La negligencia de los escribanos presidenciales es evidente. La mala calidad de sus producciones no deja en buen lugar a su patrón. El argumento central de las dos últimas intervenciones de Bukele, con pocos días de diferencia, es inconsistente. El descuido no es, pues, de detalles, sino sustancial. El discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas giró alrededor de la libertad, una libertad añorada, por la cual “un pueblo unido” lucha. Pero según el discurso del 15 de septiembre, esa libertad es un hecho irrefutable: “Por primera vez tenemos libertad de verdad”. Y no satisfecho, Bukele insistió en dos momentos que “las decisiones valientes que hemos tomado junto al pueblo salvadoreño son las que nos han permitido tener seguridad, libertad y paz”.
La incongruencia tal vez obedezca a que los auditorios eran diferentes. Ante el nacional, Bukele presentó la libertad como un logro personal ya conseguido: “Ahora El Salvador toma sus propias decisiones [...] eso les ha quedado claro a todos”. Y lo celebró con un gran desfile militar, aun cuando el Ejército no ha librado al país de ninguna potencia extranjera y la “guerra contra las pandillas” es una metáfora, porque no hay enfrentamiento ni intercambio de fuego vivo. Ante el auditorio de Naciones Unidas —desierto, por cierto—, Bukele insistió en que la libertad está por llegar. El cambio de perspectiva le dio pie para arremeter contra unos países ricos y poderosos que no le permitirían “escoger hacia dónde queremos ir y cómo lo queremos lograr”. Así, pues, la libertad adquiere entidad diferente, según el público. Al adquirir entidad diferente, según el auditorio, la libertad es una excusa para ventilar la animadversión contra los críticos.
El discurso recurre a licencias retóricas para dramatizar esa animosidad. El Salvador no es el país más pequeño del continente, ni su pueblo lucha unido lucha contra países ricos y poderosos, ni contra las pandillas. Una simple verificación de la extensión territorial de las naciones americanas desmiente la primera licencia. Tampoco el pueblo lucha unido contra nadie ni Bukele decide junto a él. Los soldados y los policías reprimen, pero, en sentido estricto, no combaten. Y aunque provienen del mismo pueblo contra el que descargan su agresividad, no constituyen todo el pueblo, ni mucho menos. Bukele no decide al lado del pueblo. Al contrario, mantiene su distancia. Los turistas no encontrarán ningún pueblo unido, sino dividido entre quienes viven muy bien y los que la pasan muy mal, entre los que aplauden la represión y los que la sufren injustamente. Una división alimentada por la mentira, el insulto y el odio.
Estas licencias sirven a Bukele para presentarse como víctima de “un grupo de países poderosos, que no solo tienen mucho más que todos los demás, sino que creen que también son dueños de lo poco que tenemos los países que no somos poderosos”. Cabe recordar aquí que cuando esos países han explotado y oprimido al pueblo salvadoreño, ha sido siempre con la colaboración activa de fuerzas nacionales, entre las más destacadas, el Ejército, al que él tiene en muy alta estima y consideración.
La libertad que Bukele añora y reclama lo eximiría de la observancia de los derechos humanos y de cualquier otra responsabilidad como el calentamiento global, la persecución del lavado de dinero y la corrupción, o la extradición de criminales. Está convencido de que la mejor forma de gobernar es sin cortapisas de ninguna clase. De ahí que haya solicitado a la comunidad internacional crear “un mundo en donde cada pueblo es verdaderamente libre de construir su propio destino”, es decir, “queremos ser amigos, pero no pueden venir a mandar a nuestra casa”. La petición no ha tenido eco. No así las denuncias de la inconstitucionalidad de la reelección. The Economist de esta semana descalifica la reelección como “una gran mentira” de Bukele.
Su comparecencia ante la Asamblea General de Naciones Unidas no llamó la atención. Las delegaciones dejaron vacío el auditorio. Ni siquiera la presidencia de la sesión estuvo al completo. Los presidentes de Chile y Colombia, con apuestas desafiantes y portadores de grandes expectativas, suscitaron más interés que el mandatario salvadoreño. El vacío de la comunidad internacional no es simple casualidad; es un desaire a El Salvador y a su presidente. El concierto de las naciones le pagó sus desplantes con la misma moneda. La comunidad internacional es más libre y tiene más criterio y olfato político que los likes locales.
La pobreza del discurso presidencial es pasmosa. Deja de lado la grave crisis mundial, no contiene novedades ni aportes valiosos. Repite lo mismo de siempre. El presidente habla de sí mismo y se queja de la incomprensión y la malevolencia de los demás. Tal vez ha llegado el momento de reconocer que la egolatría y la dictadura no son de recibo. El soliloquio sobre la libertad y la victimización cayó en saco roto.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.