Si algo es necesario en el momento actual es ser serio a la hora de dar declaraciones. Un funcionario de cualquiera de los tres poderes debe hablar con coherencia, de un modo que se le entienda y racionalmente. Por supuesto, sin ofender a quienes son más débiles que el propio funcionario, especialmente a las víctimas. Y de esto falta en El Salvador. No es nada nuevo, pero sí hay que reconocer que se ha elevado el número de incoherencias en el lenguaje. Algunos ejemplos nos ayudarán en esta reflexión.
El primero es el del fiscal general impuesto. En unas declaraciones televisivas, afirmó estar dando seguimiento a “muchos periodistas”. Y les acusó de pasar del morbo a la “apología del delito”. Las declaraciones fueron tan escandalosas que volvió a dar declaraciones diciendo que no se seguía a nadie y que la cobertura periodística de Chalchuapa caía en el morbo y causaba miedo en la gente. Dos declaraciones claramente diferentes. En la primera declaración, acusó además a los periodistas de salirse de la ética y de tener hipotecada “la chequera de sus financistas”. Acusar de corrupción con tanta facilidad se presta a que se le responda al fiscal recordándole que en el tema de corrupción incluso él pudiera tener el techo de vidrio. Mejor hubiera dicho que se había equivocado inicialmente y que pedía disculpas. Pero eso no quita que la gente se sienta preocupada por las acciones de la Fiscalía, dando criterio de oportunidad al de momento principal implicado en el múltiple crimen.
Este tipo de declaraciones, aun corregidas, escandalizan y preocupan a la población. Ya antes de que el fiscal hablara, algunos periodistas se habían quejado de que se les estaba dando seguimiento. Si encima sale el fiscal diciendo que se le da seguimiento a muchos, y la APES nos informa que han aumentado en el país los actos agresivos contra periodistas, no es raro que haya personas que acusen al Gobierno de violar la libertad de prensa. A este tipo de declaraciones se suma una explicación torpe por parte de magistrados de la Sala de lo Constitucional, defendiendo la no extradición de un miembro de pandillas. Decir que hay que “tomar en cuenta el impacto de avalar la extradición de ‘Blue’ a Estados Unidos en la sociedad salvadoreña” no solo parece una aberración jurídica, sino que muestra una verdadera incapacidad de reflexionar como juez de la Corte Suprema de El Salvador. El hecho de que quien eso dice sea uno de los jueces impuestos en la Sala de lo Constitucional no resulta raro, dado el modo como llegó a esa posición.
Sobre el bitcóin ha habido demasiadas intervenciones y opiniones. Sobre su futura obligatoriedad, una cosa dice la ley de dos páginas, otra el presidente de la República y otra su ministro de Hacienda. Parece mentira que una ley tan simplona y breve cause tanto revuelo en su interpretación. Pero el hecho es que los problemas no se resuelven automáticamente con leyes, y menos con leyes tan simples, cuando el tema sobre el que se legisla no solo es complejo, sino también problemático. A veces se puede pensar que las dificultades para expresarse técnicamente en la lengua oficial de la República pueden ser parte de la causa. Pero lo cierto es que la acumulación de tantas declaraciones raras aumentan el desconcierto y la preocupación sobre lo que está pasando en El Salvador.
Si a lo anterior se le suma un autoritarismo que ve enemigos en quienes disienten de la opinión oficial, y se le agrega además el griterío mal educado de los tuiteros, incluidos algunos funcionarios, el escenario está montado para que el país comience un proceso de descrédito que a nadie favorece. Ser más serios en las declaraciones no hace daño a nadie. Dialogar y escuchar críticas tampoco es malo, aunque algunas de ellas sean algo exageradas. También los errores de los funcionarios son con cierta frecuencia magnificados, tanto antes del actual régimen como ahora. El Salvador necesita diálogo. Y si la ebriedad de los triunfos electorales es la causa de la negación al diálogo, ya va siendo hora de saber que las emociones desbordadas, además de llevar a un lenguaje confuso, son malas consejeras.
* José María Tojeira, director del Idhuca.