El repunte de los homicidios ha desatado de nuevo el discurso reactivo. Frente a un hecho, la violencia y el crimen, que exige medidas estructurales, la mayoría de políticos, medios de comunicación y comentaristas anuncian o piden medidas coyunturales. Y la tregua entre pandillas, un fenómeno coyuntural por su propia esencia de pacto temporal de no matarse, se lleva la mayoría de reacciones y comentarios. Arena anuncia su oposición frontal a la tregua y parece prometer una nueva mano dura, que probablemente tendrá otro nombre. La asesoría de Paco Flores, tan inútil en su presidencia en temas de seguridad, no promete nada bueno. Unidad, con su líder, también un fracaso en el campo de la seguridad durante su período presidencial, promete más policías en la calle, como si los agentes fueran conejos multiplicables al capricho de los gobernantes. Y el FMLN, desde esta administración de vacilaciones y vaivenes en el campo de la seguridad, nos dice que las posibilidades de la tregua no están agotadas y que el Gobierno continúa facilitándola. Todas, respuestas coyunturales a un fenómeno, el de la violencia, que es claramente estructural.
Para empezar, hay que decir y reconocer que El Salvador mismo está organizado y estructurado de un modo violento. Defender, aunque sea calladamente y sin hablar del tema, que la desigualdad es algo normal en el país constituye de hecho una apología de la violencia. La desigualdad es un primer acto de agresión contra los pobres y una causa profunda de esa especie de espiral de violencia que tiene su inicio en unas élites extractivas que acaparan una buena parte de la riqueza producida colectivamente por todos los salvadoreños. Todos los que trabajamos contribuimos a la producción de riqueza, pero en el país la apropiación de la riqueza se realiza de tal forma que produce una enorme desigualdad y situaciones sistemáticas de privación de recursos y oportunidades. Hablar de violencia sin mencionar esta realidad es comenzar el debate regando fuera del tiesto.
Dicho esto, conviene explicitar caminos indispensables para el control de la violencia. Educación, empleo digno y reforma de instituciones son los tres pilares básicos y necesariamente simultáneos que deben impulsarse de modo radical, rápido y estructural. Con medios coyunturales podremos conseguir una reducción parcial de la violencia, como se ha hecho con la tregua, o como se logró en algún momento de anteriores Gobiernos. Pero para empezar, en los últimos 50 años, período en el que se han contabilizado los homicidios en El Salvador de modo más o menos sistemático, jamás se ha bajado de 25 por cada 100 mil habitantes. En otras palabras, el número más bajo de homicidios en este medio siglo ha estado siempre a niveles muy altos, que pueden ser catalogados como una epidemia de alta intensidad. Los momentos de descenso son por supuesto positivos y nos pueden parecer un respiro cuando venimos de 60 homicidios por cada 100 mil habitantes. Pero con 30 muertes violentas por cada 100 mil personas, la crisis sigue siendo exageradamente dura, aunque la disminución de números nos dé cierto consuelo.
Lo dicho hasta ahora, sin embargo, no le quita importancia a la tregua. Las coyunturas favorables son siempre momentos de oportunidad. Un descenso importante de homicidios puede y debe llevarnos a reflexionar con un poco más de esperanza sobre los caminos de reducción de la violencia estructural. Reflexión y acción. Porque si no somos capaces de hacer un esfuerzo solidario y enérgico en la lucha contra la desigualdad, las treguas terminarán rompiéndose y el ciclo de la violencia seguirá su curso, convirtiéndose en cultura. Ese mismo tipo de cultura violenta que han propiciado siempre las élites económicas de El Salvador, líderes principales de nuestra historia, siempre dispuestas económica y socialmente a imponer la ley del más fuerte.
Escuela digna hasta la conclusión del bachillerato o su equivalente para todos es un paso indispensable en la medida que aumenta las oportunidades y capacidades de nuestra población. Aparte de que la escuela es uno de los principales lugares de socialización positiva. También necesitamos una opción clara por el pleno empleo y el salario digno, distinto de esta porquería de salarios mínimos avalados mafiosamente por la empresa privada y los sindicalistas bien pagados. Y también reforma de instituciones. La impunidad imperante tiene su origen en unas instituciones policiales, fiscales y judiciales flojas, poco coordinadas entre sí, mal dotadas de recursos, despreocupadas frente a la evaluación y, por supuesto, sin autoevaluación, acostumbradas históricamente a bajar la cabeza ante el más fuerte. Las mismas instituciones dedicadas a la protección social, como los sistemas de salud, educacionales, de pensiones, etc., ofrecen vías de solución o apoyo de doble nivel según coticemos o no. Parecemos un país de castas, separados en los servicios básicos que exige una sociedad civilizada y moderna ya no por la raza, sino por el ingreso y el trabajo, según sea formal o informal. Si no nos esforzamos mucho más de lo que lo estamos haciendo en esos tres campos, las coyunturas nos darán esperanzas, pero nos dejarán frustrados. Porque cuando la violencia tiene raíces estructurales, no basta un recorte en las ramas para que los problemas se solucionen. Hay que ir al fondo, y parece que eso no lo han comprendido hasta ahora los candidatos a la presidencia. Y si alguno sí lo entiende, no se ve que hable demasiado al respecto o proponga soluciones reales a la violencia.