A la intemperie

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Editorial UCA
27/05/2020

El covid-19 ha revelado cuán vulnerable es la humanidad ante una enfermedad contagiosa y las grandes debilidades de los Estados para enfrentarla. Este nuevo coronavirus ha mostrado que muchas seguridades son vanas, pues en unas semanas una epidemia es capaz de trastocarlo todo y poner el mundo patas arriba. Con el covid-19 estamos aprendiendo que un virus puede hacer mucho daño y ser más peligroso que un terremoto, un huracán o incluso una guerra. Vemos que esta enfermedad está matando gente no tanto por su letalidad, sino por la incapacidad de los sistemas sanitarios para atender debidamente a todos los contagiados. Este el resultado de más de treinta años de abandono de los sistemas públicos de salud, fruto de la obediencia de muchos Gobiernos al afán neoliberal de privatizar los servicios públicos. Ahora queda al desnudo el grave error cometido.

Por otra parte, la lucha contra el covid-19 ha llevado a algo que parecía imposible: impedir que la gran mayoría de la gente acuda a sus lugares de trabajo durante semanas. Y con ello ha dejado clara la importancia social del trabajo. En un país que no goza de un sistema de previsión social amplio y sólido, si no se puede trabajar, el hambre y la pobreza crecen rápidamente. La pandemia nos ha mostrado que las personas que se ganan la vida en los lugares más vulnerables, vendiendo en las calles o en los mercados, y las que realizan las labores más operativas son las primeras y más afectadas cuando se les impide trabajar. Por tanto, es a ellas a quienes hay que cuidar y proteger en primer lugar, no como hasta ahora, que son siempre los últimos y no son tomados en cuenta en los planes de reapertura y rehabilitación económica.

El sistema educativo también ha sido puesto a prueba por la enfermedad. En El Salvador, solo 2 de cada 10 hogares con niños tienen acceso a Internet y cuentan con equipos para ello; el 56% solo tienen acceso a radio o televisión; y un 6% de los hogares ni siquiera eso. Ante esos datos, es evidente que demasiados de nuestros niños y niñas no están recibiendo hoy su educación por falta de medios. Los más afectados son los que estudian en las escuelas públicas de las zonas rurales, pues no tienen modo de continuar su proceso formativo. Después de años de la desaparición de la televisión educativa, ha sido necesaria recuperarla para llegar a la mayoría de los niños y niñas en edad escolar.

La pandemia ha dejado en evidencia que aunque todos estamos bajo la misma tormenta, no todos tenemos el mismo paraguas. Unos lo tienen muy grande y resistente, y pueden permanecer sin mayor dificultad bajo la tormenta, incluso si se prolonga por meses. Otros se defienden con un paraguas mediano, pero si la tempestad arrecia y se prolonga, acaban empapándose. Mientras que un tercer grupo dispone de un paraguas pequeño y frágil, el cual al primer embate los deja a la intemperie. Y, peor aún, un gran número de familias salvadoreñas no tienen ni siquiera un plástico para resguardarse. La desigualdad social salta de nuevo a la vista y muestra el resultado de unas políticas públicas que han beneficiado por años a unos pocos, olvidando a la mayoría.

La sociedad salvadoreña no se preocupa de los que tienen el paraguas pequeño y frágil ni de los que tratan de resguardarse bajo un plástico. El papa Francisco nos llama a cuidar de ellos en primer lugar, así como una familia se preocupa más por el miembro más débil. No podemos permitir que sigan bajo la tormenta sin protección alguna, y además culparles de no guardar la cuarentena domiciliaria, una medida que solo pueden cumplir los que reciben un salario regular aun quedándose en casa o los que tienen ahorros suficientes para sobrevivir sin ingresos. Difícilmente pueden guardar cuarentena los que viven hacinados en las pequeñas casas, sin patio ni jardín, de los barrios y colonias populares, porque literalmente se asfixian en ellas. Fácil es criticar y proponer castigos para los que supuestamente violan la cuarentena cuando se tiene un ingreso asegurado y el encierro se sobrelleva en un hogar con habitaciones amplias, múltiples baños, sala de estar y jardín espacioso.

Ignacio Ellacuría afirma que es necesario conocer la realidad para transformarla. El covid-19 nos ha ayudado a conocer mejor la nuestra y a darnos cuenta de la urgencia de transformarla. La primera lección es que para defendernos mejor de la siguiente tormenta, todos debemos estar bajo el mismo paraguas, uno amplio y resistente. Ello significa que deberá invertirse en salud pública y en su adecuada organización comunitaria, y en crear un robusto sistema universal de previsión social, que asegure el sostenimiento de las familias, especialmente de las más vulnerables, en este tipo de situaciones. Asimismo, habrá que garantizar el acceso a las nuevas tecnologías para todos, llevándolas hasta las más remotas áreas rurales. Habrá que trabajar para tener una sociedad organizada y participativa, capaz de implementar comités de prevención y ayuda a lo largo y ancho del país. Habrá que transformar el sistema educativo público para que pueda ofrecer formación aun cuando no sea posible ir a la escuela.

Estos deben ser los elementos de la nueva realidad que se deberá construir luego del covid-19. Ello solo ocurrirá si se asume como una responsabilidad de todos, una exigencia de la sociedad y un deber del Estado. Solo entonces, ante una nueva epidemia o un nuevo desastre, nadie pasará las penurias y necesidades de ahora, nadie quedará a la intemperie.

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