El presidente Bukele se ha sumado a los homenajes de despedida de la canciller de Alemania, Angela Merkel, pero lo ha hecho con sarcasmo e insulto. “Los uniformes, las antorchas, los colores, los cascos… 16 años en el poder. Pero El Salvador es la dictadura”. La alusión al nazismo es rastrera. Los incautos e inconscientes aplauden la ocurrencia presidencial, aun cuando está dirigida a quienes leen inglés. En su incultura, desconocen que Alemania es uno de los pilares de la Unión Europea y uno de los países que financia proyectos en El Salvador, y que la ahora excanciller ha sido una de las políticas más respetadas, prestigiosas y poderosas de la comunidad internacional. La única afirmación verdadera del tuit presidencial es que fue canciller durante dieciséis años.
Sin embargo, un mandato tan largo, en sí mismo, no es una dictadura. En primer lugar, porque la Constitución alemana permite varios periodos al frente de la cancillería. Aquí, en cambio, Bukele ha forzado la reelección sucesiva con la colaboración de los magistrados impuestos. En segundo lugar, la canciller estuvo sometida al control parlamentario y judicial de Alemania y de la Unión Europea. Mientras que Bukele no soporta un parlamento que discuta libremente y controle la política del Ejecutivo. Ni siquiera tolera la crítica y la oposición. Tampoco se sujetaría a una institucionalidad supranacional como la Unión Europea. De ahí que el país esté cada vez más alejado de la comunidad internacional. En tercer lugar, la administración pública alemana está subordinada a la ley y al control judicial. Prácticas como el nepotismo y la corrupción no están permitidas y son perseguidas. Una de las ministras de la canciller dimitió a raíz de rumores que aseguraban que había plagiado su tesis doctoral. Una nimiedad para el funcionariado salvadoreño, que permanece en su puesto aun con señalamientos mucho más graves.
En cuarto lugar, la canciller dialogó, negoció y cedió para avanzar en Alemania, la Unión Europea, la OTAN y en diversos foros internacionales. El presidente Bukele no dialoga, sino que desprecia e insulta; no cede, sino que impone. Y es alérgico a la legislación y a los foros internacionales. No soporta estar entre iguales, porque ensombrecen su figura. Finalmente, la canciller se ha ocupado de la problemática mundial, como las guerras y la paz, la compleja geopolítica actual, el calentamiento global, la migración, el tráfico de personas y estupefacientes. Ninguna de estas cuestiones trascendentales figura en la agenda de Bukele, pese a que pretende erigirse en líder mundial.
La diferencia entre la canciller Merkel y el presidente Bukele es abismal. Si algo hay que reclamarle, no es la permanencia en el cargo, sino la rigurosa austeridad que impuso en la economía de la Unión Europea durante las crisis del capitalismo neoliberal. Algunos países, en concreto Grecia, fueron sometidos a un programa de ajuste desconsiderado e inhumano. Este es otro tema que tampoco figura en la agenda de Bukele, que no entiende de austeridad, de controlar la deuda y la inflación. Aducir los años de Merkel en la cancillería alemana para justificar la reelección es una frivolidad. Difícilmente se puede pedir más superficialidad.
Por otro lado, Bukele no debiera aludir a los uniformes, los cascos, las antorchas y los colores, porque ningún presidente salvadoreño se ha prodigado tanto en sus apariciones públicas con la exhibición de soldados vestidos con colores y complementos brillantes como charreteras, botones, cascos y fusiles. Sueños de grandeza, exhibición de poder vacuo. La parafernalia de rojos y oros no es más que frivolidad. En su afán por encontrar justificación para su autoritarismo, Bukele olvida que ha adoptado los usos que critica al protocolo alemán.
Además, pasa por alto la institucionalidad alemana, que no permite una conducta dictatorial. El tuit presidencial es una más muestra de su ligereza. Ni siquiera en cuestiones tan serias como la trágica muerte de tres oficiales del Ejército, entre ellos el hijo de uno de sus ministros, dice verdad. Dio por hallados dos cadáveres no recuperados y no hay una versión oficial, sino tres. Mientras ofrece mayores exenciones fiscales a las zonas francas para atraer la inversión, en Washington se oyen voces que piden excluir al país del Tratado de Libre Comercio. Los voceros presidenciales vacilan ante el aumento de las desapariciones y callan sobre el alcance de la extorsión. Se felicitan por la cantidad de capturas en flagrancia, pero silencian que solo tres de veinte son condenados por falta de pruebas.
Utilizar a la excanciller Merkel como argumento para justificar el régimen ha sido un desatino. Un auténtico jefe de Estado habría aprovechado la ocasión para agradecerle la cooperación alemana y habría hecho votos para que la relación entre los dos países se consolide en el futuro. Pero el envilecimiento del poder está reñido con la educación y la diplomacia. El régimen de los Bukele está necesitado de ideas nuevas que acrediten su legitimidad.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.