En el mes de la independencia, siempre es bueno reflexionar sobre el sentido de la celebración. A lo largo de este septiembre que casi concluye, se ha escuchado el himno nacional a lo largo de todo el país, en la multitud de actos con los que se celebran las fiestas patrias. Nuestros hermanos migrantes seguro lo habrán coreado con nostalgia en sus lugares de residencia, aunque a la mayoría de ellos esa patria a la que aman y de la que se sienten hijos los haya expulsado sin contemplaciones. El himno es símbolo importante de identidad y se suele interpretar con respeto y devoción. Pero una cosa es sentirnos orgullosos de ser salvadoreños y otra detenerse a pensar si lo que se canta es una realidad o si se está trabajando para que lo sea. No tiene ningún sentido cantar el himno sin preocuparse de que sus versos tengan relación con la cotidianidad de las mayorías.
La letra del canto patrio invita a cada salvadoreño a dar lo mejor de sí, a construir nuestro país sobre la base de la paz, el progreso, la libertad, la abnegación y el respeto a los derechos de todos. Por ende, celebrar la independencia es pura alharaca si no se hace pensando en el bien común. La patria no es algo abstracto, no es solo un territorio representado por una bandera y unos pocos elementos simbólicos comunes. Esta patria, a la que llamamos El Salvador, es sobre todo un pueblo, la gente concreta, nuestras familias y amigos, los vecinos, los más de ocho millones que se sienten y llaman salvadoreños ya sea que vivan acá o en cualquier otro país del mundo.
El coro de nuestro himno nos llama a sentirnos hijos orgullosos de este pueblo y a trabajar sin descanso por el bien del mismo. Ciertamente, podemos sentirnos orgullosos de muchos salvadoreños y salvadoreñas que son ejemplo de trabajo y solidaridad, pero no de la realidad que se vive dentro de nuestras fronteras. Las situaciones de injusticia, impunidad, corrupción, violencia, irrespeto a los derechos humanos y exclusión social que afectan a gran parte de la población no son lo que los salvadoreños quieren para El Salvador ni lo que motivó a luchar por la independencia. A casi 25 años de la firma de los acuerdos que pusieron fin a la guerra civil, no hemos logrado consolidar la paz ni la justicia; demasiadas familias siguen viviendo en la marginación y la pobreza.
A medida que han ido pasando los años desde el cierre del conflicto armado, los problemas se han ido agudizando y nuestra sociedad se ha vuelto una de las más violentas del mundo. El himno hace conciencia de que la paz ha sido el eterno problema de El Salvador y que conseguirla es la gloria mayor. La paz es la dicha suprema y la aspiración de todos los pueblos; sin ella no puede haber bienestar. Pero no se puede olvidar que la paz no es posible sin justicia.
Las fiestas patrias deberían llevarnos a trabajar para cambiar el país, para que en un día no muy lejano podamos sentirnos orgullosos de que para todos los salvadoreños hay un feliz porvenir. La lección del himno es una: hay que mantener la fe en este pueblo, en que es posible un futuro mejor, en que a través del esfuerzo conjunto en pos del bien común —no el de unos pocos— es posible alcanzar un El Salvador que ofrezca empleo digno y decente, que no dé espacio a la corrupción, que garantice y pongan en práctica los derechos humanos sin excepciones. Un El Salvador en el que gobernantes y políticos de todas las tendencias depongan sus intereses ideológicos y sus pugnas infantiles en función de un pueblo al que se le agota la paciencia y encuentra pocos motivos para cantar.