El próximo 22 de enero celebraremos la beatificación de los sacerdotes Rutilio Grande y Cosme Spessotto,y los dos laicos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus. Los cristianos podemos decir con plena convicción que son santos para nuestros días. Y los no cristianos pueden ver en ellos a personas ejemplares en el campo de la solidaridad, de la conciencia humana y de la fortaleza que nace de las convicciones profundas. Al final, son santos para nuestros días porque supieron vivir su vida con espíritu de servicio, con fidelidad a sus ideas y con capacidad de asumir los riesgos con esperanza. No son personas alejadas del mundo, sino personas, cada una a su modo, insertas en la historia y ofreciendo en medio de ella luz para caminar y fuerza solidaria para amar. Reflexionar brevemente sobre ellos resulta indispensable para quienes deseamos un El Salvador más justo y más fraterno.
Rutilio se pasó una buena parte de su vida dedicando su tiempo a quienes se preparaban en el Seminario San José de la Montaña para sacerdotes. Los animaba en sus estudios y trataba de prepararlos para el servicio sacerdotal que más tarde desempeñarían. Después pasó a Aguilares, donde fue párroco. Se encontró allí con un gran número de campesinos en pobreza, con una proporción alta de analfabetismo, con una fe grande, pero desvinculada de sus responsabilidades sociales. No despreció a nadie. Al contrario, se unió a los más pobres ayudándoles a descubrir sus capacidades, su dignidad y sus derechos desde la fe y desde el Evangelio. Cuando los pobres se hicieron visibles como fuerza social organizada, el odio a la fe de Rutilio, que unía amor a Dios y amor al pobre, se le echó encima. Lo mismo le pasó a Cosme, preocupado siempre, como buen franciscano, por la productividad agrícola y la adaptación de cultivos para bien del campesinado pobre.
Los dos laicos que acompañaban a Rutilio nos muestran el valor de los sencillos, que apoyan lo que sienten bueno, que acompañan al que hace el bien, que respaldan desde sus posibilidades al que sirve. Dieron la vida con el mismo espíritu con el que comulgaban, el espíritu de Rutilio, que era también el Espíritu del Señor Jesús. Y son santos para nuestros días porque El Salvador continúa necesitando personas que luchen en favor de la erradicación de la pobreza y del reconocimiento de los derechos de los débiles y olvidados. Cada uno desde su puesto en la vida y sus posibilidades. Sin que nadie se sienta más porque hace más. Nelson y Manuel son tan mártires como Rutilio y Cosme. No son mártires por casualidad, sino porque estaban en la misma línea del Evangelio y del amor de Rutilio. Desde la condición de niño y desde la condición de anciano, ambos acompañaban y apoyaban desde sus posibilidades al profeta de los pobres. Eran parte de la profecía como lo son todos los que acompañan a lo bueno, sirven, aman y buscan con generosidad —sin presumir de cachimbones— la justicia social y el entendimiento fraterno.
“Mártir” significa “testigo” en griego, y “martirio”, “testimonio”. En el mundo cristiano se acabó llamando mártires, con la palabra griega, a los testigos del Evangelio asesinados por ser fieles al mensaje de Jesús. Hoy seguimos necesitando testigos de honradez, de decencia, de fidelidad a la propia conciencia, de humanismo solidario y fraterno. Testigos de la búsqueda permanente del bien. En otras palabras, personas preocupadas por el bien común y la convivencia fraterna, construidos sobre la igual dignidad de la persona humana. Y necesitamos también que los cristianos demos un mayor testimonio de generosidad, altruismo, amor al prójimo oprimido y compromiso liberador de todo lo que margina, excluye o rebaja la dignidad humana. Nelson, Manuel, Cosme y Rutilio son hoy, desde el Reino de Dios, signos permanentes del camino hacia Él.
* José María Tojeira, director del Idhuca.