En la situación que vivimos en El Salvador, una crisis de violencia e inseguridad, una agobiante realidad económica, la vida para la población se vuelve cada día más difícil, y para mucha gente sobrevivir es un reto cotidiano. Vemos ya manifestaciones de desesperanza y de agotamiento tanto grupales como individuales; manifestaciones que resultan preocupantes y que requieren urgente atención. Porque si algo necesita hoy la población salvadoreña es esperanza; requerimos todos del ánimo para entender como posible y realizable lo que deseamos. Los salvadoreños necesitamos creer que todavía es posible construir un país diferente, que aún podemos aspirar a que las calles sean lugares seguros, que conseguir un trabajo digno no sea una empresa casi imposible, que los funcionarios ocupen la política como una plataforma de servicio a los ciudadanos y no como una oportunidad para enriquecerse. El pueblo salvadoreño necesita creer que esta ola de homicidios, los delitos de todos los días y la odisea de conseguir el sustento diario serán algún día simples recuerdos, y que podremos tener un país en paz, con justicia, sin exclusiones ni impunidad.
Por eso la esperanza es crucial hoy. Porque es un detonante para ponernos en marcha y trabajar con fuerza hacia un ideal. En la práctica de cada día, trabajamos, nos movemos y actuamos porque tenemos la esperanza de llegar a alguna parte, de lograr un objetivo, de alcanzar una meta o de hacer realidad un sueño. La esperanza ayuda a soportar los momentos de la vida en que la dificultad amenaza con destrozarnos el cuerpo y el ánimo. Nos da consuelo, alivia las heridas y permite superar esos instantes de angustia en que parece que no resistiremos y todo terminará.
El pueblo necesita esperanza y los políticos lo saben. Por eso, en este tiempo de campaña (como en todas las campañas), abundan las promesas de un futuro mejor, los compromisos de eliminar la delincuencia, las ofertas de crear cientos de miles de puestos de trabajo y de que todos tendremos un lugar en la mesa de la democracia de nuestro país. Como ha quedado meridianamente claro en tiempos de desastres socio-naturales, los políticos de oficio son expertos en instrumentalizar las necesidades y desgracias de los más desfavorecidos. Es hora ya de que dejen de jugar con la esperanza de la gente y de que los ciudadanos escojan cuidadosamente a quiénes ponen al frente de los poderes públicos. El próximo mes, estará en manos de los salvadoreños llevar a la Asamblea Legislativa y a las alcaldías a personas que puedan ser congruentes con las esperanzas de un país mejor. Ojalá estemos todos a la altura de esa tarea.