Tiempo de diálogo nacional

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P. José M. Tojeira
15/03/2009

Durante demasiados años se ha opuesto en El Salvador la libertad económica y empresarial a la necesaria solidaridad y justicia social. Había abusos conceptuales y verbales de parte de quienes defendían la libertad individual como valor prioritario de la convivencia social, y también de parte de quienes valoraban excesivamente las dimensiones comunitarias y solidarias. Veníamos de una guerra en la que hubo una lucha a muerte entre quienes protegían su libertad económica especialmente, pero también otras libertades importantes, frente a quienes pretendían implantar la solidaridad social desde un estatismo y autoritarismo fuertes. Todavía quedan raíces demasiado duras, y a veces fanáticas, de esas tendencias contrapuestas. Se expresan en tiempos electorales, polarizando posiciones y creando angustia o hastío en muchos y muchas salvadoreñas de bien.

La campaña recién pasada no escapó de esas tensiones. Pero la realidad social salvadoreña es totalmente distinta a la de años pasados y, por supuesto, al tiempo de la guerra. Hoy la gente quiere vivir en paz, en libertad y en justicia social y solidaridad. Estos valores, demasiado contrapuestos en nuestra propia historia, se han ido asimilando en los últimos años como valores no enemigos, sino complementarios. La sociedad civil ha jugado, a pesar de su debilidad, un gran papel en este proceso. Especialmente las Iglesias han contribuido enormemente a romper esa especie de contradicción perversa entre valores que son esenciales para la convivencia humana.

A pesar de esta campaña dura, donde los insultos arreciaron, e incluso los valores de algunos empresarios, en general millonarios, se presentaban como únicos y absolutos para el desarrollo del país, la reacción madura del pueblo salvadoreño ha dejado atrás el ambiente de tensión que había generado la propaganda del miedo. Propaganda que a veces se multiplicaba con la inequidad de algunos medios de comunicación en el manejo de los flujos de información e incluso con la difusión de una información falsa o manipulada. Con todo y ello, las instituciones han funcionado, los partidos han sido maduros en sus reacciones ante el triunfo del FMLN y a la ciudadanía le ha llegado una especie de respiro.

Ahora queda una etapa de diálogo que debe ser aprovechada al máximo. Mauricio Funes es presidente electo de El Salvador. De un El Salvador en el que ha habido demasiados desencuentros y un cierto enfriamiento de la cultura de paz que heredamos del fin de la guerra. El ideal es que, en estos dos meses y medio que quedan para la toma de posesión, se comience y se avance el diálogo sobre los grandes acuerdos que deben forjar esa unidad nacional de la que habla el futuro gobernante. Llegar al primero de junio sin acuerdos previos de nación con los diferentes sectores puede dificultar la gobernabilidad del país. El ideal es comenzar ya a dialogar sobre las líneas y coincidencias que debe haber en torno a temas como la pobreza, la debilidad institucional, la violencia, el fortalecimiento de las redes sociales, lo recursos que se deben tener y obtener para cubrir la inversión social, el apoyo al emprendedurismo y a la libertad empresarial, el fomento de la responsabilidad social de la empresa, etc.

El país tiene un déficit serio en esa asignatura que se llama diálogo, y un cambio de partido en el Gobierno es una oportunidad para superarlo. La libertad de la que tanto ha hablado el sector arenero es sin duda un gran valor que de ninguna manera se puede dejar de lado. Pero la solidaridad y la justicia social tienen el mismo rango que la libertad a la hora de lograr una pacífica convivencia. Tal vez Arena y FMLN, por su propio origen histórico, por las tendencias ideológicas de la Guerra Fría, por la guerra civil y por el bajo nivel de formación política —cuando no fanatismo— de algunos de sus miembros, han mantenido demasiado tiempo un lenguaje excesivamente parcial en torno a uno solo de los valores mencionados . Ahora es tiempo de cambiar discursos y lograr síntesis. Tiempo de sentarse y de negociar. Tiempo de diálogo, de integración y de construcción de una sociedad viable.

Porque la sociedad salvadoreña, nos guste o no, es una sociedad poco viable. El hecho de que un veinticinco por ciento de su población viva fuera de sus fronteras nos habla de esa baja viabilidad. Y es que un país no puede vivir dividido entre capitalistas y comunistas (para usar las palabras estereotipadas), entre ricos opulentos y pobres extremos, entre gente que lo tiene casi todo y gente que carece de demasiadas cosas. Es tiempo de respetar valores, de saberlos conjugar y de ponerlos al servicio de la gente común. Gente que quiere libertad y oportunidades, pero que quiere al mismo tiempo justicia social y redes solidarias de apoyo. El momento es bueno para dialogar, para dejar de lado ideologías y enemistades. Y es bueno sobre todo para construir un país en el que debatan sin excesivas tensiones quienes piensan distinto, y en el que todos se unan simultáneamente en torno a un proyecto de realización común que se llama El Salvador y que tiene, como rostro vivo, a toda su gente.

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