia del más fuerte. La religión, en la medida que desarrolla fraternidad, concordia y solidaridad, puede y debe también oponerse a todo tipo de agresión imperial. Impulsar una autoridad y un sistema internacional de relación entre países y pueblos basado en la igualdad de derechos y en la solidaridad es la única forma de superar las formas de abuso imperialista que privilegian los intereses de los poderosos sobre las necesidades de los débiles.
* José María Tojeira, director del Idhuca.