Refugio y exilio: dos caras de las dictaduras

3

Nataly es una joven de 26 años que estudió ingeniería informática en Caracas. Vive desde hace dos años en España porque en Venezuela devengaba un salario equivalente a un par de dólares al mes. Cuando la conocí, me contó que, sin embargo, “la política le daba igual”, “que le da lo mismo si gobernaba Maduro o la oposición”, que lo que ella quería era “trabajar y devengar un salario justo para cubrir sus necesidades y las de su familia”. Al punto de terminar nuestra primera conversación, la joven informática, que ahora trabaja para una empresa encargada de diseñar videojuegos, me contó que en cuanto termine la dictadura regresará a su natal Caracas porque no le gusta vivir en España, pero es por ahora su mejor opción. Confiesa que tiene esperanza. Quiere regresar y aportar en su país.

He vuelto a conversar con aquella joven entusiasta y soñadora. Después del pasado fraude electoral orquestado por el oficialismo en Venezuela, Nataly me confesó que ahora la política no le da tan igual como antes, que ella pensaba que Maduro respetaría el voto popular y que habría una transición ordenada y pacífica. Ahora teme por la salud de su madre que aún vive en Venezuela, pues con las últimas protestas no ha podido acudir al médico como debiese hacerlo. Recuerda su niñez recorriendo el parque nacional El Ávila. También recuerda a su padre en la playa, un modesto pescador que con mucho esfuerzo ayudó a sufragar sus estudios de informática. La joven tiene los ojos nublados. Desvía la mirada. Sus ojos color avellana se comienzan a enrojecer y aparece la tormenta. Su complexión rígida y caribeña de pronto se torna débil. Sigue sin entender por qué en su país ocurre todo aquello. Le regalo un verso de César Vallejo: “Tengo fe en ser fuerte”.

El pasado 6 de junio, el célebre escritor y ganador de múltiples premios y reconocimientos internacionales Sergio Ramírez habló sobre el exilio. En un evento académico en el que se congregaron varios jóvenes que acababan de terminar sus maestrías, Sergio se refirió a su experiencia de exilio en Madrid. El escritor nicaragüense abandonó su país en 2021 por el asedio de la dictadura. Sobre él no solo pesa una orden de arresto, sino también el despojo de su nacionalidad. El autor de Margarita está linda la mar, premio Alfaguara de novela en 1998, asegura que tiene el “síndrome de la maleta abierta”; es decir, la esperanza de regresar a su país en cuanto sea posible. Una esperanza que se mezcla con nostalgia, pesar e incertidumbre. Para el también ganador del Premio Cervantes, “la literatura es un oficio peligroso cuando se enfrenta a las desmesuras del poder de las tiranías”. “Por eso es que las palabras se vuelven tan temibles, porque tienen filo, porque desafían, porque no se las puede someter, porque son la expresión misma de la libertad”. De esa libertad carece la dictadura, dice Ramírez, porque “hay lenguas que tienen el país por cárcel, lenguas que terminan donde terminan las fronteras”.

Jóvenes como Nataly son parte de las 7,7 millones de personas que, según la International Organization for Migration (IOM), abandonaron Venezuela hasta abril de 2024. En España, por ejemplo, la cifra de venezolanas y venezolanos se acerca a los 400 mil. Intelectuales como Sergio son parte de los miles de nicaragüenses que han tenido que buscar refugio o asilo en América o Europa. Según Acnur, hasta marzo de 2024, la cantidad de nicaragüenses refugiados era de más de 440 mil.

El destino de muchas de estas personas es Costa Rica, Estados Unidos o España. Otros países receptores, como Colombia, Perú, México o Chile, también se enfrentan a otras problemáticas y dilemas migratorios. Son, a su vez, receptores del desastre de las dictaduras. Algunos de los Gobiernos que suscriben condenas contra el régimen de Maduro debiesen cuestionarse sobre su singular parecido. Se condena una dictadura desde otra dictadura, aunque en la propaganda se sostenga lo contrario y se presente con apariencia democrática. La lista de problemas causados por cualquier tipo de dictadura —del color, bandera o ideología que sea— es bastante extensa y solo conduce a profundizar el drama humanitario de millones de personas que se ven obligadas a abandonar su lugar de origen.

Nataly fue de las miles de personas que protestaron el pasado 17 de agosto en la Puerta del Sol, en Madrid, para pedir que se reconozca el triunfo de la oposición en las pasadas elecciones presidenciales. Lucía entusiasta y se percibía su alegría. Me confesó que para ella un sistema democrático sería lo mejor para Venezuela, que no le agradan los discursos de odio y que ahora está leyendo literatura feminista. También sonrió cuando me contó que está leyendo un libro de la artista y creadora de videojuegos Ikumi Nakamura, Project UrbEx, sobre edificios abandonados por todo el mundo. Me confirmó que su trabajo es inspirador y que los sitios fotografiados por Nakamura tienen una estética especial.

Mientras ella hablaba, yo recordaba cuando Sergio se refirió al poder que ejercen las dictaduras que “tiene rostro de piedra y es contrario a la tolerancia, y contrario a las verdades y a la invención, y al humor, y a la risa, que son cualidades cervantinas”. En ella y en él hay una energía que trasciende lo vacío y execrable de las dictaduras. Nataly y Sergio tienen varios aspectos en común, pero lo más importante es que sueñan, imaginan y tienen esperanza. La crueldad de las dictaduras no podrá superar su altura ética ni su voluntad de vivir.

 

* Óscar Meléndez Ramírez, investigador de la UCA y estudiante de historia en España.

Lo más visitado
0