Durante la Semana Santa, el correr de nuestra tierra se paraliza. En actividades religiosas unos, descansando otros, mezclando religión y descanso muchos; este tiempo debe hacernos reflexionar. Volver a lo mismo no es virtud en nuestras tierras en el ámbito político y socioeconómico. Si a nivel individual el descanso y la práctica religiosa ayudan generalmente a retornar a los buenos propósitos y al mejoramiento de actitudes en la vida diaria, no suele pasarnos lo mismo a escala social. Volvemos a la misma irresponsabilidad de los discursos vacíos, a los mismos vaivenes políticos y, en estos tiempos preelectorales, a la misma campaña adelantada que de momento no ha supuesto sorpresas ni motivos para tener más confianza en el futuro de nuestro país. Un futuro que no puede pintarse fácil, gane quien gane la elección próxima. Ni la economía ni la propia convivencia social están como para tirar cohetes. Nuestra gente es trabajadora, pero la situación impulsa más a la migración que a la iniciativa local.
En los grandes medios de comunicación podemos ver la tendencia a apoyar el retorno de la derecha. Entre la gente sencilla existe la preocupación por mantener los apoyos paliativos de la pobreza que el actual Gobierno ha propugnado. Los apoyos a los niños en la escuela y, en general, en otras dimensiones de la vida de los pobres han sido amenazados sin que las alternativas a los subsidios se hayan visto claras. Nadie dice, por ejemplo (sin que pensemos que esa sea la solución), que hay que retirar el subsidio a los buses, pero al mismo tiempo subir a 350 dólares el salario mínimo. Y aunque eso no sea opción, pues demasiada gente está fuera del trabajo formal, que es el que se sujeta al salario mínimo, puede servir para ilustrar el punto. Con frecuencia desde la derecha se proponen soluciones que lo único que hacen es dejar al pobre sin compensaciones. Y en este tema hay que ser sumamente cuidadoso. Si se va afectar la ya golpeada economía de las mayorías, hay que buscar simultáneamente compensaciones adecuadas. No se puede decir que hay que subir el IVA sin ofrecer al mismo tiempo (o mejor, previamente) compensaciones reales en la atención de salud, en el servicio educativo o en las pensiones. Y cuando hablamos de compensaciones reales hablamos de algo que sea apreciado por la débil economía del ciudadano.
Dicho esto, es necesario también recordar la excesiva tendencia a aumentar la deuda pública, desde hace trece o catorce años, como si eso fuera la gran solución para el país. Y en vez de encontrar soluciones, lo que vemos es que la deuda produce nuevos problemas, tanto en la economía como con frecuencia en el debate político. La deuda es buena cuando produce desarrollo y capacidad de pago. Y la salvadoreña, aunque todavía manejable, se acerca a niveles peligrosos: no produce el adecuado desarrollo y se acerca a los límites de nuestra capacidad para pagarla. La necesidad de hacer un análisis objetivo de la realidad y proponer un manejo más nacional que político de la deuda se va volviendo cada vez más urgente y necesario.
En este contexto, volver de la vacación de Semana Santa a repetir lo que veníamos haciendo es una mala decisión. Esta especie de eterno retorno a debates de campaña vacíos, a promesas descontroladas, a dividir opiniones públicas y a tensar la convivencia durante el largo período de un año electoral es casi suicida. Y decimos "casi" porque un país no se puede suicidar (afortunadamente). Pero si ese camino de retorno a lo mismo es el que emprendemos, ciertamente avanzaremos hacia un mayor sufrimiento. Porque perderemos un año en discusiones inútiles, en creación de inestabilidad, en derroteros de desconfianza y resentimiento. Lo correcto es volver aprovechando la reflexión de la Semana Santa, que nos habla de servicio y de cercanía a los más pobres, de cambio de rumbo en una vida poco solidaria, de esperanza fraterna en un futuro realmente compartido por todos.
Debemos preguntarnos qué implica un retorno humanamente serio a la realidad diaria de nuestro El Salvador. Y la respuesta sin duda pasará por la necesidad cada día más urgente de llegar a acuerdos nacionales en temas básicos. Acuerdos fiscales, acuerdos de la deuda, acuerdos de inversión en la gente, especialmente en la que hasta ahora está todavía marginada en educación, salud o pensiones. Por grave que sea la situación, no pueden tomarse medidas que hagan descansar la carga de los ajustes en las economías de los más pobres. Y estos acuerdos o brotan de todos los que tienen alguna cuota de poder real, político o fáctico, o simplemente se quedarán en la enorme y creciente lista de promesas incumplidas. Llegar a acuerdos es urgente en El Salvador. Y el ideal es que se llegue a ellos, o al menos se prepare seriamente el terreno, en este tiempo preelectoral. Dejar las cosas para después es dejarlas para querer imponer desde arriba soluciones mágicas. Y la economía mundial no está para jugar a la ruleta.