La resurrección de Jesús, con la que cierra la Semana Santa, nos comunica un claro mensaje: el amor y el bien, manifestados de manera excelsa en aquel hombre justo, son última palabra y resultan victoriosos, mientras que el mal y la injusticia quedan derrotados al no lograr acabar con Jesús ni con su obra de infinita bondad. En nuestro país, donde el mal actúa de forma escandalosa y golpea con fuerza, podemos pensar equivocadamente que el bien palidece frente a su contrario. Incluso es fácil asumir que El Salvador no tiene solución, que no lograremos superar la violencia ni todos los otros problemas que nos afectan a diario. Sin embargo, los hechos nos muestran con terquedad que no es así.
El Jueves Santo fue asesinado en Lolotique, San Miguel, el joven sacerdote Walter Osmir Vásquez, nativo del lugar, cuando se dirigía a celebrar los oficios propios de la Semana Santa. Su muerte impactó no solo a la feligresía católica de la localidad, sino también a buena parte del país. Y la respuesta de cariño y apoyo no se hizo esperar. Su funeral, celebrado el Domingo de Resurrección, fue impactante por el acompañamiento que recibió: miles de personas llegaron para mostrar su repudio a la muerte del sacerdote y para solidarizarse con el dolor de su familia y de la Iglesia. Ese tributo amoroso y espontáneo de tanta gente es muestra de la inmensa fuerza del bien y de que el amor tiene más poder que el mal. Al igual que con Jesús y con todos los hombres buenos y justos que han sido asesinados en nuestra tierra, la memoria de la víctima permanece mientras que los verdugos son fácilmente olvidados.
El padre Walter seguirá estando en el corazón de los que recibieron su ministerio sacerdotal y de las muchas miles de personas que lo lloran y repudian su asesinato. Dando muerte al P. Walter, sus asesinos han contribuido a que nuestra sociedad renueve la conciencia de que la criminalidad debe ser superada y que es urgente encontrar solución a esta realidad que nos afecta y duele. Una solución en la que tenemos que involucrarnos todos los que deseamos el bien para nuestro país; una solución fundamentada en el amor y la justicia, en el profundo respeto a la dignidad humana, en la compasión y la misericordia.
La resurrección de Jesús, según el teólogo José Antonio Pagola, “genera una nueva manera de estar en la vida”: “los miles que nos confesamos cristianos y afirmamos creer en la resurrección de Jesús debemos estar conscientes de que esta nos impulsa a mirar el futuro con esperanza”. Para Pagola, debemos convencernos de que Dios empuja “hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad y en la creación entera”. Creer en la Resurrección es aceptar que Dios no quiere la muerte y que, por tanto, debemos trabajar y luchar para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia; “es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que no han conocido en esta vida más que miseria, humillación y sufrimiento queden olvidados para siempre”; “es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío”.
En medio de tantas situaciones que alimentan la desesperanza, la resurrección de Jesús debe ser fuente inagotable de ánimo, debe movernos a apostar por el justo, por la entrega amorosa, por la vida en plenitud para todos, por hacer que la justicia prime sobre la injusticia y la crueldad. Jesús nos llama a estar siempre al lado de los que sufren, luchando contra los que hacen sufrir. El Salvador nos urge a optar por hacer justicia a los crucificados de nuestra historia y a defender con denuedo a los desvalidos, pobres e indefensos. Solo así seremos verdaderos testigos de la resurrección del Señor.