A la brava

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Editorial UCA
18/05/2016

Basta entrar en las redes sociales o leer noticias sobre hechos relacionados con la delincuencia para encontrar comentarios que claramente animan a ejercer una violencia irracional contra cualquiera que sea acusado de violar las leyes. Los insultos son abundantes y el estilo de debate resulta vergonzoso, cuando no ofensivo para la moralidad pública. Al final se acaba defendiendo la brutalidad y creando un clima de desesperación en la gente sana. Se aboga por el uso privado de las armas como si ello fuera solución al ambiente de delincuencia; se insulta a quienes defienden los derechos humanos diciéndoles que protegen a los criminales; e incluso se culpabiliza a priori a un gran segmento de la población. El hecho de que la acusación más repetida a la hora de capturar jóvenes sea resistencia a la autoridad y que el sobreseimiento sea el resultado judicial generalizado muestra que se ha creado un recurso artificial para fichar personas en determinados barrios.

De camino posible para encontrar salidas a la violencia, la tregua ha pasado a ser tema tabú. Suena a arbitraria la detención de algunas de las personas que estuvieron relacionadas con ella cuando la prueba de la introducción de objetos ilícitos en los penales es el registro de los libros de ingreso, algo que solo pudo suceder con el aval de la más altas autoridades. Todo hace pensar, pues, que se ha detenido a los funcionarios de más bajo nivel. La tregua, en sus inicios alabada por el Gobierno pese a que —hoy es claro— no estuvo bien planificada ni, mucho menos, bien ejecutada, se valora como una monstruosidad. Si a alguien se le ocurre decir que fue una oportunidad perdida para avanzar en la pacificación de las pandillas, seguro se le acusará de cómplice de la delincuencia. Sin embargo, salvar vidas, disminuir el número de asesinatos no es objetivamente malo.

El gusto y lo políticamente correcto parecen estar puestos en animar a la violencia. Se esconden los abusos y violaciones a derechos humanos cometidos por las autoridades. Y se deja pasar demasiado tiempo antes de investigar la existencia de grupos de exterminio de supuestos delincuentes, sin hacer ninguna alusión, por supuesto, a los pecados previos de las fuerzas de seguridad. Hay en el país demasiada apología de la violencia, apoyada tanto en el endurecimiento de las leyes como en el lenguaje y en acciones claramente ilegales. La gente tiene miedo a denunciar los abusos y los grandes medios de comunicación no suelen hacerlos públicos.

Buscar soluciones racionales a la delincuencia requiere invertir mucho más en educación y trabajo digno. Requiere también diálogo y estudio, reflexión y respeto a los derechos humanos. Las manos duras no hacen más que perpetuar la cultura de la violencia; en el mejor de los casos, reducen temporalmente la delincuencia, pero esta no tarda en resurgir con nuevos bríos. Crear cultura de paz requiere tanto defender la vida y sus derechos como rechazar la violencia. Y el valor vida no debe ser puesto en duda para nadie. Los pandilleros no son lo peor de El Salvador. Hay estructuras económico-sociales mucho más perniciosas y violentas. Hay personas que desde el poder defienden la injusticia, así como mecanismos de explotación y marginación evidentes. La evasión masiva de impuestos en un país con una tasa de mortalidad infantil de 18 por cada mil niños nacidos vivos es evidentemente un acto criminal, que por desgracia queda sin perseguirse ni castigarse adecuadamente.

El Salvador necesita más diálogo y menos gritos, más construcción de cultura de paz —con todo lo que conlleva de defensa de la vida y su dignidad— y menos cultura del ojo por ojo y diente por diente. Dialogar es posible y es el mejor camino para salir de las crisis. Cuando el conflicto se produce entre grupos sociales, el aplastamiento del enemigo deja heridas que luego causan reclamos, enfrentamientos e incluso nuevas explosiones de violencia. No se quiere invertir en la gente según las necesidades objetivas del país y se piensa que se pueden arreglar las cosas a la brava, desde el poder y desde la fuerza. Cada día es más necesario hablar y conversar, escuchar y corregir, defender y construir una cultura más fraterna, más igualitaria y más respetuosa de los derechos de todos.

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Crt
09/11/2022
10:22 am
Fíjense ustedes por dónde que leo este artículo en el año 2022 y me parece tan pertinente antes como, sobre todo ahora. Sabias palabras las suyas que se han convertido no sólo en realidad mundial, sino también y, por un desencanto del destino, en la de El Salvador, con el señor populista de turno gobernando a la brava. Quién hubiera dicho hace seis años que iba a ser su propio país el que viviera en carne propia la peor persecución policíaca de una sociedad democrática. No se trata ya de mano dura, sino de maza dura, violencia estatal generalizada, y todo en pos de la seguridad ciudadana. No es que no hubiera un desastre pandillero antes, pero lo que vivimos en estos tiempos es el extremo opuesto, la aceptación mayoritaria de vivir en un estado policial donde no hay derechos, sino privilegios otorgados por un estado que fácilmente los ha quitado a todo un segmento de la población.
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Anónimo
21/05/2016
10:46 am
Extrañé siempre las ideas de los religiosos y académicos de la UCA respecto a la tregua. No recuerdo que se hayan pronunciado al respecto. Me quedé solo pensando que las plàticas con los dirigentes de las pandillas es la mejor forma para desescalar el conflicto. Cuando comparaba el hecho de que durante el conflicto armado fue lo que nos trajo la paz la gente me decía que no comparara este hecho con los objetivos de los insurgentes y de los pandilleros, y yo les contestaba que la sangre era la misma que está corriendo entre hermanos salvadoreños. Este show político armado por fiscal es para complacer a los sectores retrógrados que piden la cabeza de quienes patrióticamente orgsnizaron el único proyecto que ha bajado la violencia. Como en río revuelto ganancia de pescadores, Arena quiere aprovechar la mascarada para vengarse de Funes y de Munguía Payés. Del primero por haber denunciado a los funcionarios corruptos areneros, y del otro por no plegarse a su tradicional...
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Anónimo
18/05/2016
18:19 pm
Estaba haciendo falta la voz de la UCA en estos términos. Es delito dialogar si lo haces con los pobres. Para éstos solo hay palo y plomo. Tenemos que emprender la tarea de construir una Cultura de paz, cuyo corazón es el diálogo sincero.
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Anónimo
18/05/2016
09:10 am
Pero la UCA no tuvo el valor de decir estas cosas en su momento oportuno, en particular en torno a la tregua ustedes no han dicho nada, ni que hablar acerca del circo de \"regatear\" los fondos para seguridad que hacen los de ANEP y ARENA.
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