Cuando nos felicitamos por el inicio de un nuevo año, solemos expresar esperanzas. Esperanzas de bendiciones, florecimiento de la vida, justicia, desarrollo personal o social. Después, cuando el año finaliza, contabilizamos los pros y los contras del paso del tiempo y nos relanzamos a la esperanza. Pero ¿son nuevos los años simplemente porque comenzamos a enumerar los 365 días que los componen? El concepto de novedad y de esperanza está muy ligado a formas culturales que en sus orígenes tuvieron profundas raíces religiosas. Lo nuevo habla de una finalidad en la historia y la esperanza nos invita a avanzar hacia ese fin. El puro hecho del paso del tiempo no hace nuevas las cosas. En este sentido, el año nuevo puede nacer viejo si nada promete que las cosas mejoren, más allá de la palabrería habitual de estas fechas. El divorcio entre buenos deseos y realidades es común.
El año sería nuevo en El Salvador si se avanzara de un modo sustancial en educación o en salud. 2017 tendría novedad si lográramos vencer la epidemia de homicidios que nos golpea desde hace más de cincuenta años. Sería un año novedoso si la Asamblea Legislativa aprobara una ley de justicia transicional que permitiera a las víctimas encontrar verdad, justicia y reparación; y a los verdugos, formas de cooperar con la verdad y de sensibilizarse ante la necesidad de pedir perdón. Estas serían noticias auténticas, en vez de las que se repiten día a día de empresarios que presumen de sus aportes al país mientras pelean salarios de hambre. Habría novedad frente a la cansina y repetitiva verborrea de los poderosos en el aniversario del fin de la guerra si las víctimas tuvieran protagonismo en la conmemoración desde su voz y sus derechos.
El eterno retorno tiene sus bases en el pensamiento griego. Pero más allá de discusiones filosóficas, lo triste es ver que año con año tenemos el mismo griterío vacío, las mismas polarizaciones, las mismas frases y el mismo dolor y muerte para los humildes. Retornamos demasiadas veces a lo peor de nosotros mismos y de nuestra historia, negándole a los sencillos la posibilidad de escapar de esa trampa. Para muchos, solo emigrando se puede escapar de un “lo mismo” triste y opresivo. Y con la agresividad y xenofobia del presidente electo de los Estados Unidos, incluso esa esperanza se enturbia y oscurece.
Pero el año puede ser nuevo. En muchos aspectos, está en nuestras manos lograrlo. Bastaría con un acuerdo de multiplicar seriamente la inversión en educación para poder vislumbrar esperanza. Tenemos tan poco realizado que cualquier paso serio para vencer la pobreza y la vulnerabilidad de la mayoría de la población significaría un motivo de esperanza. El próximo 16 de enero se cumplen 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz. Si hace más de dos décadas hubo novedad al iniciar un proceso que mejoró sustancialmente el respeto estatal a los derechos políticos y civiles, ¿no puede haber novedad este año en torno a los deteriorados derechos económicos y sociales?
Lo que hasta el momento se observa es una resistencia profunda a dialogar sobre el desarrollo; se apuesta por que el grupo contrario se debilitará con el paso del tiempo. Repetir la misma historia, insistir en que el malo es el otro, no nos llevará lejos. Y no acaba de perfilarse con claridad la voluntad de diálogo que podría sacarnos de la repetición. Podremos decir que se ha avanzado en el tema de la corrupción, pero se seguirá cobrando sobresueldos en algunas oficinas gubernamentales. Limpiaremos algunas cosas, pero se continuará haciendo trampa en otras. Lo peor: seguiremos tratando a la mayoría de salvadoreños como personas de segunda clase, sin derecho a desarrollo digno, educación de calidad, seguridad y salud.
Un año sí puede ser nuevo, pero hay que conquistarlo. Los salvadoreños lo deseamos profundamente y decimos de corazón “feliz año” a todos nuestros amigos. Pero los ricos y los poderosos están atrincherados en su comodidad y no desean otra cosa que seguir multiplicando sus beneficios, aun a costa de que otros queden en la pobreza y la vulnerabilidad. Ojalá que esas palabras, “feliz año”, que pronunciamos tantas veces en estos días y tan de corazón, nos muevan también a comprometernos con energía y persistencia en la construcción de un año distinto. Un año más cercano y abierto a los derechos de los empobrecidos, más justo con las víctimas de graves violaciones a derechos humanos, orientado a un desarrollo equitativo y con justicia social.