En la ciudad de Tela, Honduras, se celebró el 26 de febrero la primera reunión de lo que los tres países del Triángulo Norte de Centroamérica han denominado “Alianza por la Prosperidad”. Fue, en el más literal de los sentidos, una reunión de élites. Asistieron los Presidentes de Guatemala y de Honduras, y el vicepresidente salvadoreño, Óscar Ortiz, pues Sánchez Cerén se excusó por razones de salud. Además de las delegaciones de los tres países, estuvieron presentes altos funcionarios de asuntos comerciales y empresariales del Gobierno de Estados Unidos, el Presidente del Consejo Empresarial de América Latina, la representante del Banco Interamericano de Desarrollo para la región, funcionarios de México y representantes de los grupos empresariales más poderosos de los tres países. Apellidos como Atala, Maduro y Callejas figuraron en esa primera de una serie de reuniones.
La Alianza por la Prosperidad es una iniciativa que los mandatarios de Guatemala, Honduras y El Salvador presentaron a Barack Obama el 25 de julio del año pasado. La idea nació después de la ya casi olvidada crisis de menores migrantes no acompañados, en cuyo marco se deportó a muchos menores de edad de los tres países del istmo. Esa crisis humanitaria fue ocasión para darse cuenta de que la oleada de migrantes solo puede detenerse generando mejores condiciones y oportunidades en los países de origen. Obama ha pedido ya al Congreso de su país la aprobación de mil millones de dólares para financiar esta iniciativa centroamericana. Pero en las paradisíacas playas de Tela no hubo menores ni adultos migrantes, ni representantes de los sectores rurales, semiurbanos y marginales, que son los principales exportadores de migrantes. Sí hubo encumbrados empresarios que dicen trabajar por sus respectivos países. Hablan de prosperidad, pero ¿para quiénes?
Es bueno que Estados Unidos vuelva la vista a Centroamérica y se muestre dispuesto a contribuir a la mejora de las condiciones de vida. Sin embargo, la preocupación de fondo no es por los niños que se van, ni por los desempleados, ni por las familias que pasan pobreza. John Kerry fue muy claro al exponer el interés estadounidense de ayudar al Triángulo Norte: “Esto no es solo una estrategia basada en ayudarles y hacer lo correcto. Esto está en nuestro interés de seguridad, en nuestro interés a largo plazo, y encaja con nuestros valores”. Es decir, la óptica desde la que se está abordando la tragedia de la migración no es desde los niños que buscan la reunificación, ni desde el ciudadano que aspira a mejores ingresos; para Estados Unidos, la migración es un asunto de seguridad, del que hay que protegerse. Eso explica que gran parte de los mil millones de dólares se destinarán a medidas de seguridad y contención de la migración.
Hay que decirlo sin rodeos: el deterioro de las condiciones de vida de la población de El Salvador, de Guatemala y de Honduras es el resultado de políticas erradas y centradas en privilegiar a las respectivas élites nacionales. Este deterioro estructural no se resuelve solo con dinero ni mucho menos con proyectos conducidos por esas mismas élites. Tampoco con políticas asistencialistas, priorizando la seguridad militar o cediendo territorios a empresas transnacionales para que construyan burbujas aisladas de artificial desarrollo. La situación de los países centroamericanos requiere cambios estructurales, nuevos liderazgos y protagonismo de los sectores que son víctimas de la exclusión. O la Alianza por la Prosperidad se abre a todos los sectores de las tres sociedades, especialmente los más vulnerables, o esos millones de dólares harán más ricos a los corruptos e impunes que se enquistan en los Gobiernos y en los pequeños grupos de poder. En nombre de los excluidos, de los desesperados, de los miles que emigran cada semana, las élites centroamericanas tienen otra oportunidad de fortalecerse y, así, aumentar la abismal desigualdad en la región.