En este mes, hace 18 años, nació Techo, entonces llamado Un Techo para mi País. El nacimiento brotó de la generosidad juvenil. Un grupo de jóvenes universitarios dialogaban entre ellos sobre dos necesidades que sentían importantes: cómo devolverle al pueblo salvadoreño algo del privilegio que en nuestro país significa ser universitario y cómo involucrar a más jóvenes en la tarea de crear responsabilidad social desde el voluntariado. Se inclinaron por ayudar a los que carecían de vivienda, bien fuera por la pobreza o bien fruto de desastres. Buscaron instituciones que trabajaran el tema de la vivienda popular y de emergencia, y que al mismo tiempo tuvieran su apoyo en el voluntariado universitario, y así entraron en contacto con Techo de Chile. El resto es una larga historia de servicio a los sectores más necesitados, que ha cuajado en más de 50 mil voluntarios movilizados, 3,055 viviendas construidas y un fuerte apoyo a la formación productiva y a la organización social para el desarrollo.
De este trabajo ha ido naciendo un nuevo tipo de liderazgo, muy abierto al desarrollo con dimensión social. Muchos de los antiguos “techeros” (usan ese término con el orgullo de saberse útiles para la gente) son ahora líderes en el campo del desarrollo, en la responsabilidad social empresarial y en el trabajo en favor de los más necesitados. Frente al miedo a los pobres que aísla en colonias alambradas, estos jóvenes están acostumbrados a poner todo su esfuerzo en la creación de tejido social a través de la colaboración con los excluidos y empobrecidos de nuestra sociedad. En medio de un mundo que promueve el individualismo consumista, el voluntariado de Techo enseña a salir de sí mismo y del interés privado para fijarse en el rostro del necesitado y muchas veces oprimido o marginado. Crea una conciencia samaritana y genera compromiso solidario. Pone los cimientos de una sociedad diferente, construida sobre la participación y el diálogo, la tolerancia y la amistad.
San Agustín de Hipona, ese santo y filósofo a caballo entre el siglo IV y V de nuestra era, decía que la amistad “hace con el nudo del amor, de muchas almas una sola”. Pero más allá de la sólida amistad nacida en el trabajo de la construcción de viviendas entre algunos techeros y los beneficiarios del programa, lo cierto es que una gran multitud de jóvenes aprenden a entender lo que es la solidaridad: una extensión social y positiva de la amistad, y aún más, una virtud y un espíritu indispensable para la construcción de una sociedad estable, pacífica y capaz de impulsar un desarrollo equitativo y justo. Algo que en definitiva es todavía tarea pendiente en El Salvador, víctima de la inercia de un desarrollo desigual, insolidario e injusto.
Por eso, al celebrar este aniversario de Techo, podemos sentir esperanza y confianza en el futuro. Techo ha sido importante para multiplicar el sentido del voluntariado en muchos jóvenes y hacerles sentir que hay una felicidad en el dar que es con frecuencia más intensa que la que se encuentra en el recibir. La Unesco decía hace ya algunos años que era necesario liberar la generosidad para poder construir cultura de paz. A nosotros, en El Salvador, nos ha costado convertir la generosidad en una virtud social. Las sociedades desiguales y con graves injusticias crean con frecuencia miedo a perder privilegios o a quedarse en el desierto de la pobreza. Y por eso mismo se buscan soluciones individuales y, a veces obsesiva e injustamente, un bienestar desproporcionado respecto a la problemática del país. Los resultados son la plaga de pobreza y vulnerabilidad social que sufrimos, mezclada con una violencia que destruye la confianza ciudadana. La generosidad de los techeros nos invita a recorrer su camino. El trabajo de Techo a lo largo de estos 18 años no solo muestra los beneficios del voluntariado, sino además un camino de solidaridad, encuentro y promoción de la justicia indispensable para construir un futuro fraterno y justo para el Salvador.
* José María Tojeira, director del Idhuca.