Lo publicaban Intermón y Oxfam, dos de las ONG de desarrollo con más prestigio en Europa. Resulta que las cien familias más ricas del mundo en que vivimos han ingresado en 2012 la modesta cantidad de doscientos cincuenta mil millones de dólares. Las instituciones informantes, expertas en desarrollo, nos dicen que con esa cantidad de dinero se podría eliminar del planeta la pobreza extrema cuatro veces. Y por supuesto, como basta con una vez que se elimine, se podrían hacer muchas cosas más en beneficio de toda la humanidad. ¿Se empobrecerían esas cien familias si durante un año no recibieran nada? Con seguridad, no caerían en la pobreza ni sus negocios dejarían de producir riqueza. Son archimillonarios y tendrían de sobra para sobrevivir si se les ocurriera la locura de donar esa tremenda cantidad de dinero que llega a sus arcas en un año. Evidentemente, los amantes del dinero de los ricos, algunos de ellos economistas y defensores del "cuanto más en pocas manos, mejor", nos dirían que eso dañaría la inversión, que los más acaudalados son los que mejor crean riqueza y que, por tanto, sería una mala medida que donaran esa cantidad. Pero lo cierto es que nada hay más productivo en un país que una sabia y adecuada inversión en la gente, y en los pobres en particular. Y si eso es bueno en un país, es claro que sería mejor todavía si se hiciera en el mundo en su totalidad.
Muchos diríamos que ojalá les quiten algo más a esos ricos, que lo donen para el desarrollo o cualquier otro deseo noble y solidario, por supuesto. Pero es importante pasar del mundo en que vivimos a la realidad de nuestro suelo. ¿No podrían nuestros economistas calcular cuánto dinero les entra a las cien familias más ricas de El Salvador? ¿No sería interesante hacer el cálculo de lo que se podría hacer y mejorar en el país con ese dinero? Seguramente, no es tanto como el que perciben las cien familias más ricas del planeta. Pero tampoco El Salvador tiene unas necesidades tan grandes como las del mundo en su totalidad. Y dado que el país es un pequeño botón de muestra del orbe, no sería raro que también aquí se pudiera hacer cuatro veces alguna cosa tan buena y potable como eliminar la pobreza extrema, que todavía afecta a más de un millón de salvadoreños.
Por supuesto —que nadie se asuste—, no vamos a proponer en este artículo arrebatarle sus ganancias anuales a las cien familias más ricas de El Salvador. Pero el ejercicio sería interesante para tener algún dato creativo cuando se habla de impuestos y se dice que si se estos suben a más del 30 por ciento de la renta personal, podríamos entrar en el caos. ¿Es que no interesa el problema de la pobreza? A nivel mundial podríamos decir que interesa poco, y menos todavía a quienes tienen esa enorme entrada de dinero antes comentada. Sin embargo, en El Salvador, hasta Cristiani decía, antes de ocupar la Presidencia, que gobernaría "para los más pobres de los pobres". ¿Era falso? En algunos aspectos no, pues la firma de la paz benefició ciertamente a los más pobres. Pero en otros aspectos todo indica que no decía la verdad. Por eso todavía hoy mucha gente se pregunta si no se habrá convertido él en parte de las cien familias con mayor ingreso de El Salvador. ¿Compartirán él y las cien familias salvadoreñas más ricas el mismo deseo de solucionar los problemas de los pobres que muchos tenemos? La verdad, la respuesta es irrelevante. Porque independientemente de lo que deseen los afortunados, en una democracia lo que manda es el deseo y voluntad de las mayorías. Y la gran mayoría de los salvadoreños deseamos vencer la pobreza. Lo deseamos los de aquí y lo desean los migrantes que se arriesgan tan esforzadamente por llegar al sueño del Norte y enviar una buena parte de lo que allí consiguen hacia nuestra patria. ¿No puede el Gobierno, responsable de ejecutar la voluntad mayoritaria, hacer un poco más de presión sobre los amarrados cordones de la bolsa de nuestras cien familias más ricas? Presión que en términos modernos se llama impuestos, por supuesto.
Esto no quiere decir que lo importante es solamente recaudar el máximo de impuestos; los Gobiernos deben corresponder con austeridad en el manejo de fondos y con claridad en la información. No sería correcto que la extracción de fondos de los bolsillos de los ricos, tarea de por sí necesaria para una redistribución justa de la riqueza que producimos entre todos, terminara engrosando los bolsillos de los políticos. Y que más de alguno se hace rico con la política parece inobjetable en nuestras tierras. En ese sentido, y en un país como el nuestro, es importante que la austeridad se convierta en verdadera marca política. Al mismo tiempo, es indispensable, para poder llegar a una administración austera, que haya una adecuada transparencia y rendición de cuentas. Hace pocos años, nos quejábamos, y con toda razón, de la gran carga publicitaria de los Gobiernos de Flores y Saca. Hoy, el Ejecutivo no actúa correctamente al considerar reservados los gastos en publicidad de la Presidencia. La propaganda, en la medida que se usa para autoensalzarse, no es democrática ni realista. Y aunque no toda va en esa dirección, es importante que la ciudadanía sepa cómo se maneja, precisamente para crecer en confianza respecto al buen uso de los dineros públicos.